_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El alcoholismo chic y mono

Las neoborrachas de Netflix y HBO viven la caída a los infiernos como una bajada en escalera mecánica al parking de un centro comercial tras una tarde de compras

Foto: Anya Taylor-Joy en un instante del quinto capítulo de 'Gambito de Dama'. Video: tráiler de la serie
Sergio del Molino

Cuando el mayor Strasser, en Casablanca, le preguntó a Rick su nacionalidad, este respondió: “Drunkard”, borrachuzo. En otra peli, el gordo Gutman elogió la forma de beber de Sam Spade, sin que sepamos si elogiaba al personaje o al actor, pues Bogart no tenía que prepararse mucho ese aspecto de sus personajes. Le salía muy natural lo de embaularse vasos palmeros de whisky.

En Eva al desnudo, Marilyn Monroe tiene un papel cortísimo, la mitad del cual consiste en intentar alcanzar con la mano una copa que otro personaje se ha ofrecido a traerle. “Perdona, querida, me había olvidado”, se excusa él. “Yo no”, responde ella, con un ansia inocente, premonitoria y autorreferencial.

Muy lejos de estos modelos clásicos, se impone hoy un alcoholismo chic, en femenino y estilizadísimo, que encarna la Beth Harmon de Gambito de dama, y ahora también, aunque con menos éxito, el personaje de Kaley Cuoco en The Flight Attendant, una comedia de misterios a lo Agatha Christie. En ambos casos el alcoholismo es mono, está fotografiado como si fuera una portada del Vogue y presenta la caída a los infiernos como una bajada en escalera mecánica al parking de un centro comercial tras una tarde de compras. A la azafata Couco, al menos, le pintan unas ojeras y la despeinan. A la ajedrecista, ni eso.

Bogart y Monroe también estilizaban un alcoholismo del que solo se nos enseñaban los cócteles y los escotes, pero no la sangre en la orina ni los vómitos. Sin embargo, había en sus tragos una verdad que no encuentro en aquellas series, y no creo que se deba a que Bogart y Monroe también fuesen borrachos fuera de plano, sino a que sus personajes cargaban con un peso y una oscuridad que en las neoborrachas de Netflix y HBO parecen felpa y almidón para rellenar el vestuario.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_