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Arde Madagascar

El panorama de este paraíso único es desolador. Ha perdido ya dos tercios de sus bosques. Y la deforestación continúa. Cada año llueve menos y hace más calor. La ayuda internacional se ha suspendido

Madagascar, la cuarta isla más grande del mundo, inició su desgaje del continente afri¬¬cano hace unos 160 millones de años, 60 de los cuales permaneció en total aislamiento. De ahí su enorme diferencia y especialización en fauna y flora. Contiene el 5% de los seres vivos del mundo, la mayoría endémicos. Pero en sólo 2.000 años que el hombre lleva en la isla, más de dos tercios de sus bosques (tropicales, pero también semidesérticos) han de¬¬saparecido, la mayoría desde los años cincuenta. Un endemismo acusado y una rápida y basta de¬¬gradación del medio ambiente amenazan con convertir a Madagascar de panacea biológica en líder en exterminio de especies irrecuperables.

El cambio climático, de terribles consecuencias para sistemas de equilibrio delicado como el de la isla, se presenta como uno de los factores clave en la amenaza a la biodiversidad malgache, seres humanos incluidos. A todo ello se suma la inestabilidad política desde que el presidente electo Marc Ravalomanana fuera depuesto por el ejército: la parálisis gubernamental contribuye a la tala ilegal de más árboles, al saqueo de los escasos espacios protegidos.

Un total de 68 especies de lémures, la mitad de los camaleones del planeta, 4.000 diferentes polillas, 1.000 orquídeas, 6 clases diferentes de baobabs, 170 palmeras y la fossa (carnívoro descrito como medio perro-medio gato). Éstos son algunos de los ejemplos de animales y vegetación exclusivos de Madagascar, un laboratorio ideal para estudios evolutivos.

La mayoría de los malgaches viven del campo o del ganado y la presión sobre la tierra es extrema. Prácticas agrarias tradicionales como la quema de bosques para el crecimiento de pastos para los cebús -animal venerado- y las enormes plantaciones coloniales explican en parte la deforestación de la isla. La madera es la principal fuente de energía de las poblaciones, y el negocio del carbón es una salida para muchas familias pobres (el 70% de los habitantes de la vive con menos de dos dólares al día). A esto se suma la conversión de manglares y zonas húmedas en cultivos de arroz.

Con cerca del 90% de sus áreas naturales ya perdidas, el ritmo de deforestación se estima en 200.000 hectáreas anuales, "el 10% cada diez años", explica Niall O'Connor, representante en la isla de WWF. Si bien el ritmo se ha ralentizado, sólo un 3% de los espacios naturales está protegido, una cifra que el presidente depuesto Marc Ravalomanana había prometido triplicar para llegar a los seis millones de hectáreas en 2012. El Plan de Acción para Madagascar situaba la conservación como tercera prioridad del Gobierno, algo ahora en suspenso por la intervención militar de marzo pasado que llevó al alcalde de Antananarivo, Andry Rajoelina, al poder. No reconocido por la comunidad internacional, ésta ha suspendido las ayudas al país (el 40% del presupuesto nacional), a excepción de las únicamente humanitarias. Las sanciones incluyen la financiación de programas medioambientales.

Nambone vive en el sur de la isla, zona seca de bosques espinados, árboles pulpo y baobabs. Pertenece a la etnia tandroy, nunca esclavizada, de profundas tradiciones en torno al cebú, que residen en pequeños pueblos en construcciones de madera. Nambone es una de las habitantes más pobres en el pueblo de Anjado, ya de por sí pobre (el 49% de los malgaches se halla en pobreza extrema). No sabe cuántos años tiene. Entre 25 y 35, apunta. Y seis hijos, uno colgado permanentemente al pecho.

Nambone posee tierra, pero se alimenta sólo de hojas de patata e higos chumbos. En el sur, el factor que más empuja a la gente al bosque es la sequía. Las temperaturas han subido un 10% en cincuenta años y las precipitaciones han bajado un 10%. El río, menguante, está lejos, a 15 kilómetros. "No podemos plantar mandioca, no hay agua, no hay lluvia", resume la mujer, que participó en un proyecto de trabajo por comida del Programa Mundial de Alimentos (PMA) y CARE para la construcción de un embalse. Todavía no está acabado, pero ya no hay trabajo para Nambone, que mientras duró el proyecto pudo comer arroz y judías. ¿Alternativa?: "Vamos al bosque, talamos y vendemos la madera en el mercado". Así obtienen medio euro a la semana. "Si tuviéramos agua, la vida sería mejor".

