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Cómo afecta la ola de calor a la salud: sudoración extrema, mareos, menos reflejos y más accidentes

Las altas temperaturas son más peligrosas en los niños más pequeños y las personas mayores, aunque combatirlas es sencillo: hidratación y evitar esfuerzos en las horas centrales del día

Ola de calor
Los temporeros que trabajan en la recogida del melocotón se protegían del sol durante la ola de calor, el miércoles en Alcarrás, Lleida.Ramon Gabriel (EFE)
Oriol Güell

Los españoles se enfrentan estos días a la primera ola de calor de 2022, una situación que no les es extraña —cada año suelen producirse dos o tres—, pero que sigue teniendo un fuerte impacto en la salud de la población. Los estudios señalan que cada año mueren unas 1.300 personas en España a causa de estos episodios de elevadas temperaturas. En su mayor parte son personas mayores con un estado de salud precario que se descompensa en un entorno más exigente, aunque el riesgo del temido golpe de calor se extiende a toda la población si se hace demasiada actividad física en el exterior durante las horas centrales del día.

“En general, podemos decir que el calor extremo no es bueno para la salud. Y aunque no es difícil seguir las recomendaciones, que son hidratarse de forma regular, protegerse del sol y evitar el ejercicio, no conviene olvidarlas porque las consecuencias pueden ser fatales”, resume Vicente Baos, médico de familia en el centro de salud de Collado Villalba Pueblo, en la provincia de Madrid.

Aunque los efectos del calor sobre el organismo son los mismos durante toda la vida, en lo esencial sube la temperatura corporal y el organismo se pone a sudar para bajarla, estos no afectan de la misma forma a todas las edades y los sufren más quienes padecen algunas patologías. Los mayores riesgos, alertan los expertos, son para quienes están en los dos extremos de la vida, los más pequeños y los mayores.

“A menor edad, menos capaz es un niño de regular bien la temperatura corporal”, afirma Guillermo Antiñolo, jefe del servicio de Obstetricia y Ginecología del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla. Valero Sebastián, miembro del comité de promoción de la salud de la Asociación Española de Pediatría (AEP), recuerda que “la pérdida de líquidos es más grande en relación a su peso y, si no se reponen adecuadamente, mayor es el riesgo de que sufra un golpe de calor y que este tenga consecuencias graves a nivel cardíaco, neurológico y renal”. El consejo es “vigilarlos, asegurarse de que están bien hidratados y no exponerlos al sol ni a las temperaturas más calurosas”.

A medida que crecen y ganan autonomía, los niños ya son capaces de hacer lo más importante: saber cuándo tienen sed y beber por su cuenta. “Pero hay que educarlos para que lo hagan, porque su energía les lleva a correr y jugar sin parar. Lo que hay que transmitirles es sencillo: beber a menudo, evitar el sol en las horas de más calor y descansar de vez en cuando. Pero hay que insistir en ello”, añade Sebastián.

Cuando el organismo nota que no logra bajar la temperatura, incrementa el ritmo de sudoración. Si así tampoco lo consigue, inicia un proceso que puede tener consecuencias dramáticas. “Empieza a mandar más y más sangre a la piel para tratar de enfriarla. Es una vasodilatación periférica brusca que reduce la sangre disponible en los órganos vitales hasta que se produce el shock”, ilustra este especialista.

Es el golpe de calor, que se manifiesta con mareos, vómitos y pérdida de consciencia. La reacción debe ser rápida: hay que acostar a la persona en posición de seguridad lateral, ponerle compresas o toallas mojadas por toda la piel para enfriarlo y llamar a los servicios de emergencia.

Los pediatras lanzan un último aviso: nunca dejar a un niño solo en el coche en plena canícula: “Un coche al sol con una temperatura de 30 grados llega a los 50 en menos de 45 minutos con alguien encerrado dentro. Es algo peligrosísimo que lamentablemente sigue pasando todos los años”, lamenta el pediatra.

En la edad adulta los riesgos suelen ser menores, pero hay circunstancias en las que conviene prevenir. Un caso es el de las mujeres embarazadas. “Durante la gestación se producen cambios fisiológicos importantes que, a partir del segundo trimestre, hacen que la madre tienda a la hipotensión y a estar anémica. Tiene un mayor gasto, una sobrecarga circulatoria y un organismo expuesto a un proceso exigente. Es normal que se sienta más cansada y algo mareada, y esto se acentúa con el calor. Por ello es importante que vigile más la hidratación y evite los esfuerzos y el sol en los momentos más calurosos”, cuenta Guillermo Antiñolo.

La práctica deportiva tampoco está recomendada durante las horas centrales del día. “Es peligroso y hay que evitarlo. Mejor hacerlo pronto por la mañana o a última hora. El calor baja el rendimiento, pierdes reflejos y aumentan los accidentes. Y es imprescindible compensar la pérdida de agua y sales tomando bebidas isotónicas que las repongan”, explica Oriol González, entrenador personal y futbolista semiprofesional que en la última temporada ha jugado en el CE Europa de Barcelona, en segunda división de la RFEF.

Un estudio científico publicado en 2018 por varios autores, entre ellos el catedrático de Salud Pública de la Universidad Pompeu Fabra (UPF) de Barcelona, Fernando García Benavides, alerta de que el riesgo de accidentes también aumenta en el ámbito laboral cuando se registran temperaturas extremas, también con el frío. Los investigadores analizaron casi 16 millones de accidentes de trabajadores y concluyeron que el 2,72% eran atribuibles a las “temperaturas no óptimas”, con un coste estimado de 370 millones de euros anuales.

A medida que avanza la edad adulta y se hacen más prevalentes enfermedades como la hipertensión, diabetes e insuficiencias cardíacas, el calor empieza a perjudicar más a quienes las sufren. “Los mecanismos que tenemos para regular la temperatura pueden verse afectados por muchos fármacos que los pacientes necesitan para estas patologías. Un ejemplo son los diuréticos, que favorecen la orina y pueden alterar la hidratación si tenemos en cuenta que las altas temperaturas hacen sudar mucho más”, ilustra VIcente Baos.

Un problema que se acentúa entre las personas mayores. “A medida que envejecemos, solemos sufrir más dolencias y necesitar más fármacos. Pero también responde peor nuestro centro termorregulador, que está en el hipotálamo. Las señales que lanza para compensar el incremento de temperatura corporal ya no son tan eficaces. Las personas mayores tienen una creciente dificultad para reconocer el calor y sentir sed, algo que se hace mucho más evidente cuando sufren enfermedades comunes con la edad como la demencia”, afirma José Augusto García Navarro, presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG).

Estos pacientes requieren una especial vigilancia. “Hay que darles de beber aunque no lo pidan o animarlos a hacerlo con frecuencia. También es importante vigilar señales de alerta como la apatía o la somnolencia en horas no habituales, porque pueden ser síntomas de deshidratación”, concluye.

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Sobre la firma

Oriol Güell
Redactor de temas sanitarios, área a la que ha dedicado la mitad de los más de 20 años que lleva en EL PAÍS. También ha formado parte del equipo de investigación del diario y escribió con Luís Montes el libro ‘El caso Leganés’. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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