El alcoholismo chic y mono
Las neoborrachas de Netflix y HBO viven la caída a los infiernos como una bajada en escalera mecánica al parking de un centro comercial tras una tarde de compras

Cuando el mayor Strasser, en Casablanca, le preguntó a Rick su nacionalidad, este respondió: “Drunkard”, borrachuzo. En otra peli, el gordo Gutman elogió la forma de beber de Sam Spade, sin que sepamos si elogiaba al personaje o al actor, pues Bogart no tenía que prepararse mucho ese aspecto de sus personajes. Le salía muy natural lo de embaularse vasos palmeros de whisky.
En Eva al desnudo, Marilyn Monroe tiene un papel cortísimo, la mitad del cual consiste en intentar alcanzar con la mano una copa que otro personaje se ha ofrecido a traerle. “Perdona, querida, me había olvidado”, se excusa él. “Yo no”, responde ella, con un ansia inocente, premonitoria y autorreferencial.
Muy lejos de estos modelos clásicos, se impone hoy un alcoholismo chic, en femenino y estilizadísimo, que encarna la Beth Harmon de Gambito de dama, y ahora también, aunque con menos éxito, el personaje de Kaley Cuoco en The Flight Attendant, una comedia de misterios a lo Agatha Christie. En ambos casos el alcoholismo es mono, está fotografiado como si fuera una portada del Vogue y presenta la caída a los infiernos como una bajada en escalera mecánica al parking de un centro comercial tras una tarde de compras. A la azafata Couco, al menos, le pintan unas ojeras y la despeinan. A la ajedrecista, ni eso.
Bogart y Monroe también estilizaban un alcoholismo del que solo se nos enseñaban los cócteles y los escotes, pero no la sangre en la orina ni los vómitos. Sin embargo, había en sus tragos una verdad que no encuentro en aquellas series, y no creo que se deba a que Bogart y Monroe también fuesen borrachos fuera de plano, sino a que sus personajes cargaban con un peso y una oscuridad que en las neoborrachas de Netflix y HBO parecen felpa y almidón para rellenar el vestuario.
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