Así han conquistado los cubos de colores las cocinas de casi 39 millones de españoles
El hábito de separar la basura se asienta entre la ciudadanía. Ocho de cada diez personas disponen de varios espacios en sus cocinas para reciclar los residuos
Grandes y pequeños, coloridos o monocromáticos, con formas aerodinámicas o de aspecto sobrio. La irrupción en nuestras cocinas de los cubos para separar residuos domésticos ―de múltiples tamaños y diseños, según la necesidad y gusto de cada usuario― es una prueba de que el reciclaje, un hábito prácticamente inexistente entre los españoles de hace tres décadas, ha llegado para quedarse. De hecho, el año pasado se sumaron a esta práctica dos millones de ciudadanos en España, según datos de un estudio sociológico llevado a cabo por la empresa Catchment para Ecoembes. En total, ya hay 38,9 millones de personas que separan envases en este país. Una costumbre que también parece estar estrechamente ligada al uso de estos nuevos objetos: uno de cada ocho usuarios (el 82,5%) declara tener varios cubos, bolsas o espacios en sus casas (concretamente 3,2 de media) destinados para separar sus residuos cotidianos para su posterior reciclaje (uno solo destinado para los envases plásticos, latas y briks), según datos del mismo estudio, elaborado a partir de una muestra de 8.800 personas.
La irrupción en los hogares de estos cubos también se ha notado en Algru, empresa valenciana especialista en la venta de contenedores y papeleras. En sus almacenes, donde compran colegios, negocios y particulares, dispone de más de 400 modelos. El que más vende para el uso doméstico: cubo para separar envases con tres compartimentos (máximo de 40 litros), con tapas de colores y pedal. “Sigue habiendo un crecimiento. Notamos que la gente está más mentalizada y desea aportar su granito de arena separando sus residuos”, comenta Andrés Rigote, administrador de la compañía.
La libreta de cuentas de Rigote no solo refleja la demanda de la sociedad, sino también las necesidades y preguntas que tienen sus clientes cuando separan. “Donde tienen más dudas no es dónde van los envases de plástico o el papel, sino qué hay que depositar en el contenedor de restos orgánicos”, explica. En este cubo, normalmente de color marrón y que aún no se encuentra disponible en todas las comunidades autónomas, deben ir restos de alimentos, servilletas y papel de cocina usados; pero nunca, por ejemplo, la arena para mascotas, pelo o polvo.
Una de las demandas más comunes entre los clientes de Rigote es que el color de las tapas de los depósitos que compran corresponda con el de los contenedores de sus municipios. “En algunas ciudades, los contenedores para depositar los restos que no se reciclan son naranjas y en otras de color gris. La gente quiere el modelo que esté pintado como el de su localidad. Nosotros tenemos ambos”, dice.
El informe de Catchment apunta que el 93,3% de los encuestados destaca que recicla porque “lo considera importante, aunque otros no lo hagan”, un fundamento que, en muchos casos, está acompañado de un sentimiento positivo: el 75,4% asevera “hacerlo con orgullo”. Una afirmación que concuerdan con los últimos datos sobre reciclaje. En 2020, cada español depositó 18,6 kilos de envases plásticos, metálicos y briks en el cubo amarillo; y 19,3 kilos de papel y cartón en el azul, según datos publicados por Ecoembes, la organización que coordina el reciclaje de los envases de dichos contenedores.
Los más mayores, los más comprometidos
Aunque el hábito de la separación de residuos está, según apunta el informe, muy extendido entre todas las franjas de edad, los que tienen más de 55 años son el ejemplo del reciclador modélico en nuestro país. El 84,5% de ellos afirma disponer de más de un espacio en sus hogares para esta tarea. Un dato que destierra el tópico de que reciclar es una cosa de jóvenes. Le siguen de cerca los adultos de entre 35 y 54 años (83,9 %), los de entre 25 a 34 (76,4%) y, por último, los que van desde los 16 a 25 años (76,3 %).
“Por unidad familiar, aquellas formadas por tres miembros son las más comprometidas. Además, en cuestión de reciclaje, destaca la igualdad de género, ya que tanto el 82,5% de las mujeres como el 82,2% de los hombres encuestados dice ser reciclador”, destaca el documento.
En cuanto al podio de las comunidades donde mayor porcentaje de población ha adquirido este hábito La Rioja ocupa el primer puesto (el 94,8% de sus vecinos lo ha hecho), seguida de Navarra (un 93,7%) y País Vasco (90,8%). Para Nieves Rey, directora de Comunicación y Marketing de Ecoembes, estos datos reflejan un claro asentamiento de la economía circular —basada en un modelo cíclico similar al ciclo con el que se rige la naturaleza— en nuestras ciudades. “Los resultados de este estudio son un reflejo de cómo la sociedad está cada vez más comprometida con la separación de sus residuos, un pequeño gesto que conlleva grandes beneficios para el planeta”, precisa Rey.
El reto de crear un buen hábito
La psicóloga ambiental e investigadora del centro tecnológico Tecnalia-BRTA Karmele Herranz subraya que las barreras que condicionan al “comportamiento reciclador” se localizan en la primera fase del reciclado, es decir, la decisión de separar residuos y, posteriormente, llevarla a cabo: la incomodidad, acordarse de hacerlo, la dificultad de que colaboren los demás, etcétera.
Razón por la que, indica, los esfuerzos deben estar enfocados en ese primer paso. “Si las barreras en la selección [de residuos] son las más relevantes, primero habrá que intervenir sobre ellas para minimizarlas. Por ejemplo, adecuando las viviendas de nueva construcción para facilitar el reciclaje”, explica.
Otro aspecto importante, apunta la psicóloga, es evitar cometer pequeños errores para no solo crear un hábito, sino que este también sea bueno. De hecho y pese a que el estudio de Catchment indica que los usuarios identifican mejor que hace unos años a qué contenedor va cada tipo de residuos (un 78,6% ya asocian que al cubo amarillo van las botellas de plástico), todavía comenten errores que, no solo impiden asentar un buen hábito, sino que pueden tirar por tierra la labor recicladora de otras personas. Por ejemplo, los expertos señalan que cada vez que una persona arroja un cartón de leche al contenedor azul, se contamina un metro cúbico de papel y cartón que otros ciudadanos han separado en dicho cubo.
Herranz también destaca que otras de las dificultades a las que se enfrentan los ciudadanos son “las incongruencias” entre los mensajes que reciben sobre esta temática, a veces, opuestos entre ellos. La especialista aconseja no “atiborrar” de información a la población sin estar adaptada a los grupos a la que va dirigida. “La información es necesaria, pero no es lo único importante y, por supuesto, no es suficiente para el cambio de los comportamientos de reciclaje. Yo apostaría más por la educación y la sensibilización desde la infancia, con modelos adecuados y cuidando los mensajes contradictorios”, explica.
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