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A pesar de Rosalía, hay malas noticias para la Iglesia

Los jóvenes son los más descarriados: solo un 29% se declara católico, según los datos de una encuesta oficial todavía inédita que evidencian que no es real el supuesto retorno de la fe

Ángel Munárriz

Si en la Conferencia Episcopal ha cundido el optimismo por el aluvión de especulaciones sobre el rebrote católico que estaría evidenciando el interés de la cultura popular por la religión, bien harían los obispos en contener su entusiasmo. Más allá de los hábitos de monja de Rosalía y de los nuevos influencers que predican la castidad, la imagen que devuelve el espejo a España es la de un país que sigue alejándose de Dios.

El catolicismo no solo mengua su dimensión, sino que la que todavía conserva se entremezcla con un espiritualismo rampante, el horror para cualquier guardián del dogma. “Siempre hemos pensado que la secularización disminuiría los católicos y aumentaría los ateos, pero es más complejo. Está todo lleno de grises”, afirma Mar Griera, catedrática de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona, en una llamada a la cautela en el análisis que no altera la premisa: “No podemos hablar de un rebrote católico. La tendencia a la secularización sigue”.

Riera ha participado en el Barómetro sobre Religión y Creencias de la Fundación Pluralismo y Convivencia, adscrita al Ministerio de Presidencia, un estudio aún no publicado a cuyos resultados ha accedido EL PAÍS. Con 4.712 entrevistas online realizadas en marzo, es la primera encuesta de una serie que pretende convertirse en el termómetro de la temperatura religiosa española. Ya hay resultado de la primera toma: temperatura baja.

Pero ¿qué hay del tan mentado retorno del catolicismo? No hay. Lo que hay son mutaciones en la religiosidad y la espiritualidad, que incluyen algunos puntos —entre los jóvenes, sobre todo— en los que hay mayor visibilidad de las creencias, pero siempre dentro de un cuadro de pérdida de fe. La España del auge del retiro católico Effetá, la que envía más de 25.000 peregrinos al Jubileo del Año Santo en Roma, el segundo grupo más numeroso tras el italiano, es a la vez una España en la que el catolicismo declina.

Menos de la mitad de los encuestados se declaran creyentes religiosos, un 49%. Los católicos se quedan en el 46%. Los que creen en “un Dios único”, en el 37%. Aquí hay una primera brecha extraña: 9 puntos más de católicos que de creyentes en un Dios único. Es parte de esa grama de grises que cada vez ocupa más lienzo. Otro trazo gris: un 44% de los católicos no están interesados por lo sagrado.

Los jóvenes son los más descarriados. Entre 18 y 24 años, solo un 29% se declaran católicos. De 25 a 34, un 31%. En cambio, más de la mitad son ateos, agnósticos o indiferentes, frente a un 33% de los mayores de 65. Los dos grupos más jóvenes también son los que menos rezan y van a misa… En cambio, son los que más creen que hay “algún tipo de realidad espiritual o fuerza vital”. No es que no crean en nada, es que creen a su manera. Sobre todo, de 18 a 24 años, la franja menos católica, pero la que más cree que existe el alma (59%). Así de contradictorio es el mapa religioso en la España del 2025 después de Cristo.

Jóvenes y mascotas

De los 18 a los 24 años es también cuando más se cree en la vida tras la muerte (40%), las “energías” (45%), la astrología (29%) y la videncia (23%). En coherencia, es el grupo que más consulta el tarot, un 23%, 12 puntos más de los que leen la Biblia u otros textos religiosos. “Los jóvenes quieren creer que hay algo trascendente”, pero “son reacios a expresarlo” como sus mayores, sintetiza el investigador Christopher Gasson, que ha publicado un estudio que también detecta una mayor espiritualidad juvenil en Reino Unido. El barómetro español es inquietante para el futuro de la Iglesia. Los dos grupos hasta 34 años son los menos interesados en que sus hijos se formen en la fe.

