La ayuda es enseñar a pescar
En Burkina Faso, uno de los países más pobres del mundo, el 92% de la población trabaja en el campo. Varias iniciativas tuteladas por una ONG han llevado prosperidad a pueblos de la región del norte
En la región de Yatenga, al norte de Burkina Faso, es habitual que una familia viva de los 40 euros anuales que ingresa por la venta de 80 kilos de mijo, el monocultivo por excelencia. La inmensa mayoría no tiene tierras, ni animales. Las mujeres y los niños recorren varios kilómetros en busca de agua y su único acceso a la alimentación es lo que se produce tras la época de lluvias, que empezó en septiembre.
"El país de los hombres íntegros". Eso es lo que significa Burkina Faso en la lengua local mooré. Este país de África Occidental, que antes fue Alto Volta, está considerado uno de los más pobres del planeta, y eso se explica, entre otros motivos, porque el 92% de la población activa trabaja en el campo (en España, con tres veces más habitantes, el 6%) y porque su producción anual de cereales es de 2.902 toneladas (24.747 en el caso español), con una superficie la mitad que la nuestra.
Los 14 campos de cultivo de Lemnogo triplican la producción de otras zonas
Lo habitual en esa región es comer solo una vez al día desde junio hasta septiembre
En el poblado de Saya, la ayuda para construir un pozo se ligó a abrir una escuela
Azetou Sawvadogo es una mujer de la etnia mayoritaria mossi que seguramente desconoce esas y otras estadísticas, como que en su país hay cuatro tractores por cada 10.000 habitantes (687 en España) o que solo el 6% de la población tiene acceso a la electricidad. Lo que sí sabe es que hace ya casi tres años que su vida y la de sus vecinos del poblado de Lemnogo empezó a cambiar. La ONG Intervida, en colaboración con el Gobierno, les cedió unas tierras, se instalaron verjas y se cimentaron los pozos de agua de los alrededores. Más tarde se donaron semillas y material de trabajo.
El resultado de esa intervención son ahora 14 campos de cultivo colectivos, de una hectárea cada uno, en los que trabajan los 42 adultos de un poblado que tiene 250 habitantes. Además de mijo, cultivan cebollas, berenjenas, tomates y otras hortalizas. Si en una zona árida de la región el rendimiento medio de una hectárea es de 300 kilos, en este poblado se quintuplica la producción. Por un saco de cebollas de 100 kilos los campesinos obtienen 19.000 francos (unos 29 euros), y por otro de mijo, 10.000 francos (poco más de 15 euros). Nada que ver con los exiguos ingresos anuales de la mayoría de los habitantes de la región.
Sawvadogo preside el comité de 20 mujeres que gestiona la explotación agraria. Tiene cuatro hijos, por debajo de la tasa media de fecundidad de su país, que es de 6,28, y goza de buena salud, teniendo en cuenta que la esperanza de vida en Burkina Faso se sitúa en 47 años, los que tiene ella. No se limita ya a educar a la prole, preparar la comida y acarrear el agua, como la mayoría de las burkinesas. Sawvadogo y otras dos mujeres muestran orgullosas el documento con sus fotografías que las avala como titulares de una cuenta bancaria y de la que se pagan las semillas para todo el año y otros gastos para cuidar la tierra.
"Cada vez soy más feliz porque tenemos más comida", confiesa. De junio a septiembre, lo habitual es que en esa región solo se realice una comida diaria. Es la época más severa del año, hasta que empieza la recolección, tras las lluvias torrenciales. La última fue en octubre. En estos días también se aprovecha para reparar las casas, porque sobra agua para hacer el barro con el que levantar las paredes.
En cuanto llegan las cosechas empiezan los actos sociales en cualquier poblado, principalmente las bodas. Entonces no se repara en gastos, de manera que en una semana se esfuman parte de los ingresos de la venta de los cultivos y de la producción de todo el año. "No piensan en guardar uno o dos sacos de cereales para cuando llegue el hambre y lo puedan vender más caro para poder comer. Por eso, además de ayudarles a cultivar la tierra, intentamos transmitir la idea de la planificación", explica Víctor Ruibal, desde principios de 2008 director en Burkina Faso de Intervida, la ONG que en 2007 fue intervenida por la justicia por la supuesta estafa de sus directivos. Todos fueron destituidos por decisión judicial y sustituidos por otros administradores que nombró la Generalitat de Cataluña.
