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Columna
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De la ficción a la indignidad

‘La chica de Oslo’ es una serie notable que habría conseguido la excelencia si en lugar de 10 capítulos hubieran sido seis u ocho

Una imagen de la serie 'La chica de Oslo'.
Ángel S. Harguindey

La RAE define el popurrí como “Mezcla extraña y confusa, y algunas veces ridícula”. Exactamente lo que ocurre en la mente del telespectador cuando contempla varias series y algún programa del corazón.

La chica de Oslo (Netflix) nos sitúa directamente en el interminable conflicto entre árabes e israelíes, con el añadido de la joven noruega que decide pasar sus vacaciones en Israel donde es secuestrada por una célula del Estado Islámico, lo que a su vez motiva el que viaje a la zona su madre, quien oculta un secreto que se desvelará a lo largo de los 10 capítulos de su primera temporada. Una notable serie que habría conseguido la excelencia si en lugar de 10 capítulos hubieran sido seis u ocho. Alargar una serie no es sinónimo de calidad, más bien exigencias de la cadena.

Todas las criaturas grandes y pequeñas (Movistar Plus+ y Filmin) es otro concepto del entretenimiento. Nada de conflictos nacionalistas ni fanatismos. Narra las venturas y desventuras de James Herriot, un ayudante del veterinario de Darrowby (Yorkshire), un apacible pueblo de la campiña inglesa en el que el ganado es tan importante o más que las personas. Amable serie británica que en su promoción la sitúan en la línea de Los Durrell, lo que está bien visto.

De la tercera temporada de Operación Éxtasis (Netflix) basta decir que es tan buena, o mejor, que las dos estupendas temporadas que la precedieron. Queda por último señalar algún ejemplo ridículo para completar el popurrí: cualquier programa “del corazón” en el que Telecinco es la reina de la casa, un estilo que raya con la indignidad cuando no la crueldad: ahí está el despellejamiento del yerno del Emérito, de una abogada vitoriana y de su marido.

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