La Liga de los hombres (muy) ordinarios
El documental retrata a tipos bastante ordinarios blanqueados por periodistas que llamaban “carácter” a la mala educación, “fuerte personalidad” a sus actitudes de matones y “amor por los colores” a lo que años después los juzgados consideraron malversación
Cuenta Mónica Marchante en La liga de los hombres extraordinarios (Movistar Plus+) que un día, mientras trabajaba, un tipo le espetó: “¿coges todo tan bien como el micrófono?”. No eran los tiempos de Mari Carmen Izquierdo —inciso para suplicar que alguien dedique una serie, película o documental a su imprescindible figura—, pionera de la presencia femenina en el periodismo deportivo, sino el final de los ochenta, cuando las mujeres no eran ya una anomalía en ningún mercado laboral. Hay, además de machismo, racismo y homofobia, la sorprendente revelación de que en los noventa las mujeres tenían prohibido el acceso a palcos como el del Real Madrid de Sanz o el del Betis de Lopera.
El documental retrata a un puñado de hombres bastante ordinarios blanqueados por periodistas que llamaban “carácter” a la mala educación, “fuerte personalidad” a sus actitudes de matones y “amor por los colores” a lo que años después los juzgados consideraron malversación. Dicen algunos, con cierta nostalgia inexplicable, que los grotescos sucesos que se narran son acordes a la sociedad del momento, que “eran otros tiempos”. Lo pongo en duda, no recuerdo que en los noventa que viví la homofobia, el machismo y el racismo se ejerciesen con luz y taquígrafos, ese privilegio se concedía únicamente a un puñado de tipos para los que algunos periodistas ejercieron de paraguas y altavoz e incluso convirtieron en iconos pop a fuerza de reírles una gracia que no tenían.
Hay un exabrupto especialmente penoso, una periodista le afea a Gil que llegue tarde a una rueda de prensa y él la trata con una condescendencia vergonzosa ante las risas cómplices de los compañeros. Esa complicidad fue la que dio alas a personajes muy dañinos, y “otros tiempos” el biombo tras el que ahora algunos esconden la vergüenza de haber aceptado lo inaceptable.
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