Ruibal tiene claro que la mayor rentabilidad de los cultivos es lo que permitirá a esas gentes salir de la pobreza y que eso ayudará a los adultos a entender la necesidad de escolarizar a los hijos y de mejorar su alimentación. La edad media de la población es de 16,8 años (41 en España), y eso se explica por la alta tasa de fecundidad (6,28 hijos por mujer frente a los 1,31 en España) y la elevada mortalidad (106 defunciones por cada mil habitantes, frente a 4,21 en España). En el conjunto de Burkina Faso, la tasa de escolarización de los niños es del 67%, y de las niñas, del 60%, porcentajes que disminuyen en el ámbito rural.
Las mujeres del poblado de Sabouna, en la misma región de Yatenga, se plantearon en 2006 acabar con los molinos de piedra manuales y sugirieron a la ONG que les ayudara a instalar uno mecánico. Intervida invirtió 2.000 euros en la compra de la maquinaria y el resto lo hicieron ellas y sus esposos. Las inversiones son a fondo perdido, aunque si el molino se gestiona de manera irregular o genera problemas entre los habitantes del poblado, la ONG lo retiraría. "Por suerte, todavía no ha pasado nunca", explica Ruibal.
Al molino acuden cada día 60 mujeres con sus cereales, de los que se obtiene una harina, el to, que constituye el alimento diario y que enriquece la alimentación infantil, algo fundamental en un país donde a los dos años de edad el niño pasa de ir adosado a la espalda de la madre al suelo. Y eso le convierte en el más vulnerable y menos valorado del grupo. Cuando se sacrifica un pollo para el consumo humano, a ese niño pequeño se le reparte la cabeza y las patas del animal, en lugar de un trozo de carne. "Ya comerá cuando sea mayor", exclaman sus padres. La razón es que como no trabaja para ayudar a la familia se le considera una rémora.
En los cuatro años de funcionamiento del molino, los ahorros generados superan los 700.000 francos, lo que equivale a más de 1.000 euros, un dineral en aquella zona. "Los hombres no tienen ningún derecho a tocar ese dinero", explican las mujeres que lo gestionan. Y eso es lo mejor que les puede pasar, porque en las zonas rurales, o sea, en la mayoría del país, el hombre ostenta la gestión exclusiva del granero y decide cada día qué cantidad de grano entrega a la mujer para alimentar a la familia.
La presidenta, la secretaria y la tesorera que gestionan el molino no olvidan que la lata de harina que ahora se llena en menos de un minuto de manera mecánica requería entre 40 y 50 minutos de esfuerzo cuando el grano se molía manualmente con las piedras.
Las primeras semillas se empiezan a plantar en junio, pero con la llegada de las lluvias torrenciales pueden acabar erosionando la tierra. Para evitarlo, se habilitan cordones de piedra para retener el agua, empapar más el subsuelo y aumentar así la producción. De esta manera se delimitan los huertos. En lo que va de año ya se han acotado más de 150 hectáreas de terreno y se han habilitado unos 75 huertos de dos hectáreas cada uno. Los cordones de piedra han servido además para frenar la deforestación. "Lo que tratamos siempre es de estimular a la gente y hacer bueno el dicho de no repartir pescado, sino enseñarles a pescar", explica Víctor Ruibal. Esas mismas piedras sirven también para construir las composteras de las que saldrá el abono que mejorará el rendimiento de los cultivos. En lo que va de año se han construido 320 composteras en la región de Yatenga.
En la zona más pobre de ese país el agua es un bien escaso, aunque suene a tópico. Los agricultores pueden contratar los servicios del sabio con su vara de metal que señala dónde puede haber agua, cavar en el lugar y cimentar un pozo con la ayuda de la ONG. En otros casos, y cuando el presupuesto lo permite, se invierte en estudios geológicos y hasta se descubre algún pozo potable, como el del poblado de Saya. El agua ha llevado allí la fertilidad a las tierras, pero Intervida lo ha ligado al funcionamiento de una escuela, que en poco tiempo ha doblado el número de alumnos y se ha convertido en el pilar social. Además de conocimientos académicos, se enseñan hábitos de alimentación e higiene. Al comienzo de este curso escolar se inauguró un huerto en el que los niños aprenden ya técnicas agrícolas.
En esos poblados africanos, como en tantos otros, existe una singular relación entre sus habitantes y los animales. Solamente las aves de corral y las cabras se sacrifican para el consumo humano. Los mamíferos como las vacas y los mulos, donde los hay, se emplean únicamente para las tareas del campo. Un niño puede estar muriéndose y su familia no será capaz de vender una cabra para pagar su asistencia médica. En cambio, si fallece el pequeño, se sacrificará al animal para honrar su memoria.
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