“Cualquiera que diga que las máquinas ‘no pueden hacer tal cosa’ se va a arrepentir”
Experto en inteligencia artificial, tecnología y economía, Paul Saffo se dedica a analizar el presente adelantándose al futuro No quiere que lo consideren gurú ni futurólogo, pero habla con soltura de lo que ocurrirá dentro de uno o dos decenios
Sabe como nadie predecir el futuro, pero no tiene una bola mágica, sino datos, estudios y una gran intuición para hacer proyecciones e imaginar cómo funcionará el mundo dentro de unos años. Paul Saffo (Los Ángeles, 1964) se considera más analista que futurólogo. Una mezcla entre inteligencia artificial, economía, sociología y una gran dosis de sentido común lo han convertido en uno de los referentes en Silicon Valley, no solo para enseñar a leer lo que está por venir –es profesor en Stanford y en la Singularity University, donde nos recibe–, sino también para prevenir desastres. Universidades, Gobiernos y empresas recurren a sus servicios antes de tomar una decisión irreversible o sacar al mercado un producto. Se le podría llamar gurú, pero huye de un término manido, no encaja con su cercanía y gusto por mantenerse pegado a la realidad.
Pregunta. ¿Cómo es eso de prever el futuro?
Respuesta. El futuro viene del presente, se trata de analizar qué está pasando. Silicon Valley es el lugar en donde se están produciendo los cambios. Cada día sucede algo nuevo. Incluso se espera un terremoto.
P. Se supone que habrá uno pronto, ¿será the big one?
R. Existe un 70% de posibilidades de que haya uno de magnitud 7,4 de aquí al año 2030 en la zona de la bahía de San Francisco. Se calcula que sus consecuencias económicas serían equiparables a las de la guerra civil de Estados Unidos [entre 1861 y 1865].
P. ¿Estamos preparados para ello?
Cuando llega una innovación se espera que mate la anterior, pero rara vez lo hace"
R. No, y es curioso que sea así. Un terremoto en Silicon Valley tendría consecuencias en todo el mundo. Hubo dos empresas japonesas que desaparecieron. Los fabricantes de Tailandia hicieron que subieran los precios. Un terremoto en Silicon Valley tendría consecuencias en todo el mundo.
P. Hace más de 40 años que se inventó el ratón. Sin embargo, sigue vigente. ¿Le queda mucha vida?
R. Ese buen aparato de control ya solo tiene usos concretos. La cuestión es encontrar su hueco. En el ámbito de los medios sucede algo similar. Cuando llega una innovación, se espera que mate la anterior, pero rara vez lo hace. Llegó la televisión, y pensaron que la radio moriría. No fue así. El ratón y los teclados seguirán, dependerá de para qué. El bolígrafo no acabó con los lápices.
P. Aquí en la Singularity University enseña “conocimiento exponencial”. ¿En qué consiste?
R. El foco de esta universidad está en enseñar a los emprendedores a entender los cambios exponenciales y darles las herramientas para mejorar la vida de las personas de todo el mundo. Durante el programa de verano, les enseñamos a hacer un plan de negocio que cambiase la vida de mil millones de personas. Basta con que un chico le pida a su padre una paga de un céntimo cuyo importe crezca exponencialmente cada semana. En menos de un año será más rico que Bill Gates. Los humanos entendemos muy bien los fenómenos lineales, pero no tanto los exponenciales.
La corta vida de un ‘wearable’
Los wearables, en opinión de Paul Saffo, son un capítulo más de la historia de la tecnología: "Hubo un tiempo en que los ordenadores eran tan grandes que llenaban todo un edificio; luego ocupaban una habitación. A medida que menguaron, se hicieron más íntimos y personales. Ahora, la idea de manejarlos sin teclado, ratón o pantalla, solo con la voz, nos impacta. Pero están desapareciendo de nuestras vidas. Ahora llevamos sensores con nosotros. Y las gafas de Google parecen ya anticuadas [aunque en realidad no se han puesto a la venta para el gran público]; lo siguiente serán lentillas. En cinco años, diremos: '¡Hacíamos fotos con las Google Glass, eso es tan 2014!'".
P. Los emprendedores quieren cambiar el mundo con rapidez, ¿por qué no adoptan estas dinámicas los Gobiernos?
R. No todo debe cambiar. Mi amigo Stewart Brand, en su libro Clock Of The Long Now, sobre el reloj de los 10.000 años, habla de capas de cambio. En esta sala, por ejemplo, lo que cambia antes son las personas que estamos en ella. Después, las mesas y sillas. Dentro de tres años notaríamos que nos vestimos de otra manera. Si profundizas, descubres que las estructuras tardan más en transformarse. La moda, la tecnología, la cultura cambian, pero los Gobiernos están hechos para perdurar. Está de moda criticarlos y pedir que cambien, pero no es sencillo. Su retraso puede ser bueno. Antes tienen que entender la tecnología. Mi alumno de Stanford Félix González Hernanz, que ahora está en Washington en el banco de desarrollo de América Latina [Corporación Andina de Fomento], creó la web Juntosalimos.com para intentar ayudar a superar la situación española. Si yo fuera el Gobierno, me habría apoyado en ella para superar problemas.
