Un robot no sabría hacer algo tan bello como ‘Robot Dreams’
La tecnología difumina los límites entre acción real y animación en un cine dominado por secuelas y sagas inagotables. La película de Pablo Berger seduce con su ternura, sin palabras y sin fanfarria digital
Existe un temor, fundado, a que el uso intensivo de la inteligencia artificial ahonde la estandarización del producto cultural, a que la máquina que dicen pensante adivine lo que quiere el público y se lo dé sin medida ni ingenio. Pero ya pasa que los creadores humanos se repiten con fórmulas gastadas todo el rato. Las salas de cine están tomadas por secuelas y entregas de sagas ya exprimidas antes. Y con los recursos tecnológicos al alcance de cualquiera, ya no distinguimos qué es animación y qué es acción real, qué personajes responden al talento de los actores y cuáles al de diseñadores e ingenieros.
Algunos ejemplos: las películas de Avatar (la tercera va en camino) ¿son animación? Lo que vemos la mayor parte del metraje son unos extraños seres humanoides azules y espigados en paisajes de selva y mar idílicos pero claramente artificiales. De ahí sale un producto deslumbrante en su estética, pero nada realista. No es animación, sostiene el director James Cameron; hasta afirma que eso no le interesa. Él reivindica a los actores que hacían sus papeles en un estudio aunque nada de su físico real, apenas algo de sus gestos y movimientos, se parezca a lo que vemos en la pantalla.
¿Qué es Mufasa: El rey león, la precuela del clásico de Disney que se estrenará este verano? Es lo que llaman en inglés remakes live-action, una especie de realidad virtual hiperrealista de la que abusa ahora la marca del ratón Mickey sin lograr repetir la magia que tuvo. Y ¿es acción real la de una saga, por lo demás prescindible, como Godzilla y Kong? Es dudoso: los protagonistas son dos monstruos gigantescos recreados digitalmente, como buena parte de lo demás.
Los más avanzados efectos visuales dejan de sorprender al convertirse en rutinarios. Por eso tiene mérito que todavía se hagan joyas artesanales. Se encuentra uno con Robot Dreams, la película de animación de Pablo Berger que compitió hasta el final por un Oscar en marzo y ahora ofrece Movistar+. Se agradece el mimo con que se realizó en la animación 2D, la de toda la vida. Tenemos unos personajes entrañables y simplificados, como de tebeo (basados en un cómic de Sara Varon), y unos escenarios, los del Nueva York decadente de los primeros ochenta, primorosamente dibujados, como hacía Hergé, el autor de Tintín, en lo que se llamó la línea clara.
Lo que hace diferente a Robot Dreams no es solo su belleza visual: es un guion que destaca por la ternura y la poesía, que habla de la amistad y la separación, de la soledad en la gran ciudad, de lo frágil de las relaciones humanas, aunque aquí todos los vecinos de la Gran Manzana sean animales antropomorfos salvo algún robot como el protagonista. Y para lograr eso el filme no necesita palabras (no oímos más palabras que las letras de las canciones de su excelente banda sonora) ni fanfarria digital. La historia penetra en el espectador, transmite emociones que las máquinas todavía no entienden. Cuando ya no sea posible distinguir animación de acción real, porque casi nada será real en el cine, recordaremos Robot Dreams.
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