Albert Rivera, el perdedor de éxito
Durante todo el día, desde la presentación de su libro por la mañana, contó tanto la historia de su derrota y lo poco que le traumatizó que si llega hablar de ella un minuto más en ‘El hormiguero’ nos empezaremos a preocupar
A Albert Rivera dejar la política le ha rejuvenecido. Apareció este martes en El hormiguero con camiseta blanca y chaqueta azul, que no te imaginas así ni loco a Sánchez, a Casado, o a Iglesias, y no digamos a Abascal, o Torra. Era su primera aparición pública tras dimitir como líder de Ciudadanos en noviembre de 2019 y venía a contarnos cómo dejar la política ha sido lo mejor que le ha pasado en su vida. Es verdad que ningún político español se ha ido tan joven queriendo, sin que le echen, y en esos casos lo que hacían era desaparecer. Su trayectoria es anómala, porque no es un estadista jubilado que se dedicará a dar conferencias, tiene 40 años, todavía está en la flor de la vida y se ve que le va la marcha. ¿Cómo va a desaparecer Rivera así como así? En su segunda reencarnación será simplemente famoso, y será mejor que nos hagamos a la idea. Esta semana de escaparate intensivo lo demuestra, y el viernes va a casa de Bertín Osborne. Lo normal es que alguien aproveche su tirón o su momento para hablar de un libro que presenta. Rivera es al revés, saca un libro pero en realidad es para presentarse él, no sea que se nos olvide. Es un nuevo Rivera entre Paulo Coelho y el presidente de una firma de abogados.
Durante todo el día, desde la presentación de su libro por la mañana, contó tanto la historia de su derrota y lo poco que le traumatizó que si llega hablar de ella un minuto más nos empezaremos a preocupar. Resulta que ya planeaba su dimisión durante la campaña electoral, aunque no era consciente, fue haciendo su discurso de dimisión en los ratos tontos, como en escritura automática: “La verdad es que me encontré notas del móvil de lo que iba escribiendo”. Su pulsión secreta era mandar todo a la porra, ahora se explican las cosas que hacía. En el programa estuvo más relajado, sin muecas nerviosas, y sobre todo sin tener que estar pendiente de sacar gráficos y recortes de periódico, como en los debates. Fue un relato ingeniosísimo de cómo un perdedor se puede presentar como revolucionario, solo por lo bien que se fue. Un final que abre un mundo de posibilidades, en el sector privado, como repitió muchas veces. Llegó a decir que la dimisión fue una liberación, con Bertín incluso dirá –ya se ha adelantado ese fragmento- que había perdido la felicidad y el fracaso electoral se la devolvió. Muchos españoles tendrán la satisfacción de haber ayudado a un hombre a realizarse y ser feliz. Pablo Motos puso cifras a esa buena acción con una pregunta inocente: “Pero ¿cómo pierdes 2,3 millones votos en tres meses?”. Ya, cómo. Intentó explicarlo. Dijo que no supo desenmascarar a Sánchez, que es lo más fácil del mundo desde hace años, lo hacemos todos los días. Si el fracaso electoral da la felicidad, estamos ante una de las generaciones más felices de la historia: Sánchez y Casado han sacado los peores resultados de sus partidos. Es para preguntarse lo desgraciado que habría sido Rivera si hubiera ganado las elecciones, de la que se ha librado. Un ciudadano libre, es el título del libro. “Te digo una cosa Pablo, yo soy un hombre libre”, comentó.
Con todo, y aunque ya esté de vuelta, para un político debe de ser extraño que cuando el público se exalta y se muestra más agradecido sea cuando recuerdas tu marcha: “No pasa nada, se puede dimitir señores, no es un verbo ruso, cuando no salen bien las cosas uno coge y se va, y yo me fui”. Ahí estalló el primer aplauso, se ve que es un pueblo ávido de dimisiones, que sueña con ellas como con la lotería. Ay, si todos fueran como Rivera, dimitiendo sin problemas. Es como el país que pudo ser y no fue, así se ve él. Aunque era para pensar que el plan es seguir ahí, sin irse realmente, y cuando todos estos infelices de su quinta que siguen en política se quemen, volver como si alguna vez se hubiera ido. Muy distendido (dijo muchas veces “joder”), no pudo evitar sin embargo algunos ramalazos de su vida anterior. Citar la tienda de su madre y a los autónomos sigue siendo uno de sus hits, el martes incluso en la misma frase: “Mi madre ha cerrado la tienda con la crisis, como muchos autónomos”.
Parte de la conversación giró en torno a su vida privada, con la cantante Malú, y reclamó con toda la razón su derecho a la intimidad, para poder ir a la playa con su familia o con la hija al médico sin que le persigan los fotógrafos. El final fue un poco raro, parecía una demostración de teletienda, no estaba a la altura de los grandes retos que seguramente le esperan. No se sabe por qué le sacaron un robot social que cambiaba de cara y voz, y luego pusieron su cara en una caña de cerveza negra, se movía en la espuma como un icono pop. Rivera desde luego vive en un mundo paralelo, pero es que se le ve tan feliz.
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