Si en el sur las sequías son cada vez más frecuentes y hay cada vez más comunidades al borde de la hambruna, en el norte son los ciclones los más devastadores. Silvia Caruso, responsable del PMA en la isla, lo explica: "Son factores que se imbrican: degradación y cambio climático. Y esto aumentará si no se disponen medidas de adaptación y reforestación". El PMA trabaja para la asistencia durante ciclones y sequías, pero también en el desarrollo de medidas para mitigar el cambio climático, como programas de reforestación y de gestión comunitaria de los bosques. "Madagascar tiene el potencial para ser autosuficiente en comida, las soluciones existen", dice Caruso. Falta saber si hay voluntad política, nacional e internacional, para ponerlas en práctica.

Y es que la inestabilidad política es otro factor que amenaza la biodiversidad de la isla. Aprovechando el caos de la intervención militar, dos parques naturales en el norte, Marojejy y Masoala, fueron invadidos y cerrados por bandas de hombres armados que forzaron la tala de árboles de madera preciosa como ébano o palo de rosa (palisandro). Llegaron las primeras alertas de que los taladores se alimentan de los lémures (15 especies al borde de la extinción) que cazan en los bosques que destruyen, 5.000 metros cuadrados de enero a septiembre pasado. En Madagascar opera la denominada "mafia de la madera", con China como principal destino de la madera ilegal, y se calcula que el beneficio de la mafia puede haber llegado a los 100 millones de dólares. Un palisandro de 25 metros de alto y 400 o 500 años de antigüedad puede valer cerca de 4.000 dólares. WWF, Conservation International y Wildlife Conservation Society consideran que las aprobaciones excepcionales del Gobierno para la exportación de la madera confiscada "sólo abren la puerta a más destrucción de los recursos". Las ONG se muestran preocupadas por un incremento en la caza ilegal de lémures y el contrabando de especies exóticas, como tortugas, camaleones o lagartos.

"La mayoría de leyendas en torno a los lémures dicen que eran hombres que transgredieron un tabú y que por ello fueron convertidos en lémures. Por eso generalmente no se comen", explica Hantanirina Rasamimanana, especialista en estos primates. Todos los lémures, animal nacional y principal atracción de científicos y turistas, están amenazados por una constante degradación de su hábitat. El primero en desaparecer, documentado, fue el lémur gigante, del tamaño de un gorila, poco después de que el hombre pusiera el pie en la isla. La pobreza, la malnutrición crónica en Madagascar (del 14% entre niños, según datos de Unicef), fuerza a romper los tabús. La gente ya come tortugas.

"En Madagascar, todo el mundo tiene hambre", se desespera Rasamimanana. "Por ello hay que proteger el medio ambiente, pero también el de los agricultores, adaptarlos al cambio climático, que los programas de reforestación y gestión de bosques beneficien a las comunidades locales". Madagascar está en la cima de los puntos calientes de la Tierra, los que por su biodiversidad y fragilidad van a ser más afectados por el cambio climático. Tan caliente que se quema.

Un camaleón.
Un camaleón.JUAN CARLOS MUÑOZ

¿Sólo cenizas?

"Nuestra naturaleza es tan bonita que los visitantes vienen en gran número (...), pero quemando los bosques ¿cuándo comprenderéis que Madagascar será sólo cenizas?". Esto forma parte de un poema que se podía leer en una escuela del sur, con 280 alumnos excitados porque en sus manos había ¡libros! En Madagascar hay escasez de libros y un 80% de analfabetismo en el área.

Y éstos son libros con ilustraciones, texto en malgache e inglés de las especialistas Alison Jolly y Rasamimanana y que explican las historias de, por ejemplo, Bikita, el lémur ratón (se siente pequeño ante otros lémures, pero salva la vida a su mamá, a la que alerta de un búho y se siente grande), y del aye-aye, lémur nocturno, el único que usa ecolocación, como los murciélagos. El aye-aye puede definirse como dos kilos de medio ardilla-medio murciélago, dientes de roedor, orejas enormes y dedos esqueléticos. Golpea los troncos para detectar larvas, roe la corteza y usa sus largos dedos para hacerse con ellas. En el norte de la isla es signo de mala suerte. El libro pretende cambiar las malas percepciones de los lémures entre los jóvenes: "La mayoría viven en zonas rurales, pero no conocen la naturaleza", dice Rasamimanana.

Los libros, publicados con la ayuda de Unicef, explican los diferentes tipos de lémur (el aye-aye se topa con el lémur enano, una especie que hiberna y se alimenta de la grasa almacenada en su cola) y sirven también para que los niños aprendan la geografía de su país y a preservar el medio ambiente. Algo de esperanza.

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