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La crisis del coronavirus
Tribuna
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Un virus nunca viaja solo

Una mayor propagación de contagios incrementa las posibilidades de que se originen más mutaciones

Miguel Pita
Un técnico de laboratorio sujeta una muestra en un centro de pruebas de coronavirus en el aeropuerto de Dublín, en Irlanda.
Un técnico de laboratorio sujeta una muestra en un centro de pruebas de coronavirus en el aeropuerto de Dublín, en Irlanda.CLODAGH KILCOYNE (Reuters)

En este momento el SARS-CoV-2 infecta a millones de personas en todo el planeta y dentro de ellas se multiplica millones de veces. A la inmensa prevalencia actual del virus se suma la presencia de las nuevas variantes que parecen transmitirse con mayor facilidad. Desafortunadamente, la abundancia de casos amplifica la habilidad infectiva de estos mutantes. Además, con el aumento de la incidencia también crecen las probabilidades de que ocurran otros cambios en el virus que comprometan la eficacia de las vacunas, o que produzcan más variantes novedosas.

Los datos disponibles sobre la presencia de los nuevos mutantes son insuficientes para ofrecer un retrato de la situación en tiempo real. A pesar de todo, resulta incuestionable que, en España, como en tantos otros países, particularmente europeos y americanos, las circunstancias son favorables para que se expandan las nuevas variantes. Una mayor propagación incrementa las posibilidades de que se originen más mutaciones. Una mala noticia que, sin embargo, sabemos cómo combatir.

Un virus nunca viaja solo. En realidad, las partículas que nos infectan se llaman viriones, que es el nombre de cada ejemplar del ejército del virus. Cuando nos contagiamos no nos invade un solo virión, porque los estornudos disipan nubes invisibles de aerosoles y gotículas donde caben miles. Cuando los viriones se replican dentro de nuestras células desenfrenadamente, en ocasiones suceden inesperados errores de copiado que dan lugar a ejemplares levemente diferentes, mutantes.

Existen millones de enfermos con incontables células infectadas produciendo viriones. Por tanto, por pocos errores casuales que ocurran, es muy fácil que surjan nuevas variantes mutantes. De hecho, ninguna de las cepas de SARS-CoV-2 que se encuentra hoy en día infectando a los millones de afectados es idéntica a la original, todas son mutantes. El actual virus de la gripe tampoco es exacto a su antepasado de 1918, ni siquiera al de la gripe del año pasado. Los seres humanos también mutamos, pero nuestras generaciones pasan lentamente, por lo que tenemos que remontarnos cientos de miles de años para encontrar cambios tan significativos como los que un virus puede acumular en unas horas.

El ARN del SARS-CoV-2 es la molécula de material genético que muta. Se encuentra en el interior de cada virión y alberga 30.000 posibles letras que cambiar. Las mutaciones son cambios al azar en alguna de esas letras y pueden tener, o no, algún efecto. Pueden producirse alteraciones que hagan al virión más eficiente, menos o igual que su antecesor. Algunos de los nuevos mutantes descritos resultan más efectivos ingresando en nuestras células. Sorprendentemente, estas variantes muestran algunas mutaciones idénticas entre sí, sin embargo, han aparecido por azar e independientemente.

Si los errores ocurren al azar, ¿por qué hay variantes surgidas independientemente en puntos remotos del planeta que muestran exactamente la misma mutación, la misma letra cambiada? Es un simple proceso de selección que se conoce como convergencia evolutiva. La mala noticia es que este fenómeno indica que se están originando demasiados mutantes, tantos como para que la misma casualidad tenga lugar aleatoriamente en distintas partes del planeta. Con otras palabras, debe darse una inmensa lluvia de estrellas para que caigan simultáneamente dos meteoritos en Brasil y Sudáfrica. De los millones de mutantes que surgen en una pandemia desatada, únicamente aquellos que invaden nuestras células de forma más eficaz producen más copias de sus viriones. La misma letra puede cambiar por azar en un virión de Brasil y en otro de Sudáfrica, pero tan solo los hará destacar si la errata resulta favorable para su expansión. En ese caso, ganarán en la competición por infectar células contra las demás variantes que existen y se generan a su alrededor, y que resultan menos hábiles propagándose. De esta manera, las mutaciones exitosas se hacen más patentes progresivamente de forma independiente. Convergen en el éxito. Como consecuencia, las nubes de viriones que nos infectan cada vez llevan más ejemplares de estas variantes, que desplazan a las anteriores igual que la luz eléctrica desplazó a las velas.

Solamente disponemos de una solución infalible contra la aparición de novedades por mutación, impedir que el ARN del virus sea copiado. Es decir, evitar que las nubes de viriones ingresen en nuestras células para replicarse. Así nos ahorraremos descubrir la presencia de nuevos mutantes, sean neutros o con renovadas habilidades que amenacen la eficacia de las vacunas y lleven al límite a los sistemas sanitarios.

El panorama actual debería servir para recordarnos que está en nuestras manos detener la auténtica fábrica de mutantes, que es el aumento de casos. Como dijo recientemente Mike Ryan, de la OMS, “es muy fácil responsabilizar a las variantes y decir que es culpa del virus”.

Miguel Pita es genetista, profesor e investigador en la Universidad Autónoma de Madrid, es autor de Un día en la vida de un virus (Periférica).

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