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Columna
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‘Diamantes turbios’, mafia y religión en Amberes

La serie de Netflix muestra que la turbiedad surge en muchos ámbitos, desde el sentimental al familiar, aunque la espoleta de todas las explosiones sea el maldito parné

Kevin Jannsens, en un capítulo de 'Diamantes turbios'.Foto: NYK DEKEYSER
Ángel S. Harguindey

Tras ver los ocho capítulos de la interesante Diamantes turbios (Netflix) surgen dos conclusiones indiscutibles: que en todos aquellos lugares donde hay riqueza, hay mafias, y que la serie belga creada por Rotem Shamir y Yuval Yefet equivale a un máster en las prácticas religiosas de los judíos ultraortodoxos, algo previsible pues los dos trabajaron conjuntamente en la serie israelí Fauda.

En Amberes, calificada como “capital mundial de los diamantes”, transcurren las peripecias de los Wolfson, una familia respetada que hace décadas se dedica al mencionado negocio. Una serie de decisiones empresariales desafortunadas, originadas por la ludopatía del más joven de ellos, la sitúan en una complicada situación financiera, es decir, quedan expuestos a la voracidad implacable de los competidores y de la mafia albanesa, al parecer, la dueña y señora de la delincuencia local.

Quizá la característica que la diferencia de los thrillers tradicionales sea el componente religioso: la gran mayoría de los comerciantes son judíos ultraortodoxos por más que sus convicciones espirituales, permanentemente presentes en todos los capítulos, las simultaneen con un pragmático materialismo monetario. “La pela es la pela”, que decía el clásico.

La agobiante situación de los Wolfson, asediados en todos los frentes posibles y con unas notables interpretaciones de Kevin Janssens, Ini Massez y Robbie Cleiren en los papeles protagonistas, se ve incrementada por la obsesiva actitud de una inflexible e implacable fiscal dispuesta a desentrañar todas las ilegalidades del negocio sin poner reparos a las prácticas más mezquinas para conseguir sus fines, incluido el chantaje. Diamantes turbios muestra, como no podía ser de otra forma, que la turbiedad surge en otros muchos ámbitos, del sentimental al familiar, aunque la espoleta de todas las explosiones sea el maldito parné.

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