El estudio incluye una tabla cruel con quienes anhelan una sociedad anclada en la fe. De ocho aspectos fundamentales de la vida por los que preguntan los encuestadores, la religión es el que da “mucho” o “bastante” sentido a la existencia de menos parte de la población, por detrás no solo de la familia, las amistades o el trabajo, lo cual puede no sorprender, sino también de las mascotas. Otra vez, sobresalen los jóvenes: hasta los 24 años, solo un 15% declaran que la religión da sentido a su vida. En cambio, con perretes y gatetes el porcentaje escala al 55%.

El barómetro coincide “absolutamente” con los estudios de Jörg Stolz, director del Instituto de Ciencias Sociales de la Religión de la Universidad de Lausana (Suiza), que rechaza la tesis del retorno de la religión en Occidente, una “buena historia” para los periodistas, pero que —dice— es “errónea”. Pero ¿no estaba Rosalía, al vestirse de monja, intentando conectar con una sociedad donde crece lo católico? Para Stolz, es al revés: el uso “sin sanción” de símbolos sagrados en la cultura pop es “un indicio del declive del poder religioso”. En parecida dirección apunta la socióloga Griera, que detecta un malentendido sobre los guiños católicos de Rosalía. Sus atavíos monjiles, expone, se explican por “una desregulación de la simbología religiosa” que es precisamente un producto de “una sociedad cada vez más secularizada” en la que encoge lo religioso mientras crece una “búsqueda espiritual” difícil de clasificar con viejos patrones.

Brotes verdes

Esa mayor “búsqueda espiritual” es uno de los elementos de lo que Griera llama “transformación” del mapa religioso, que genera “efectos extraños”. Y algunos de esos “efectos extraños” se traducen en puntuales brotes verdes de religiosidad, y concretamente de catolicismo. ¿Por ejemplo? Dentro de la tendencia general al alejamiento de Dios, hay grupos que “intensifican la práctica religiosa” como reacción defensiva al percibirse como una “minoría”, expone.

Así se observa en los barómetros mensuales del CIS, que también pregunta por religiosidad. Tanto comparando los últimos datos con los de antes de la pandemia —que suele presentarse como un supuesto catalizador religioso— como con los del año pasado, baja el porcentaje de católicos, también en las generaciones más jóvenes. Sin embargo, al mismo tiempo cae el porcentaje de quienes, siendo católicos o creyentes de otra religión, no van nunca o casi nunca a ceremonias religiosas. Esta bajada se debe sobre todo al grupo más secularizado, el de los jóvenes de 18 a 24, especialmente sus varones, que cuando son religiosos van más a misa que antes. En el friso entre religión y política, caen desde 2019 los votantes del PP y de Vox que se declaran católicos y mucho más los del PSOE y Sumar. Eso sí, crece la asistencia a misa entre los votantes de Santiago Abascal.

Todos estos números cuadran con la “paradoja” detectada por la socióloga francesa Céline Béraud, que ha observado que mientras los indicadores de catolicismo disminuyen, crece la presencia pública de lo católico. Asiente Mar Griera, para quien la secularización es compatible con la mayor “visibilidad” de un sector minoritario del catolicismo que vive su fe más hacia afuera. “Hay menos gente que cree, pero entre los que creen aumentan las formas de práctica más explícitas”, expone el sociólogo Víctor Albert-Blanco, coautor de un reciente estudio que detecta un retroceso en la religiosidad de la juventud catalana. Tampoco la tierra de Santa Rosalía se libra del repliegue de la fe.

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Sobre la firma

Ángel Munárriz
Ángel Munárriz (Cortes de la Frontera, Málaga, 1980) es periodista de la sección de Nacional de EL PAÍS. Empezó su trayectoria en El Correo de Andalucía y ha pasado por medios como Público e Infolibre, donde fue director de investigación. Colabora en el programa Hora 25, de la SER, y es autor de 'Iglesia SA', un ensayo sobre dinero y poder.
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