P. La inteligencia artificial cada vez cobra más importancia. ¿Cómo van a hacer más atractivo su estudio?
R. No tengo claro que necesitemos más profesionales en ese campo, aunque está creciendo con rapidez. Lo que lamento es que tenga ese término. Que se llame inteligencia artificial echa para atrás. Es como “clonar”: suena negativo, da miedo. Desde hace 60 años hemos hecho que las máquinas sean más y más inteligentes.
En Stanford ya no pintan tanto los profesores. Al menos, de la manera clásica. Ya no están en el estrado dando una lección”
P. ¿Llegarán a superar a las personas?
R. Primero decían que no podrían jugar a las damas, y pudieron. Después al ajedrez, y lo hacen mejor que las personas. Le garantizo que cualquiera que diga que las máquinas “no pueden hacer tal cosa” se va a arrepentir. En Japón ya las hay que hacen sushi. Estoy en el consejo de la Fundación Long Now, y en la sede de San Francisco estamos instalando un robot que hace cócteles. No es una cuestión de inteligencia, sino de resolución de tareas. Ya hay máquinas que cavan mejor que las personas. Estamos rodeados de máquinas que hacen todo mejor que nosotros, que se convierten en extensiones de nuestro ser, como vaticinó Marshall McLuhan.
P. Pero dependen de nosotros…
R. Relativamente, ya hay máquinas autónomas. El crash económico del 97 fue debido a un software tan rápido que los humanos no podían seguir las operaciones. Cuando vas en el metro, lo controlan máquinas, no el conductor. Lo mismo sucede con los aviones comerciales.
P. ¿Las leyes de Isaac Asimov sobre la robótica siguen vigentes?
R. Es cuestión de tiempo que las máquinas que controlan las fronteras maten sin autorización de un humano.
P. ¿Veremos entonces más robots hechos para la guerra?
R. La última generación de aviones de guerra tripulados se está construyendo ahora. La siguiente será sin humanos. Es demasiado caro perder vidas.
P. ¿Y si pensamos en salud y ciencia?
R. Con cada crisis, como ahora con el ébola, rápidamente se mira a la tecnología como la solución mágica. Y está claro que en África se trata de un problema de política, salud pública y pobreza, que nos lleva a cómo Europa se relaciona con el continente: tiene un trasfondo más profundo. Claro que la biotecnología es un gran avance, pero no salva vidas por sí misma. A comienzos de los noventa, el gobierno de EE UU quería decodificar el genoma humano. Era un proyecto similar a los espaciales. Sin embargo, el uso privado de tecnología más avanzada lo hizo de manera más rápida y barata por su enfoque exponencial, usando robots para descifrar el código.
P. Una pregunta latente: ¿hay una burbuja en Silicon Valley?
R. Sí, hay una burbuja, pero es distinta a la de 2001. Entonces hubo un problema con la valoración de las empresas. Estalló desde el interior. Ahora las valoraciones no son ridículas; sorprenden, pero tienen una razón. Por ejemplo, Amazon compró Twitch, una empresa que emite videojuegos en tiempo real, por 1.000 millones de dólares. ¿Está sobrevalorada? No lo sé, pero estoy seguro de que [Jeff] Bezos [fundador de Amazon] sabe cómo usarla. El peligro esta vez es que se puede reventar desde fuera, debido a que el optimismo que se respira aquí luche contra el pesimismo del contexto mundial.
P. Entonces, ¿el estallido no será desde Wall Street?
R. El precio de Twitch no lo pusieron los inversores, sino Bezos. Se trata de una transacción privada. Oculus, en manos de Facebook, es un caso parecido, no salieron a bolsa. En 2001 el problema estaba en la ilusión del valor en bolsa. Todos buscamos unicornios en Silicon Valley: así llamamos a las empresas de más de mil millones de dólares.
Futuro: coches sin conductor
Paul Saffo se maneja con tanta habilidad en el mañana que, casi sin querer, se planta en un día de dentro de tres años, en el que habrá coches sin conductor. "Hace años escribí un artículo en The Economist diciendo que serán una realidad en 2030. Serán lo normal. Pero antes, en 2017, estarán en las calles. Lo bueno es que ya no tendremos un coche personal, sino un servicio que te lleva y te trae. Transformarán la sociedad. Nadie los comprará, sino que se suscribirán a ellos. Así lo está planteando Google. Un cambio muy importante se verá en el tráfico, porque las autopistas tendrán menos atascos. Podrán conducir más pegados, con una seguridad que los humanos no tenemos". Quizá lo pague la industria del automóvil, pero "con cada revolución hay ganadores y perdedores. Detroit ha tenido un siglo de esplendor. Ahora tienen que aprender a hacer los coches del futuro".
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