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Columna
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Los últimos días de Checoslovaquia

La corrupción resulta más difícil de erradicar que las dictaduras, como demuestra la serie ’Línea roja’

Una imagen de la serie 'Línea roja'.
Una imagen de la serie 'Línea roja'.
Ángel S. Harguindey

La muy correcta serie checa Línea roja (Amazon Prime Video) aporta un valor añadido a una trama sobre el tráfico de armas, las mafias locales y su secuela de asesinatos: las luchas y contradicciones políticas a escasos días de la división de Checoslovaquia en dos naciones independientes el 1 de enero de 1993, una división pacífica y pactada en la que subyace el instinto de supervivencia del antiguo régimen comunista y la esperanza del relevo democrático.

Dos jóvenes estudiantes desarrollan un sistema de medición de pasos de trenes por una estación secundaria con lo que descubren la desaparición de varios vagones repletos de armas y municiones de la ya disuelta Unión Soviética en su regreso a Rusia. Poco después uno de ellos aparecerá muerto y el otro, huido. El teniente fiscal Redl se involucra en la resolución del asesinato del joven, una investigación que paulatinamente le llevará al tráfico de armas de las mafias locales y a la corrupción que impera entre algunos miembros de la extinta Seguridad del Estado, con el general Ference a la cabeza, procesado por diversos crímenes y representante ejemplar de la nomenklatura comunista.

Días convulsos en un país con Dubček como presidente del Parlamento y Vaclav Havel como presidente, líderes de la llamada Revolución de Terciopelo. La serie ofrece una mirada sincera, incluso ecuánime, sobre una Checoslovaquia que había celebrado un par de años antes las primeras elecciones libres y pluripartidistas desde 1946. Los Billy el Niño checos conviven con policías y juristas honrados pero Línea roja, sin duda por su afán realista, se aleja de cualquier conclusión excesivamente esperanzadora para un país que lleva ya tres décadas de sistema democrático. La corrupción resulta más difícil de erradicar que las dictaduras.

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