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El rosa se desvincula de lo cursi

El rosa destapa su tono ‘agender’ y se desvincula de su gramática cursi para tirar por la borda todos los estigmas que históricamente le han perseguido.

La casa del cineasta Eduardo Casanova es completamente rosa. Solo rompen la monocromía los cuadros gore que tiene colgados. También lo es el universo cromático de su película Pieles, que se mueve en todos los tonos, del Petit Suisse al chicle de fresa, para explicar historias como la de la mujer que tenía el ano en la cara. «Es una obsesión –confiesa–. Supongo que se debe a la cantidad de estigmas que rodean al color. Pieles habla del dolor, la soledad, la violencia y la angustia; y contrastar todo eso con entornos kitsch y feístas hace que sean digeribles, que aceptes el horror porque es bonito».

No es el único artista que se replantea para qué sirve el color más connotado de todos los que existen, quizá junto con el negro. Los dos actúan como antónimos: cuando Anish Kapoor dijo que había patentado para su uso exclusivo el «negro más negro»; otro artista, Stuart Semple, le replicó prohibiéndole el acceso al «rosa más rosa».

Cartel de la ópera prima de Eduardo Casanova, ‘Pieles’.
Cartel de la ópera prima de Eduardo Casanova, ‘Pieles’.Pokeepsie Films / Nadie es Perfecto

La fotógrafa feminista Petra Collins envuelve sus imágenes oníricas e hiperfemeninas en ese tono, desde sus fotos de chicas púberes en su intimidad al último corto hecho para Gucci Stories, como manera de reclamar y repolitizar lo girly. Otra fotógrafa, la alemana Marlène Meyer-Birger, gestiona la cuenta de Instagram @reppink, donde encuentra retazos de rosa en paisajes urbanos. «Cuando veo una casa vieja y podrida en este tono me conmueve de manera distinta a una igual, pero en gris. Esperamos de él algo mono, pero es un tono que va bien con lo mortuorio. Me gusta esa ambivalencia», explica.

La tienda Colette también pintó sus paredes de rosa para acoger la exposición Pink, en la que el madrileño Luis Venegas invitó a sus artistas preferidos a usar ese color para reflexionar sobre lo queer, lo diferente. Jordi Labanda contribuyó con una ilustración titulada Puedo hacer que el dolor desaparezca. Para Labanda, el rosa tiene «mil matices», aunque aún le queda «recorrido antes de convertirse en agender». Recientemente, Saint Laurent, Raf Simons y Gucci se han puesto de acuerdo en vestir a hombres de rosa. Y en mujer lo reivindican diseñadores tan alejados de la gramática de lo cursi como Demna Gvasalia y Phoebe Philo.

Según la experta en marketing cromático Karen Haller, el color se relaciona con «lo suave y los cuidados».
Según la experta en marketing cromático Karen Haller, el color se relaciona con «lo suave y los cuidados».Lia Clay / Colette 2017

Según la experta en marketing cromático Karen Haller, el color se relaciona con «lo suave y los cuidados», pero también con «lo débil, lo necesitado de ayuda y lo castrante». Igual que las profesiones que se feminizan pierden prestigio y masa salarial, las cosas que pasan a ser rosas se toman menos en serio. La asociación Think Before You Pink, por ejemplo, reniega de la marea asalmonada que identifica la lucha contra el cáncer de mama y denuncia como pinkwashing (lavado de imagen rosa) la práctica de las empresas que «pretenden preocuparse por el cáncer» adoptando ese color en sus productos.

Siguiendo una lógica similar, una columnista de The Washington Post, Petula Dvorak, escribió un artículo anunciando que iría a la Marcha de las Mujeres contra Trump, pero que ni por asomo se pondría el pussyhat (gorro rosa que se ha convertido en símbolo del movimiento). «La marcha necesita coraje, no tonterías», dijo, denunciando que eran una distracción del objetivo de la protesta.

Desfile de Missoni en la Fashion Week de Milán en el que el pussyhat fue protagonista.
Desfile de Missoni en la Fashion Week de Milán en el que el pussyhat fue protagonista.Getty Images (AFP/Getty Images)

Según Jayna Zweiman, la arquitecta que inició el proyecto Pussyhat con Krista Suh, Dvorak no entendió nada. «Lo escogimos porque es descaradamente femenino y celebramos esa fortaleza de lo femenino», defiende. Ella, como casi todas las mujeres occidentales, tiene una historia personal con el color: «Mi madre me vestía en una explosión de rosa. Para subrayar mi independencia declaré que mi color era el negro. Pero al llegar a la universidad, me volvió a gustar, y aprendí que, como feminista, podía llevar cualquier color que me gustase».

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