El sublime arte de vivir del aire
La virtud de la ciudad mediterránea, decía Javier Reverte, era su capacidad de acoger a todos los buscavidas
Había en mi pueblo un dizque poeta, simpático y caradura, al que se le habían agotado las formas de vivir de su cuento. La ciudad se había europeizado por completo: ya no le fiaban y no le quedaban almas cándidas a las que dar un sablazo o pedir trabajillos para ir tirando. Una amiga le recomendó mudarse a Granada, el último reducto donde un buhonero podía vivir del aire, según ella. El poeta marchó a Granada, pero volvió a los meses, sin haber rascado un real. A su regreso, la amiga sentenció: si ni en Granada se puede vivir del aire, ya no queda nada de mi España.
Decía Javier Reverte en Corazón de Ulises que la virtud de la ciudad mediterránea era su capacidad de acoger a todos los buscavidas, a quienes no les faltaba un plato caliente ni una esquina en una plaza. Hablaba de Grecia, pero valía por todo el Mediterráneo. Nunca fueron tan amables como se los ha pintado, aunque es cierto que aquellos puertos tendían redes comunitarias que ponían las cosas fáciles a quienes lo tenían más difícil.
Como antídoto de tantas cosas, he vuelto a ver Seinfeld y pienso mucho en el personaje de Kramer, un jeta de quien no se conoce oficio que vive de saquear la nevera del vecino. Nueva York no es precisamente una isla griega y cuesta creer que Kramer pudiera pagar un alquiler en Manhattan ni siquiera a finales del siglo XX, cuando la gente normal podía pagarlos, pero quien concibió su personaje tiene un fondo humanista muy mediterráneo. Si un vago puede vivir del aire, significa que la ciudad es habitable para todos. Cuando paseo por mi barrio y contemplo los negocios que tal vez no vuelvan a abrir, pienso en los poetas y los Kramer y me pregunto qué será de todos nosotros sin ellos.
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