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Columna
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‘El pacto’ o el poderío del guion

Sospechosas habituales, chantajes, pequeños idilios, inspectores tenaces... la serie es todo un alarde de ingenio en una industria del entretenimiento curtida en mil batallas como es la británica

Una imagen del primer capítulo de 'El pacto'.
Ángel S. Harguindey

El pacto (en HBO Max) es un ejemplo del guion considerado como una de las bellas artes. Seis episodios que la adocenada costumbre califica de miniserie, por más que cerca de seis horas parecen más que suficientes para contar una historia audiovisual. Un reparto poco conocido, unas localizaciones anodinas y, sin embargo, el resultado es más que interesante. Es la grandeza de un buen guion.

Cuatro amigas que trabajan en un pueblo del sur de Gales en una pequeña y arraigada cervecera, están hartas de la prepotencia chulesca del joven empresario, hijo del anterior empresario (ya se sabe del regusto británico por el respeto a las líneas dinásticas). Borracho perdido en la fiesta del centenario de la fábrica, deciden gastarle una broma pesada: le llevan a un bosque cercano y le dejan tirado. Poco después, arrepentidas, vuelven. El joven empresario está muerto. Con el pacto de silencio que deciden las cuatro comienza realmente la historia.

Sospechosas habituales, chantajes, pequeños idilios, inspectores tenaces... todo un alarde de ingenio en una industria del entretenimiento curtida en mil batallas como es la británica y en la que, naturalmente, no podían faltar los MacGuffin del maestro Hitchcock, ese jugar inteligentemente con el espectador para que siga pegado al sofá o a la sala de butacas. Estrenada por BBC One, El pacto demuestra que la lealtad al producto no depende de los efectos especiales sino del oficio de su creador, en este caso Pete McTighe que, curiosidad wikipédica, se informa que fue invitado al equipo de guionistas de Neighbours (Vecinos), en el que escribió el episodio 6.000 que conmemoraba el 25º aniversario de la serie, de los 8.527 que constaban en sus 35 temporadas. No somos nadie.

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