Por qué la sostenibilidad importa tanto a una marca de ropa modesta como a una multinacional financiera
La recuperación de la economía debe ser sostenible, digital e inclusiva. Tres palancas indivisibles que deben guiar las acciones individuales y de las empresas, según han analizado los expertos del evento Retina Reboot en colaboración con Banco Santander. Progresos digitales para un compromiso de fidelidad con el planeta
Camisetas a tres euros, moda de usar y tirar cada temporada, tiendas de ropa barata que crecen a ritmo de vértigo en nuestras ciudades, colas interminables de clientes que compran impulsivamente y sin control. Crecimiento, ventas, cuentas de resultados, dinero que entra y sale en un modelo de negocio, el low cost, que de barato tiene poco. “Es lo más caro que hemos inventado nunca, porque el gasto social y medioambiental es demasiado alto. El crecimiento desmedido nos ha llevado a un paso de estar a punto de acabar con el planeta”, razona la diseñadora Kavita Parmar.
Un día, escandalizada de ver el rumbo que tomaba la industria textil, decidió combatir al sistema y remar a contracorriente. Para ello fundó IOU Project, su propia marca, comprometida con cada uno de los implicados en el proceso de confección y el respeto de su entorno. Porque más que una palabra manida, para Parmar la sostenibilidad supone una búsqueda de equilibrio con nosotros mismos y con el mundo que habitamos. Que el 15% de las prendas que se fabrican nunca sean utilizadas por nadie y terminen incineradas o enterradas demuestra hasta qué punto el impacto ambiental puede tener consecuencias irreversibles.
El modelo de negocio de IOU Project consiste en seguir la trazabilidad de la ropa y conocer quién ha confeccionado cada prenda. Eso es posible gracias a un código QR que cuelga en cada etiqueta: al escanearlo, el cliente puede saber dónde se ha plantado el algodón, qué artesano lo ha tejido y quién lo ha teñido. “¿Por qué no contar historia de los productos que consumimos? Nos debemos dar cuenta de que las cosas no son de usar y tirar, que hay seres humanos detrás y que todos los actos de consumo tienen un efecto directo en la vida de las personas”, explica.
Kavita Parmar fue una de las ponentes del evento inaugural Retina Reboot, una iniciativa de El País Retina con la colaboración de Banco Santander, en la que se analizó el rol que jugará la tecnología en la salida de la crisis. El evento se enmarca dentro de Visión Radar Pyme, un proyecto que en los próximos meses mostrará a los lectores de El PAÍS una mirada a los futuros posibles y al impacto que las decisiones que tomemos hoy tendrán en el mundo del mañana.
Como demuestra la estrategia de IOU Project, la sostenibilidad es una palanca esencial que debe guiar la recuperación de la economía global en la era post-covid. Tanto es así, que hoy en día se ha convertido en una de las piedras angulares de las estrategias de grandes empresas y pymes. También muchos nuevos modelos de negocio, basados en la tecnología, apuestan por la sostenibilidad. Una de ellas es Jeanologia, otra empresa que también opera en la industria textil. Con sede en Valencia, esta compañía desarrolla tecnología disruptiva capaz de aumentar la productividad al mismo tiempo que reduce el consumo de agua, elimina residuos y emisiones contaminantes. Algo especialmente importante en una industria que es de las más tóxicas del planeta, responsable del 20% de la contaminación de las aguas y del 10% de las emisiones de CO₂. Jeanologia está presente en 61 países. Más del 35% de los 5.000 millones de pantalones vaqueros producidos cada año en el mundo se fabrican con sus máquinas. Solo el año pasado, su tecnología ahorró más de 15,4 millones de metros cúbicos de agua, ya que puede pasar de producir prendas con 100 litros de agua a hacerlo con cinco, manteniendo la calidad del producto.
“Nuestra misión es crear una industria textil ética, sostenible y eco-eficiente. Acompañamos a nuestros clientes en su proceso de cambio y les aportamos valor en cada acción. Era y es necesario un cambio de mentalidad, la sociedad y el planeta lo están pidiendo”, señala su directora de marketing, Carmen Silla. Sostenibilidad, digitalización y automatización son los tres pilares sobre los que se asienta este nuevo modelo productivo que propone Jeanologia. Sus responsables coinciden con Kavita Parmar en que las personas y el planeta son lo primero. “Creemos en la empresa como motor hacia un mundo mejor, hacia una nueva forma de hacer negocios, en la que el objetivo final no se centra únicamente en el beneficio económico”, incide Silla.
