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El lujo de conciliar con hijos en verano: “Es un puzle difícil de encajar”

Los padres deben encontrar alternativas para el cuidado de sus hijos si no pueden disfrutar de vacaciones en el mismo periodo que ellos. Afrontar este desembolso no supone lo mismo para las familias con más ingresos que para aquellas con menos recursos

Claudia Schneider y su hija Tiziana, este julio en su apartamento del Eixample, Barcelona.
Claudia Schneider y su hija Tiziana, este julio en su apartamento del Eixample, Barcelona.Gianluca Battista
Lucía Foraster Garriga

El verano es sinónimo de vacaciones, de volver al pueblo o de escaparse a un destino paradisiaco con familia o amigos. Pero no es solo eso. Para muchos padres, las vacaciones escolares son una pesadilla financiera y logística y uno de los momentos más estresantes del año. Para muchos niños, son meses de calor, aburrimiento, móviles y videojuegos, e incluso soledad. “El verano es un gran reto en términos de conciliación”, resume Carmela del Moral, responsable de Políticas de Infancia en Save the Children, y recuerda que en España los escolares tienen vacaciones desde mediados de junio hasta prácticamente mediados de septiembre. Son once semanas, muchas más de las que los progenitores o cuidadores principales suelen tener. “¿Cómo se cubre este reto? ¿Qué hacemos con nuestros hijos? Pues depende de la familia. Hay padres que tienen más tiempo libre, padres que cuentan con una red familiar que se puede hacer cargo de los niños (el manido recurso a los abuelos), y padres que acuden a servicios como campamentos, colonias, clases de verano, estancias en el extranjero y demás. Hay otros que simplemente se ven obligados a dejar a sus hijos solos”, detalla, sobre el quebradero de cabeza que supone para las familias conciliar durante las vacaciones.

“A mí me encanta pasar tiempo con mis hijos en verano, pero es cierto que la logística no es nada fácil y que todo es carísimo”, comparte Claudia Schneider (Barcelona, 53 años), madre de Tristán (16) y Tiziana (12). Reconoce que lo tiene menos complicado que otros, pues su marido, que es editor, puede teletrabajar desde cualquier lugar y ocuparse de los niños. “Tiziana ha estado con él y con mi hermana en Rosas [Girona], pero ahora está conmigo en Barcelona, y Tristán tiene campeonatos de waterpolo por España. Yo me quedo aquí porque tengo que trabajar hasta mediados de julio”, explica Schneider sobre la organización familiar en el arranque de las vacaciones escolares. “Ahora mi niña se irá de colonias con su escuela de baile. Allí combinan danza, canto e interpretación con actividades de ocio, juegos, piscina. ¡Le encanta!”, celebra esta arquitecta y cantante de ópera que advierte, sin embargo, que son ocupaciones caras. “Son 600 euros por una semana, ¡es una barbaridad! Para costear estas cosas, yo dejo de pagar autónomos en los meses de verano. Si no lo hiciera, no podríamos”, dice, y calcula que ella y su marido invierten 1.500 euros al mes en conciliación familiar veraniega. “Es un puzle difícil de encajar”.

Claudia Schneider y su hija Tiziana, este julio en su apartamento del Eixample en Barcelona. Mientras la madre trabaja, la hija lee un libro.
Claudia Schneider y su hija Tiziana, este julio en su apartamento del Eixample en Barcelona. Mientras la madre trabaja, la hija lee un libro. Gianluca Battista

“La conciliación en verano es un privilegio pagado por aquellas familias que se lo pueden permitir”, expone Laura Baena, de Malasmadres, una comunidad que aglutina a más de un millón de seguidoras en defensa de la conciliación. El coste de los campamentos, dice, oscila desde los 100 euros mensuales —para familias que por sus circunstancias pueden acceder a plazas públicas (que son pocas) o para familias que viven en provincias donde los ayuntamientos organizan actividades, incluso gratuitas, para los más pequeños— hasta los 600 euros mensuales, en campamentos no subvencionados en grandes ciudades como Madrid o Barcelona. Según el cáculo realizado por Affac (Associacions Federades de Famílies d’Alumnes de Catalunya), se estima que una familia promedio con dos hijos destina aproximadamente entre 800 y 1.000 euros para resolver la conciliación veraniega.

Cova Berjón, portavoz de la Asociación Nacional de Empresas de Actividades y Campamentos (ANEACAM) —que representa a más de 1.000 entidades relacionadas con el ocio y tiempo libre y proporciona participación a una media de cuatro millones de niños en España—, explica que el sector facturó 370 millones de euros en 2022. Lo que más se demanda, dice, son campamentos de multiaventura, multideporte y naturaleza. Pero también los específicos para niños que durante el curso escolar practican un hobby, como la hípica el o golf, y quieren perfeccionarlo en verano, y los campamentos lingüísticos.

