Barbie Pedroche
Hay que fustigar a Cristina Pedroche por tener ayuda para mantenerse en forma, no como Brad Pitt, que con 59 años sigue arrebatadoramente bello por cenar antes de las ocho, beber dos litros de agua y caminar ligero como Rajoy
Me sorprendía que una película tan conservadora y autocomplaciente como Barbie fuese tildada de transgresora e incluso de “bomba contra el patriarcado” y un amigo que trabaja con adolescentes me iluminó: estamos involucionando. Lo sabe, lidia a diario con la reafirmación de unos roles que creíamos superados. Eso explica que haya quien se emocione ante el discurso de America Ferrera mientras a mí me sonrojó escuchar a estas alturas que las mujeres no tienen que ser perfectas. Acabáramos. Hay más feminismo en cualquier viñeta setentera de Mafalda que en las dos horas de Barbie, mensajes más osados en La costilla de Adán, que tiene ochenta años, o en Tootsie, y si tengo que elegir una arenga prefiero a Kathy Bates en Tomates verdes fritos poseída por el espíritu de Towanda.
No pensaba malgastar una columna hablando del insustancial publirreportaje de Mattel y menos criticando su raquítico mensaje, tal como están los tiempos mejor que remen a favor, pero Cristina Pedroche se levantó sintiéndose estupenda y el beatífico manto rosa sororidad del verano se transformó en verdosa bilis. El estricto tribunal que entrega hoy el título de feminismo premia que una mujer haga gala de sus imperfecciones, pero no que se vanaglorie de su lozanía. Y mucho menos de poder pagársela con su dinero. La modestia elevada a virtud cardinal. La acusan de privilegiada, porque ahora es un insulto, y la fustigan por tener ayuda para mantener su belleza, no como Brad Pitt, cuyo esplendor a los 59 años, festejado hasta en los informativos, se debe a que cena antes de las ocho, bebe mucha agua y camina ligero como Rajoy. “Tienes que estar guapa, pero no tanto como para amenazar a otras mujeres”, se lamenta Ferrera, y resulta que su mensaje no es tan obvio como creía.
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