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Rossy de Palma solo hay una

Repite como chica Almodóvar, ha sido jurado del último festival de Cannes y triunfa en televisión con la serie ‘Anclados’. Esta actriz de raza siempre tiene algo que contar.

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Álex Vicente y Francesca Rinciari (Realización)

Puede que nunca hubiera desaparecido del todo, pero jamás se la ha visto tanto como ahora. Rossy de Palma (Mallorca, 1964) vive uno de sus mejores momentos. Solicitada por la moda como rotundo icono de estilo, décadas después de haber sido musa de Gaultier y Mugler, la actriz también tiene entre manos una serie televisiva de gran éxito (Anclados, en Telecinco) y un espectáculo teatral (Resilienza d’amore, estrenado en el Piccolo Teatro de Milán y que este otoño representará en Madrid). Y, sobre todo, uno de los papeles principales en Silencio, lo nuevo de Pedro Almodóvar, que termina de rodar este mes con Emma Suárez y Adriana Ugarte. Con la película, De Palma se reencuentra con el cineasta manchego 20 años después de La flor de mi secreto (sin contar el cameo que le ofreció en Los abrazos rotos). Rossy nos recibe en París para hacer balance con su desparpajo habitual, pero también nos obsequia con algún momento de inesperada introspección.

¿Le ha sorprendido el éxito de ‘Anclados’?

Me confirma que la risa es una necesidad. Por eso triunfa, aunque también tenga sus detractores. Se trata de un humor corrosivo que no convence a todo el mundo. Yo siempre digo que hay que tomársela como si fuera un cómic, como si fuera 13, Rue del Percebe. La serie cumple un cometido: permite que la gente se relaje un poco. Y que se ría, que siempre es la función principal de toda comedia.

¿Le da más satisfacción hacer reír que llorar?

Las dos cosas me satisfacen, pero la comedia es un género en el que siempre me he sentido muy cómoda. Eso no quita que me guste participar en proyectos que no lo son, como Silencio. Mi personaje será austero e incluso antipático. Interpreto a una mujer gallega, una paisana como tantas otras, en dos épocas distintas, lo que implica una metamorfosis, que es algo que me encanta. Hemos rodado en las Rías Altas gallegas, en la costa de Huelva y en el Pirineo aragonés. Ha sido precioso.

¿Cómo vivió que Almodóvar le volviera a proponer un papel importante después de casi 20 años de espera?

Siempre he estado encantada de trabajar con él, pero nunca le he insistido, incluso cuando me moría de ganas. Prefiero que sea un deseo que nazca de él, de su propia escritura. La verdad es que nuestros reencuentros, incluso al margen del cine, siempre han sido muy felices. No ha habido desamor en nuestra relación, ni siquiera cuando no me llamaba.

La actriz lleva quimono de Yohji Yamamoto, vestido en la cabeza de Adolfo Domínguez, collar Mosaique Delilah de Boucheron, medias de rejilla de Falke y zapatos de Alaïa.

Satoshi Saikusa

«Almodóvar puede ser tóxico, pero es una droga maravillosa», ha dicho Antonio Banderas. ¿Lo comparte?

Yo no lo veo tóxico. Supongo que Antonio ha tenido más presión que yo, sobre todo en La piel que habito. En realidad, Pedro es un hombre muy festivo. Incluso en sus proyectos dramáticos siempre hay momentos de broma. Tal vez sea porque siempre he hecho secundarios, nunca me ha peinado a contrapelo.

Cuando empezó a trabajar con él, su cine molestaba…

Nunca he entendido qué pudo molestar, cuando todo lo que ha hecho Pedro es convertirnos en seres más libres. Cada día, en cualquier rincón del mundo, me cruzo con espectadores que me dan las gracias por su cine. A veces son personas que crecieron en regímenes donde la homosexualidad no podía ser manifestada. Las películas de Pedro les permitieron respirar. Sus personajes desprenden libertad y una especie de alegría natural. Por muchas vicisitudes y obstáculos que les ponga la vida, ellos siempre se apañan. Le quitan hierro al asunto, recogen los pedazos rotos y se recomponen. En su cine siempre hay esperanza.

Cuando se estrene ‘Silencio’ se cumplirán 30 años de su primera colaboración en ‘La ley del deseo’. ¿Cómo ha cambiado como actriz en estas tres décadas?

En lo personal he ganado en serenidad, porque con la edad el conflicto contigo misma suele disminuir, pero no creo haber cambiado como actriz. Mi manera de interpretar sigue siendo la misma. No soy una actriz de método ni de estrategia. Mi modo de trabajar consiste en olvidarme de mí misma, en desaparecer y dejar que el personaje me posea. Soy una mujer cerebral y racional en todo menos en lo artístico. En el cine me libro a mi instinto, a lo que surja y suceda, casi como si me lanzara al vacío.

Rossy viste chaqueta y falda de Sybilla, tocado de Mariana Barturen y anillos de Gucci.

Satoshi Saikusa

Tras su éxito en los ochenta decidió marcharse al extranjero. ¿Por qué lo hizo?