Los abuelos canguro

“Como todo es tan caro, los abuelos se convierten en la primera opción para muchas familias”, afirma una portavoz de la Federación Española de Familias Numerosas (FEFN). “Pero no debería ser así, porque cuidar todos los días de los niños es una carga de trabajo y una responsabilidad que no deberíamos dar a los abuelos. Ellos están para pasar ratos juntos en los que disfrutar, para que se creen esos vínculos que son tan importantes y que vemos que son muy necesarios, pero no un mes o dos meses desde la mañana a la tarde (o incluso noches si les mandamos con ellos fuera) con esa responsabilidad de hacer de padres”, asegura.

Belén Castañeda (Santander, 66 años) y su marido, José María, son de esos abuelos. Cuidan de su nieta Valeria, de tres años, durante todo el verano. Como hijo y nuera trabajan, ellos llevan a la niña en coche a la guardería de verano, que cuesta 300 euros, y la van a recoger. “Cuando la recogemos, nos la llevamos a tomar el vermú. Nos tomamos unas patatas fritas, unas aceitunas, pasamos un rato agradable los tres. Pero nuestra vida ya está dedicada completamente a ella. Se acabaron las comidas con amigos y los viajes con el Imserso... Se terminó nuestra vida. Con gusto, eh, pero se terminó”, cuenta esta abuela. “¿Me preguntas por la conciliación? Le pongo un cero. La cosa está fatal. Sueldos bajos, horarios malísimos, cero facilidades”, se queja. “Es que no podemos ni ponernos malos, porque qué pasa con la niña. Dejaríamos a sus padres con el culo al aire”, termina.

Brecha socioeconómica

La conciliación veraniega es un problema de organización y economía familiar, pero también de igualdad de oportunidades. Para el 20% de la población más pobre, el coste de criar a sus hijos —estimado en un promedio de 672 euros mensuales— supera directamente sus ingresos: casi 900.000 hogares no pueden cubrirlo, incluso si destinan todos sus recursos a ello, según un informe de Save The Children. La inflación está empeorando aún más esta ya complicada situación: mientras que el desembolso asociado a los hijos aumentó un 11,3% desde 2018 hasta 2022, el coste de las actividades de ocio y los juguetes se ha disparado hasta un 25%. “Esta cifra sube en verano”, dice Del Moral. Al final, muchos padres se ven obligados a dedicar sus sueldos completos a mantener a sus hijos cuidados en el periodo estival.

María Estela Mendoza (Cochabamba, Bolivia, 57 años) y Lina Marcela Lemós (Palmira, Colombia, 32) son, como Schneider, madres de dos niños. De 16 y 12 años y de 10 y 3, respectivamente. Pero sus situaciones son completamente distintas a la de la arquitecta. Mendoza y Lemós están divorciadas y son trabajadoras de la limpieza en oficinas, residencias de mayores y domicilios particulares. La primera en Barcelona y la segunda en Valencia. Además, no tienen una red familiar —ni abuelos, ni tíos, ni primos— en España. “Antes, cuando contaba con el sueldo de mi exmarido, podía permitirme pagar a una persona que cuidase de mis hijos en verano. Me costaba unos 300 euros. Ahora sería imposible”, comparte Mendoza, que calcula que en un verano normal —junio, julio y agosto— se puede gastar, en conciliación, unos 1.500 euros. Este serán unos 6.000, que lleva cinco años ahorrando, pues viajan los tres a Bolivia a visitar a abuelos y familia.

Campamento de verano de Save the Children en el CEIP Sector Aéreo de Valencia. Foto cedida.
Campamento de verano de Save the Children en el CEIP Sector Aéreo de Valencia. Foto cedida.

Lemós, que limpia por las mañanas y trabaja en un bar por las tardes, sí paga a una persona para que cuide de sus hijos cuando salen de sus escuelas de verano, que dependen de sus colegios y son gratuitas. “Le pago 200 euros al mes a un amigo. Va, los recoge a los dos, y los lleva al parque, o ve pelis en casa con ellos, o juegan. También tengo otra amiga de la iglesia que me los cuida cuando lo necesito. Son de confianza”, comparte esta colombiana, que calcula que en un mes de verano se puede gastar, como poco, unos 450 euros en conciliación.

Aunque ya no necesita su ayuda, porque sus hijos ya son “independientes”, Mendoza está muy agradecida a todas las mujeres que han cuidado de sus críos durante los últimos tiempos. “Yo no tengo apoyo familiar de ningún tipo, y siempre he tenido que recurrir a amigas y vecinas. A veces he tenido que picar a su puerta a las cinco de la mañana, pues mis trabajos empiezan siempre muy pronto. Les pagaba lo que podía y ellas cuidaban de mis niños, y les estaré eternamente agradecida”, expresa. De no ser por ellas, o por los casales de Save the Children, asegura, se habría visto obligada “a dejar a los niños solos, probablemente enganchados a la televisión”.