Algo parecido ocurre con Greenfield, una empresa dedicada a la agricultura de precisión ubicada en Badajoz que ayuda a través de la tecnología a que las explotaciones agrarias sean más competitivas y sostenibles. Para ello, sus ingenieros analizan los cultivos con imágenes de satélite y drones, georradares, sensores, muestras físicas… Con los datos obtenidos en el campo y mediante modelos predictivos con IA, realizan un tratamiento geoestadístico del que extraen información útil y sencilla no solo de la situación actual de los cultivos, sino también sobre problemas que aún no se han detectado. Eso permite a los agricultores y a la industria alimentaria anticiparse a lo que está por venir. “Suministramos esta información objetiva y cuantificada para facilitar la toma de decisiones. El objetivo es que los agricultores sean más rentables, más competitivos y usen menos recursos medioambientalmente sensibles”, explica uno de los técnicos de Greenfield, Fabián Lozano.
Tecnología con base humana
Que la recuperación de la economía debe ser sostenible es más que una evidencia. Pero con eso no basta. Porque la sostenibilidad implica un reseteo de mentalidad, un cambio profundo que supone modificar comportamientos para comprender el mundo de otra manera. “Y ahí la transformación digital es vital. Tenemos que reinventar tantas cosas y hacerlas de forma tan distinta que el componente de transformación tecnológica va a jugar un papel clave”, reflexiona la directora global de Banca Responsable de Santander, Lara de Mesa.
En ese proceso, la inteligencia artificial (IA) adquirirá un protagonismo mayúsculo. Su aportación se extenderá a casi todos los ámbitos de la ciencia y el saber: la salud, el lenguaje, las finanzas, la protección civil, las comunicaciones, los medios de información... Pero para que esos avances que implica la IA sean positivos para el progreso, no se debe olvidar nunca que, en última instancia, los que programan los algoritmos y las máquinas son seres humanos, personas de carne y hueso. “Lo último que queremos es perder el carácter humano que nos define. Si eso ocurre, perdemos la esencia misma de lo que estamos intentando hacer. Si aplicamos solo criterios de ingeniería o ciencia en el desarrollo de nuevas herramientas tecnológicas, eliminamos la visión de hacia dónde queremos llegar como sociedad”, reflexiona la directora de Estrategia de Investigación Google AI, Pilar Manchón.
Consciente de que estos nuevos horizontes pueden provocar cierta reticencia al cambio en millones de personas, Manchón apela a la educación para mitigar esos miedos, que considera lógicos. “Cualquier herramienta puede ser utilizada por los humanos para bien o para mal. Por eso hay que educar bien a la población, a las empresas que la utilicen, a los propios desarrolladores que a lo mejor no conocen cómo funciona el algoritmo en su totalidad”, opina. Porque si como personas no somos perfectos, las herramientas que generemos tampoco lo serán. De ahí que se necesite “sentido común” para desarrollar la normativa que regule el buen uso de las herramientas tecnológicas, pues serán clave en la transformación de la sociedad.
Los expertos coinciden, además, en que la recuperación debe ser inclusiva, diversa, con oportunidades para todos. Nadie tiene que quedar fuera, porque solo de esa manera podrá ser justa. Y eso pasa, en opinión de la abogada y activista Renata Ávila, por abandonar el neocolonialismo tecnológico y fortalecer las comunidades locales. Ávila denuncia que la ciudadanía del mundo “ha sufrido una expropiación de las posibilidades digitales” debido a la acción sostenida de los gigantes tecnológicos y a la dejadez de un sector público que dejó de invertir y de creer en una infraestructura pública digital.
Combatir el abismo digital
Hoy ya no hay dudas: la tecnología juega un rol vital en cada aspecto de nuestras vidas y la recuperación puede ser la oportunidad de recuperar una esfera digital, que debe ser inclusiva y sostenible. “Debemos invertir y construir una tecnología distinta para que nadie se quede atrás. Estas exclusiones y desigualdades se combaten con diseños y con principios que se acerquen a las personas desde su bienestar y promuevan las sanas interacciones sociales”, apunta.
