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Columna
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‘The Newsreader’, el talento de los guionistas

Es esa lección sobre la conjunción de lo particular y lo general lo que hace de la serie australiana un excelente producto

Anna Torv y Sam Reid en 'The Newsreader'.
Ángel S. Harguindey

El regador regado o cómo los informativos de la televisión se convierten, una vez más, en una serie de televisión. Es el caso de The Newsreader, una inteligente trama australiana que muestra los entresijos de una Redacción audiovisual de noticias.

Cada capítulo de los seis de que consta la serie (COSMO) se basa en un hecho trascendente de 1986: desde la expectación por el paso del cometa Halley a la catástrofe nuclear de Chernóbil, entreverado con complicadas historias sentimentales, las habituales mezquindades que se dan en los colectivos humanos, la homofobia o la vanidad encubierta de una reivindicación del profesionalismo periodístico.

Nada que ver con una hipotética serie sobre los informativos españoles, de Telecinco, por ejemplo, en los que los hechos trascendentales abarcarían desde cualquier declaración elemental y tópica de cualquier político mediocre a un accidente de tráfico en una autopista china, sin olvidarnos del último caso de corrupción de algún mangante —aristócrata o plebeyo— con el dinero de las arcas públicas o las imágenes de la última guerra en las que el análisis causal se sustituye por el cruel morbo mientras los espectadores se toman la sopa.

En el caso de la serie australiana, con una producción discreta, una buena ambientación y un reparto funcional, lo que sobresale es el talento de unos guionistas, Michael Lucas, Niki Aken, Jonathan Gavin y Kim Ho, capaces de entretener mientras muestran con habilidad y sensibilidad problemas como las ignorantes reacciones sociales ante los primeros casos de sida o la manipulación soviética ante el desastre de Chernóbil, sin despreciar las historias personales en un colectivo reducido. Es esa lección sobre la conjunción de lo particular y lo general lo que hace de The Newsreader una excelente serie.

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