La losa del siglo XXI
Nos sentimos culpables. Por no pasar suficiente tiempo con la familia, porque no nos gusta nuestro cuerpo, por mil razones. Los remordimientos sin control deterioran la autoestima, provocan ansiedad y depresión. Aprender a perdonarse no es fácil
A la consulta de la psicóloga Laura Rojas-Marcos llegan pacientes con trastornos alimentarios, depresión, ansiedad, estrés, problemas familiares. "No sé qué me pasa". Tras esta angustiosa incertidumbre, a menudo se encuentra la culpa, un sentimiento que puede "deteriorar nuestra autoestima, nuestra paz interior y nuestra felicidad", describe la experta. La culpa es necesaria y positiva cuando implica responsabilidad y ayuda a diferenciar la buena y la mala conducta, pero su reverso tenebroso inhabilita, bloquea. Tanto que le ha dedicado un libro, El sentimiento de culpa, donde diferencia dos tipos. Por un lado está la real, la que aparece como pepito grillo cuando causamos daño. "Está muy bien que la sienta un torturador argentino que ha tirado a personas al mar desde un avión", sentencia la asesora Pilar Varela. Por otro, la falsa, la patológica, la que sufren supervivientes de una catástrofe o niños que se acusan de la separación de sus padres. "Cuando no sirve para aprender y lo único que provoca es dolor, hay que pedir ayuda", aconseja la psicóloga María Jesús Álava.
En España nos cuesta decir no por el qué dirán: es algo cultural
Los orígenes del sentimiento de culpa están inscritos en nuestra evolución, según defiende el psicólogo Xavier Guix. "Lo que cambia son las causas a las que atribuimos ese sentimiento. Hoy, por ejemplo, no ser lo suficientemente feliz llega a ser motivo de autoinculpación. Hace 30 años, ser feliz era lo que podía causar culpabilidad", sostiene. A las generaciones anteriores les condicionaba más la religión judeocristiana, el pecado, el "no lo he hecho bien con mi prójimo", según reflexiona Álava. La autora de La inutilidad del sufrimiento considera que el ritmo endiablado y el consumismo derivan en losas de otro tipo: padres agobiados por no dedicar tiempo suficiente a sus hijos, personas que creen que fallan a sus amigos, individuos con padres ancianos que viven solos o en una residencia, trabajadores convencidos de que no están superando las expectativas laborales.
Las mujeres suelen experimentar más culpa por cuestiones relacionadas con la familia, el hogar y el cuidado de los hijos; a los hombres les presiona más el trabajo, según coinciden los especialistas. "Es un sentimiento más femenino, sobre todo en lo que se refiere a la culpa cotidiana", tercia Varela. Para muchas, ésta se convierte en una disyuntiva excluyente: "Si soy una buena ingeniera, soy una mala madre; si soy una buena madre, soy una mala ingeniera". Una supuesta elección que provoca ansiedad. Rojas-Marcos prefiere hablar de roles más que de diferencias entre sexos: "El rol de cuidador [que suele corresponder a la mujer] se siente culpable por el hecho de ir a trabajar dejando a los niños en casa; el rol de cazador-recolector [asociado al hombre] se siente culpable si no es un buen proveedor". Si no gana suficiente dinero, si se queda en paro.
"En España hay dificultades para decir que no, por el qué dirán; es una cuestión cultural", detecta la psicóloga, en contraposición con el mundo anglosajón: "Allí se lleva mejor, son más directos". El qué dirán, las relaciones sociales, la imagen que proyectamos, son otras fuentes de culpa en el siglo XXI, según enumera la especialista, que suma y sigue: nos sentimos culpables cuando hacemos daño o le deseamos el mal a alguien, cuando una relación se deteriora o tenemos afectos por otra persona, cuando nos hacen chantaje emocional o manipulamos, cuando no nos gusta nuestro cuerpo o nos irritamos con quienes cuidamos...
Ante esta retahíla cabe pensar que nuestra losa es mayor que la de nuestros mayores, pero la especialista cree que es al contrario: "Vivir en democracia ayuda a que se disipe más la culpa falsa y nos enfoquemos más en la real. Es más sano cuando tenemos libertad para expresarnos, explicarnos o pedir ayuda".
Una vez detectado el problema, identificada la fuente de culpa y si ésta es real o falsa, el siguiente paso es "utilizar recursos para la resolución de conflictos", expone Rojas-Marcos. "Si se puede arreglar, hemos de ver la manera de restaurar el daño", prosigue. Si no tiene solución, "aprender a vivir con ello". "Es importante perdonar, a los demás y a nosotros mismos", receta. "Es un error pensar que la culpa nos dignifica; al contrario, puede hacer que demos lo peor de nosotros mismo", interviene María Jesús Álava. Guix apunta el matiz entre culpa (sentimiento, carga emocional) y responsabilidad (conciencia, conocimiento de las propias acciones). "Por suerte, se empieza a aportar a nuestra evolución un nuevo enfoque en el que la culpa se sustituye por la responsabilidad. Y una de las primeras responsabilidades con uno mismo es aprender a vivir sin culparse por ello", afirma.
Ni por exceso, ni por defecto
Tan malo es el exceso, sentirse culpable por todo, con razón o sin ella, como el defecto, la ausencia de culpa: el acto psicópata de causar daño sin experimentar remordimientos por ello. Como ocurrió con los jóvenes que quemaron viva a una indigente y lo grabaron con el móvil, o los que violaron y mataron a una chica discapacitada psíquica. "Yo no marcaría una diferencia generacional, eso ha existido siempre", puntualiza la psicóloga Laura Rojas-Marcos. Y en todos los ámbitos: colegio, trabajo, hogar. Incluso una de las tácticas utilizadas en tiempos de guerra era deshumanizar al enemigo para evitar sentir culpa al aniquilarlo. Los vietnamitas eran charlies para los estadounidenses; los homosexuales o judíos eran infrahumanos para los nazis. "Los niños se sienten menos culpables hoy que hace 30 años porque se les ha acostumbrado a que tienen derecho a casi todo y pocas obligaciones", discrepa la psicóloga María Jesús Álava. "Se ha perdido un nivel de sensibilidad importante, y es como si la diversión primase sobre cualquier otra cosa", continúa. "Estamos educando sin ofrecer pautas, normas, límites, sin frustración, creando jóvenes blanditos que se vienen abajo ante el más mínimo problema. Es una barbaridad", finaliza.
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