Lobos con piel de cordero
Lo peor es que siempre les irá bien, porque la gentuza tiene un código de honor para no ser el próximo Rubiales
Ha vuelto a pasar. Alguien (generalmente una mujer) vive algún tipo de agresión o microagresión. El público reacciona al principio poniéndose del lado de esta persona, y en breve el asunto toma un cariz político que troca en una chirigota donde florecen egocéntricos, oportunistas, caraduras y troleros. A más años tiene una, más casos conoce.
Tras el momento de suprema gañanería de Rubiales surgió el hashtag #SeAcabó, donde deportistas y periodistas deportivas nos contaron que el ambiente del ramo es parejo al de la barra de un lupanar de carretera. Al poco salió el caso de los entornos culturales. Nada nuevo que no haya pasado y se haya justificado toda la vida. La simpatía es un facilitador de la falta de respeto, y la buena educación del que está enfrente es el catalizador.
Al sumar experiencias vitales aprendes a ver a la legua al mentiroso, taimado, y oportunista. El cínico que se regodea desde su inmensa cara de cemento armado. Los impresentables a los que has visto reír las gracias más machistas, racistas, homófobas. Los asquerosos que se reían de mendigos, tuertos y prostitutas o que ridiculizaban la inestabilidad mental de algún infeliz.
Siempre son los que se ponen en primera fila de las protestas. Ahí les verán, escribiendo soflamas y filípicas, haciendo de portavoces de partidos políticos. Nunca les verán, por ejemplo, cuando haya un problema en el trabajo. Y lo peor es que siempre les irá bien, porque la gentuza tiene un código de honor para no ser el próximo Rubiales. Un pacto entre lobos con piel de corderos.
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