Si aplicamos solo criterios de ingeniería o ciencia en el desarrollo de nuevas herramientas tecnológicas, eliminamos la visión de hacia dónde queremos llegar como sociedadPilar Manchón, directora de Estrategia de Investigación Google AI
Porque uno de los mayores fallos de los últimos tiempos es que se han desarrollado herramientas tecnológicas homogéneas que no han tenido en cuenta todas las aristas. Eso ha llevado a un abismo digital entre generaciones, con abuelas y abuelos incapaces de manejar algunas aplicaciones por puro analfabetismo digital. “Debemos repensar cómo se están invirtiendo los fondos públicos en la tecnología que se nos impone como ciudadanos. Nos hemos obsesionado con lo más barato y más eficiente, y eso nos sirve”, sostiene. Por eso es necesario involucrar a las comunidades locales en el desarrollo de la tecnología.
En esta nueva partida, los grandes gigantes tecnológicos serán quienes más pierdan. Los ganadores serán las empresas más cercanas, pues conocen bien las necesidades y dinámicas sociales del lugar donde trabajan. “Eso puede ser un gran reactivador en la industria del software. No podemos permitir que los fondos públicos no acaben cerca de la ciudadanía y enriquezcan a unos pocos millonarios en California”, remacha. Una oportunidad única de testear qué funciona, ver las posibilidades y capacidades locales que tenemos, inyectar capital humano y empezar a diseñar nuestras propias herramientas.
El banco que apuesta por el uso y el consumo responsable
Por lo general, vinculamos la sostenibilidad al medio ambiente, pero se trata de un concepto amplio que va mucho más allá. Millones de personas han interiorizado esta manera de comprender el mundo, y la aplican a acciones que van más allá de reciclar la basura o de no comprar envases con plásticos. Elegir una u otra hipoteca, comprar un determinado coche, adquirir una prenda de ropa o ahorrar en determinados fondos de inversión son decisiones que también pueden guiarse a través de criterios sostenibles.
De hecho, Banco Santander ha hecho de la sostenibilidad uno de los pilares de su estrategia y la ha convertido en una de sus señas de identidad. “Incorporamos criterios socioambientales a las políticas de concesión de créditos con el propósito de ayudar a las personas y a las empresas a prosperar”, cuenta la directora global de Banca Responsable de Santander, Lara de Mesa.
Este mismo año, el banco ha fijado sus primeros objetivos de descarbonización con la ambición de alcanzar cero emisiones netas en 2050. Esta hoja de ruta incluye decisiones como dejar de dar servicios financieros a clientes de generación de energía eléctrica cuyos ingresos dependan en más de un 10% del carbón térmico en 2030. Además, Banco Santander eliminará ese año por completo su exposición a la minería de carbón en todo el mundo.
Para reducir a cero sus emisiones netas, la entidad trabajará en tres ámbitos: alineará su cartera para cumplir los objetivos del clima del Acuerdo de París, apoyará la transición hacia una economía verde y reducirá su propia huella medioambiental. Y lo hará con hechos concretos. “Lo que queremos es ayudar a que los 148 millones de clientes que tenemos en el mundo cada vez más adopten decisiones más sostenibles: desde cómo nos desplazamos y movemos a qué comemos o en qué fondos de inversión tenemos nuestros ahorros”, añade Lara de Mesa.
Para apoyar la transición hacia una economía verde, el banco aspira a financiar o facilitar la movilización de 120.000 millones de euros en financiación verde hasta 2025 (una cifra que aumentará a 220.000 millones de euros hasta 2030), aprovechará su capacidad para emitir más bonos verdes, desarrollará productos verdes para sus clientes, a quienes apoyará en la transición hacia una economía baja en carbono, y seguirá luchando contra la deforestación y su impacto negativo en el cambio climático y la biodiversidad. Son solo algunas de las acciones puestas en marcha por un banco que ha sido reconocido como el más sostenible del mundo por la publicación del Dow Jones Sustainability Index. “La pandemia ha demostrado la necesidad de apostar por un crecimiento sostenible, y la transformación digital nos facilita acelerar los cambios que son necesarios”, concluye De Mesa.