Cuando era pequeña, mi padre siempre me soltaba una expresión asturiana: «Hija, tú eres mundial». Y yo me lo creí… Me instalé en Francia a causa de las ofertas en la moda, que llegaron antes que las del cine. Diría que, intelectualmente, Francia me ha aportado muchísimo. Con total sinceridad, me permitió evolucionar más deprisa que en España. He podido acceder a un conocimiento y a una formación que en este país existen, pero tal vez están menos al alcance. En Francia tendrán muchos problemas, pero el análisis intelectual no es uno de ellos. El nivel es muy alto.

Ha dicho varias veces que el arte le apasionó desde pequeña. ¿Qué le aportaba?

La poesía y el dadaísmo fueron mis primeros amores. Para mí, el arte ha sido una terapia bestial. Es algo que te ayuda a vivir mejor, a entender nuestra naturaleza, a colocar interrogantes en lo que no se puede entender o definir, e incluso a reponerse del dolor. Aunque, entre la pena y la nada, yo sigo prefiriendo la pena, como decía Faulkner. A mí, la nada no me pone nada [risas].

¿Se conocen suficientemente todas sus facetas? ¿La ha exprimido el cine tanto como hubiera debido?

Es algo que me suelen decir a menudo. A veces, es cierto, mi imagen se ha visto un poco reducida. He rodado películas que no han llegado donde exploraba facetas distintas. Pero no me quiero quejar ni hacer autocampaña. Se ha dado lo que se ha dado…

La actriz luce ‘top’ de Hermès, guantes de Lanvin, corona de Benoit Missolin Paris y anillos de Cartier y Messika.

Satoshi Saikusa

¿Qué tal en el Festival de Cannes, donde el mes pasado ejerció de jurado de la sección oficial?

Fue una experiencia maravillosa. Cuando volví a mi casa me entró el bajón. La realidad era mucho más dura [risas]. Nos seguimos mandando mensajes con los hermanos Coen y el resto del jurado, porque nos echamos de menos. En nuestra primera cena, les regalé unos abanicos personalizados de Olivier Bruno. También disfruté al vestir a algunos de mis diseñadores fetiche en la alfombra roja, como Juanjo Oliva, Nicolas Vaudelet o Sybilla.

En una entrevista reciente aseguró haber rechazado películas que pretendían usar su apariencia «de manera despectiva». ¿A qué se refería?

Me ha pasado alguna vez, pero no voy a dar nombres. Cuando veo que un papel tiene connotaciones despreciativas, no lo hago. Necesito sentir una comunión con el director. Y para eso aspiro a que haya cariño y una mirada benefactora.

¿Qué relación mantiene con su aspecto? ¿Ha habido momentos en su vida en los que se ha gustado menos que ahora?

Hay cosas que me gustan de mi físico y otras que no, como le sucede a todo el mundo. Es un poco cansino… De pequeña me decía que cuando saliera del colegio me quitaría de encima a los necios que me criticaban. Pero los necios siguen estando por todos lados… [risas]. En el fondo, nunca salimos del colegio. En todo caso, me han dicho más cosas bonitas que feas en la vida. Soy una persona afortunada. Estoy viva, estoy sana y me gano la vida con lo que me gusta. El resto es secundario.

Rossy lleva vestido de Adolfo Domínguez, corona de Benoit Missolin Paris, pendientes propios y zapatos de Alaïa.

Satoshi Saikusa

Se ha relacionado hasta la saciedad su rostro con la obra picassiana. ¿Le gusta o le molesta?

Antes no me reconocía en Picasso, pero ahora sí me sucede alguna vez. Es una cuestión de asimetría. Tengo un ojo de cada color y las pupilas de tamaños distintos. Para ir hasta el fondo, supongo que tuve una parálisis facial en alguna fase embrionaria… Si hubiera tenido unas orejas enormes me las habría operado, pero tener la nariz pronunciada nunca me molestó. Me fastidiaba la reacción de los demás, pero nada más. Es el ADN de la familia de mi madre, que son navarros y tienen narices imponentes. Recuerdo que, siendo joven, fui una vez a Bilbao. Mi nariz pasaba casi desapercibida… [risas].

Ha protagonizado una campaña para unos grandes almacenes argentinos junto a Carmen Dell’Orefice, modelo de 83 años. La moda se toma cada vez más en serio la reivindicación de las bellezas distintas y olvida la edad. ¿Le parece oportuno u oportunista?

Eso ya lo hacía Gaultier en su día… Si ahora es tendencia es solo porque se ha entendido que era necesario abrir mercado. Si solo comprara la gente perfecta con cintura de avispa, la mayoría de negocios lo tendría fatal. En realidad, la belleza está por todas partes. Una mujer como Iris Apfel a mí me parece bellísima. Todo depende de la campaña que hagan las firmas, pero en general me parece bien esta apertura. Me gusta ver a personas diferentes y peculiares. No se puede estigmatizar a nadie, crear guetos o hacer que una persona se sienta mal consigo misma. En el fondo, lo más importante es la humanidad.

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