Un gran poder conlleva una gran corrupción
La última temporada de ‘The Boys’ es un certero retrato de un mundo dominado por las ‘fake news’ y la paranoia
“¿Un gran poder conlleva una gran responsabilidad? ¡Tonterías! Un gran poder conlleva una gran corrupción” fue lo que dijo Howard Chaykin en una entrevista sobre su —entonces— nueva publicación, Power & Glory, un comic satírico sobre marketing y superhéroes. Y la primera vez que vi una imagen de Patriota, villano supremo de la serie de Amazon Video The Boys, no esperaba mucho más que un plagio soterrado de aquel olvidado comic de mediados de los noventa.
La frase “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad” está muy relacionada con Spiderman, el primer gran héroe adolescente de la Marvel. Pensar que el poder sirve para el bien o para el mal no difiere mucho de pensar que el mercado se autorregula de forma justa sin necesidad de control: depende en buena medida del optimismo de cada uno.
En The Boys el poder sirve básicamente para corromper, pero el contrapoder no es mejor que eso. Los 22 años que han pasado desde Power & Glory nos enseñan una sociedad más maleable que aquella que creía en “La astrología, la reencarnación, y la infancia interior”. The Boys es una serie muy destacable y, a mi entender, bastante más interesante que los centrifugados de tendencias y estudios de mercado que se encuentran en los superhéroes de siempre. Esta tercera temporada no tiene ningún momento tan brillante como aquel capítulo de la segunda en el que asistíamos a la radicalización de un joven del QAnon. Sin embargo, toma los acontecimientos de los últimos dos años para ofrecer ocho horas de diversión, suspense, y algo de humor para retomar algunos aspectos olvidados de los secundarios. Un cierre (abierto) para una serie que no se avergüenza de ser entretenimiento puro. Es curioso que algo tan denostado por la alta cultura como los superhéroes sea uno de los mejores termómetros para ver cómo va el mundo.
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