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Chaplin para niños: así se explican los 20 años de éxito de ‘Pocoyó’, que vuelve con muchos cambios

La serie animada que conquistó al público infantil con un humor universal y minimalista regresa con su sexta temporada: “Surge de intentar hacer algo que a mí me habría gustado ver de niño”, dice uno de sus creadores

Alan García Loza

Como no hay papel a su alrededor, el madrileño Guillermo García Carsí (Madrid, 51 años) raya sobre el dorso de su mano un dibujo. Un espacio reducido entre el dedo pulgar y el índice. Lo hace, según cuenta, todo el tiempo: cuando habla por teléfono, cuando se le ocurre alguna idea y durante la entrevista. Dibuja algo que parece sencillo, pero puede ser el principio de todo: “El boceto debe transmitir una emoción”, explica, “un niño curioso, por ejemplo. No pienso tanto en lo estético, sino en que tenga ese espíritu”. Y aunque no fue sobre su piel, hace más de 20 años trazó algo que representaba la idea de ese niño curioso. Terminó por llamarse Pocoyó, la serie infantil que acaba de estrenar su sexta temporada, con el regreso de García Carsí como guionista y director.

Pocoyó vuelve con una colección de cambios que renuevan por completo esta famosa serie sin traicionar su esencia. “Ahora habla más”, explica a EL PAÍS García Carsí, “eso ya es un cambio enorme”. La sexta temporada sube el rango de edad del público —normalmente dirigida a niños de tres a cinco años— y apuesta por episodios más largos, incluso dobles de 12 minutos, que permiten desarrollar pequeñas aventuras. Ahora los protagonistas viajan a otros lugares: planetas, nubes o mundos imaginarios. A ese universo se suman nuevos personajes secundarios y uno principal: Bea, la hermana de Pocoyó. “Hemos hecho lo que normalmente no se hace, cambiar tanto una serie, pero me atraía el reto”, asegura el creador. “Tenía que explorar todo el potencial que había más allá de la comedia minimalista”.

La base de todo fue La pantera rosa. Era lo que más le gustaba de niño, recuerda García Carsí, y es lo que ha intentado en todo este tiempo, “algo divertido y muy minimalista”. Sobre todo esto último: un lienzo en blanco donde transcurre la historia. “Como no tienes un contexto, igual que cuando eres pequeño, puedes centrarte en los personajes y en lo que ocurre”. También le marcaron los dibujos clásicos de la Warner y La bola de cristal, la serie española de muñecos animados en fotogramas que, sin saberlo entonces, se convertiría en una de las bases visuales del proyecto. “Todo eso se me quedó grabado”, dice. Cuando años después quiso crear un personaje, volvió a esas referencias. “Me gustaban las cosas que seguían siendo buenas con el tiempo. Pocoyó surge de eso: de intentar hacer algo que a mí me habría gustado ver de niño”, reflexiona en los estudios Illusorium de Madrid, donde se anima gran parte de la serie.

Cada capítulo nace de un equilibrio entre la fantasía y la emoción. “Tiene que tener esas dos cosas”, explica. Por un lado, la premisa loca o divertida —una especie de Godzilla llamado Priszilla que se entristece porque no hay nada que destruir o un Pato con crisis existencial—, y por otro, la historia emocional que da sentido a la aventura. “La parte de fantasía puede ser cualquier cosa, pero siempre busco la emoción detrás. En el caso de Priszilla, sus amigos le ayudan a cumplir su sueño. En cuanto a Pato, descubre que no necesita ser normal, que lo importante es ser único”. Esa combinación, señala, es la que transforma una anécdota cómica en una historia con alma.

Esa búsqueda emocional es la que sostiene los valores universales que atraviesan la serie desde el inicio. “Los temas no cambian: el egoísmo, la amistad, el aprender a compartir”, cuenta García Carsí. En un capítulo, Pato se niega a compartir a Pocoyó con los demás, hasta que un gigante repite su mismo error y lo encierra en una jaula. Ahí entiende lo que significa poseer. “Son enseñanzas no académicas”, aclara, “no de números ni letras, sino de cómo convivir con los demás”. Para él, el éxito de Pocoyó radica en que esos valores son reconocibles por todos. “Es un humor universal, como Chaplin: algo que puede gustarle al niño, al padre y a la abuela por igual. De hecho, lo presentamos así [hace 20 años]: Chaplin para niños. Es cine mudo”.

“Hay una tradición allí”, cuenta García Carsí, que lo descubrió con el tiempo: “Pocoyó y Pato son arquetipos del clown clásico: el payaso loco y el payaso serio, respectivamente, la parte irracional y la racional”. Esa dualidad, dice, existe desde el principio de los tiempos y atraviesa toda la historia del humor. “No fui consciente cuando los creé, pero funcionan porque representan esos opuestos que siempre se complementan”. Vestido de azul de pies a cabeza, Pocoyó destaca por su entusiasmo y energía que terminan por meter al resto de personajes —Elly, Loula, Pajaroto, Pulpo, Nina, entre otros— en aventuras emocionantes. Mientras Pato, de un amarillo brillante, ojos alargados y acompañado por su inconfundible sombrero verde, tiende a ser más cauteloso. Ese equilibrio convierte el programa, coproducido por Animaj y RTVE, en “atemporal”.

En un mundo saturado de pantallas, García Carsí ve el mayor reto en mantener viva la conexión emocional. “Hay que encontrar una premisa muy loca y atractiva, pero también un tema universal que dé vida a los personajes”, dice. El ritmo puede variar, pero lo esencial es contar una buena historia, honesta y divertida. Cree que las series infantiles deben aspirar a gustar a todos, no solo a los niños. “Desde el principio lo pensé así”, explica. “Como en aquella exposición que vi de Chaplin: gente muy distinta riéndose de lo mismo. Eso es lo que intento hacer, algo que me guste a mí y que pueda gustarle a todo el mundo”. Un niño curioso, por ejemplo, que no envejece.

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Sobre la firma

Alan García Loza
Migrante y periodista latinoamericano. Originario de México y de la frontera más transitada del mundo, Tijuana–San Ysidro, donde comenzó como reportero gráfico y cubrió temas sociales y migración. Trabajó en Alemania cuatro años como retratista y director de arte. Ahora escribe en la sección de Cultura y cursa el Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS.
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