_
_
_
_
_
COMUNICACIÓN
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Libertad de prensa para quien la valora

Una mayoría alarmante de ciudadanos deserta de los medios que verifican la información y confrontan al poder con espíritu crítico

Gabriela Cañas

Del cambio climático no se puede culpar solo a dirigentes como Donald Trump. Tampoco las dificultades que sufre la prensa libre son solo responsabilidad de tiranos y gobernantes. Los ciudadanos y su perdido espíritu crítico son parte sustancial del problema.

Según el informe anual de Reporteros Sin Fronteras, 2018 ha sido particularmente dañino para los periodistas. La organización contabilizó 80 asesinados, 348 encarcelados y 60 secuestrados. México, Nicaragua, China, Arabia Saudí, Hungría, Siria, Turquía o Venezuela son algunos de los agujeros negros de este mapa siniestro, que a veces puede ocultarnos el bosque en su totalidad. Porque también hay una permanente amenaza sobre las sociedades del siglo XXI que se creen libres de censura y manipulación. Se producen presiones sibilinas y silenciosas que deterioran el derecho de la gente a estar bien informada. Gobiernos, poderes económicos o anunciantes saben bien cómo ejercerlas.

La gran depresión de 2008 y los cambios tecnológicos dejaron sin trabajo a miles de periodistas y obligaron a cerrar cientos de medios de comunicación. Desde entonces, la debilidad de los supervivientes y la precariedad laboral de los profesionales han dejado en situación más vulnerable a casi todos los medios frente a los detractores de la información veraz y molesta para el poder.

Cada día conocemos nuevos detalles sobre cómo se manipulan las redes para empujar a los electores a votar por el Brexit o por Marine Le Pen. Comprobamos también la laxitud con la que manejan los datos personales las empresas tecnológicas; una laxitud muy rentable para ellas. Este pasado mes de diciembre se ha publicado un informe del Senado de Estados Unidos en el que se alerta contra las tecnológicas. Ocultaron, dice, la gravedad de la injerencia rusa en las presidenciales ganadas por Donald Trump.

Sabemos que las redes, en manos de un oligopolio global, se han hecho con el pastel publicitario de los medios tradicionales y que en Internet circulan muchas informaciones y opiniones gratuitas tan falsas como tendenciosas. Responden a oscuros objetivos —al menos, diferentes de los que busca la prensa libre—. Se rigen también por los designios de agregadores y algoritmos.

A pesar de todo ello, una mayoría alarmante de ciudadanos deserta de los medios que verifican la información y confrontan al poder con espíritu crítico; una mayoría que confía más en ese laberinto de sobreinformación que no contrasta un solo dato en el que los poderosos, por fin, pueden intoxicar a sus anchas.

Hay muchas maneras de acabar con la libertad de prensa. Sin duda, los errores propios de los medios es una de ellas. Pero otra, muy importante, es que la sociedad ni la valore ni la apoye.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_