Por suerte, dice Mendoza, ha encontrado una alternativa a los servicios de cuidado. “Mi hijo lleva dos años yendo al casal de verano de Save the Children, y mi hija uno. Son prácticamente gratuitos. Están allí de nueve de la mañana a tres de la tarde y, además de hacer refuerzo escolar y actividades varias, van a la piscina o a la playa, o a ver museos. Aparte de relacionarse con otros niños, se lo pasan bien y aprenden. Y les dan comida”, cuenta. Las colonias urbanas y campamentos de verano puestos en marcha por la ONG, que apoyan a 2.200 niños y niñas en riesgo de pobreza y exclusión social, promueven actividades de ocio y culturales, buenos hábitos alimenticios, apoyo emocional y refuerzo educativo.

Soledad no deseada y ‘pantallismo’

Según explica Del Moral, de Save the Children, no es lo mismo pasar los largos días de verano delante de una pantalla que en un entorno lúdico y educativo. “Que los menores lo pasen bien y aprendan marca la diferencia cuando en septiembre regresan a los colegios”, confirma, pues facilita la interiorización de lo aprendido y evita la pérdida de hábitos de aprendizaje y habilidades cognitivas. En Cataluña, de acuerdo con un estudio elaborado por la organización Educació 360, 4 de cada 10 niños y niñas de entre 6 y 16 años se quedan sin un verano enriquecedor y estimulante.

¿Qué consecuencias tiene? “Una muy clara es el aumento del pantallismo, es decir, el uso de las pantallas de una manera menos controlada y como pasatiempo. Otra es el olvido veraniego, por la falta de acceso a actividades culturales. Y, otra, la bajada de las actividades deportivas”, enumera Del Moral. Además, comenta, la soledad no deseada, “que también existe en la infancia”, aumenta en verano.

En el otro extremo de la pirámide social está la familia de Felipe (nombre ficticio), que vive en Bilbao y prefiere permanecer en el anonimato. Que sus hijos, ahora de 20 y 18 años, pasen tiempos solos es algo que este hombre, notario, y su esposa, jueza, siempre han intentado evitar. “En invierno, tenemos la norma de no poner la televisión a la hora de cenar, para hablar y contarnos el día. En verano viajamos, pues en los viajes es cuando más conectas, cuando más hablas, cuando más aprendes del otro”, explica. Han estado juntos en Tanzania, Australia, Tailandia, Birmania y Maldivas, entre otros, enumera este padre, que tiene la suerte y el privilegio de poder hacer coincidir sus vacaciones con las de sus hijos.

En su familia, dice, no escatiman en gastos. “Solo en agosto”, asegura este padre, “podemos gastarnos unos 40.000 euros”. En alquilar una casa en, por ejemplo, Zahara de los Atunes (Cádiz) —“queremos que sea grande, con jardín, piscina y biblioteca”— y en comer, beber y moverse “lo que nos apetezca”. Es consciente de que es mucho dinero, pero justifica: “Luego, no tenemos ni un duro ahorrado, ni una segunda residencia. Nos lo gastamos todo durante las vacaciones, para estar juntos y disfrutar”.

En resumen, también en verano, asegura Del Moral, de Save the Children, los derechos a la educación y al ocio de los niños y las niñas con menos recursos se ven menos protegidos que los de los niños que sí tienen recursos. “Es necesaria una conversación más amplia acerca de la conciliación, el mercado laboral y el sistema educativo, pero en lo más inmediato lo que hay que asegurar es que todos los niños y las niñas tengan acceso a un ocio educativo de calidad en verano”, concluye.

En la misma línea, Baena, de Malasmadres, termina: “En España, los horarios y jornadas laborales no se adaptan a las escolares, entonces las madres renuncian para poder cuidar, cuando debería ser el sistema el que asuma esta responsabilidad. Con políticas públicas efectivas, con redes formales del cuidado, con permisos de cuidado retribuidos, con campamentos de verano subvencionados y con opciones laborales como flexibilidad, jornadas continuas o teletrabajo. Estamos ante un sistema fallido, que no quiere frenar la gran renuncia de las madres a la que asistimos impávidas”.

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Sobre la firma

Lucía Foraster Garriga
Reportera en Sociedad y Planeta Futuro desde 2021. Licenciada en Relaciones Internacionales por la Blanquerna - Universitat Ramón Llull y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Cubre temas migratorios, de género, violencia sexual y derechos humanos. Premio Ortega y Gasset de Periodismo 2022 por la investigación de abusos sexuales en la Iglesia española.

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