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Sapiosexuales: cuando lo único que te excita sexualmente es la inteligencia

Se estima que un 8% de los adultos son sapiosexuales, es decir, el factor que más les excita sexualmente son las neuronas.

El dramaturgo Arthur Miller y Marilyn Monroe estuvieron casados de 1956 a 1961.
El dramaturgo Arthur Miller y Marilyn Monroe estuvieron casados de 1956 a 1961.Getty

Que la gente prefiera y elija personas inteligentes como pareja no debería ser noticia ni materia para escribir artículos. Que lo sea, además de provocar una cierta inquietud, puede ser indicativo de que la inteligencia es un bien cada vez más escaso, que abunda menos que la belleza, el carisma o la personalidad y que, precisamente por eso, es más preciado.

Sin embargo, a la pregunta, ¿con quién preferiría acostarse una noche, con alguien con un alto coeficiente intelectual o con alguien con un cuerpo y un físico envidiable?, no estamos muy seguros de que la mayoría eligiera las neuronas. Es probable que muchos se quedaran con las hormonas o feromonas. En el mejor de los casos, ya habrá tiempo al día siguiente para leer a Byung-Chul Han.

Los sapiosexuales, sin embargo, no solo admiran la inteligencia sino que está cualidad es la que más les excita sexualmente en un potencial compañero/a, por encima de las ya tradicionales y clásicas cuestiones estéticas, monetarias, de estatus social o poder. Algo que ha ocurrido siempre pero que nunca había sido bautizado con un nombre tan rimbombante. Como mucho, antes a uno le ponían la etiqueta de que era raro o le gustaban los friquis y en un segundo se zanjaba la cuestión. Hoy, sin embargo, se esgrimen todo tipo de teorías para explicar este ‘raro’ fenómeno. Hay test para detectar si eres sapiosexual, como este de Buzzfeed, y existe hasta un portal de citas, Sapio, para que los inteligentes, o los que erotizan esta cualidad, encuentren a su media naranja.

Por qué unas personas se sienten atraídas hacia un determinado tipo de cualidades y no hacia otras, ya trató de explicarlo en su día el psicólogo y sexólogo neozelandés John Money (1921-2006),  con su teoría sobre el ‘mapa del amor’. Este condiciona nuestra atracción sexual, pero no se trata de un mapa al uso sino de uno que se dibuja en nuestra mente y que constituye una representación compleja de nuestro amante idealizado, de aquello que nos erotiza y de las prácticas que consideramos más estimulantes. Algo así como la personalidad erótica. Este mapa se proyecta en el imaginario mental y se expresa a través de sueños, fantasías y actos y cada mapa es único, aunque comparta rasgos comunes con otros individuos.

Según Money, los mapas del amor comienzan a formarse desde que nacemos, con toda la información, experiencias y estímulos que recibimos. Las vivencias infantiles dejan una huella en nuesto lovemap y las negativas tienen la capacidad de imprimir una mancha que puede entorpecer en el futuro la formación de vínculos afectivos y eróticos armoniosos.

La historia nos ha dejado famosos sapiosexuales como Marilyn Monroe  (tal vez el papel donde la encasilló Hollywood, el de rubia tonta, la hizo huir de la tiranía de la belleza y refugiarse en la materia gris), que en una ocasión reconoció que Albert Einstein era el hombre más seductor que le habían presentado nunca y no dudó en proponerle, “deberíamos tener un hijo juntos para que tuviera mi físico y su inteligencia”. John Waters aconsejaba: “si vas a casa de alguien y no tiene un solo libro, no te acuestes con él”; y el personaje de Eusebio Poncela, Dante, en la película Martín Hache (1997), abogaba por “follarse a las mentes”.

La inteligencia, la segunda cualidad más erótica

En realidad, todos somos un poco sapiosexuales; o eso es lo que reveló un estudio llevado a cabo por Gilles E. Gignac, profesor titular de la Universidad de Western Australia junto a otros colegas. Se entrevistaron a 383 adultos para conocer los rasgos que más valoraban en sus parejas y los resultados fueron que la inteligencia era la segunda característica más demandada, después de la amabilidad y la comprensión, siempre y cuando ésta no fuera demasiado elevada. Así, descubrieron que la relación entre el cociente intelectual y el atractivo es curvilínea. Es decir, alcanza su punto máximo al llegar a un CI de 120, pero decae si éste es ya de 135.

Algunos apuntan también a que los sapiosexuales pueden relacionar de manera inconsciente la intelectualidad del otro con una relación más segura y estable. De algún modo asocian la inteligencia con una buena toma de decisiones y con una especie de ‘seguro’ para la relación.

Como explicaba Lora Adair, profesora de psicología evolutiva en la Universidad de Lyon, en la revista Vice, “los hombres y las mujeres siempre han deseado la inteligencia en sus compañeros, tanto si llegan a identificarse como sapiosexuales como si no. Esto sucede en todas las especies, aunque en los animales no humanos la inteligencia o capacidad cognitiva se mide morfológicamente”.

Lyon pone el ejemplo del macho del ave de emparrado, que construye elaboradas nidos adornándolos con objetos brillantes que encuentra en su entorno para atraer a las hembras más selectivas. “La capacidad de encontrar esos objetos excepcionales y de protegerlos del robo o el sabotaje de otros machos puede servir como indicador de una capacidad cognitiva y de una idoneidad genética”. Si la inteligencia ayudó a nuestros antepasados a solucionar problemas y a evolucionar, no es extraño que se siga considerando una cualidad que puede reportarnos una vida más desahogada, una mejor situación económica o incluso una pareja más saludable. Pero, además, hay otro estudio que llevó a cabo el psicólogo evolucionista Geoffrey Miller, de la Universidad de Nuevo México, que relaciona un alto coeficiente intelectual con una buena calidad de semen, y que hizo entre 400 veteranos de la Guerra de Vietnam, a los que sometió a estos dos test.

“Tradicionalmente se ha tenido la idea de que la atracción sexual tiene mucho que ver con el físico, con lo corporal, más que con lo mental. Pero la atracción es algo más heterogéneo que integra muchas cosas: sentido del humor, capacidad de comprensión o la manera de expresar el sentimiento, y todas estas cualidades tienen mucho que ver con la inteligencia”, señala la psicóloga y sexóloga Gloria Arancibia Clavel.

Así pues, los sapiosexuales no suelen ser personas de amor a primera vista ni de flechazos, ya que descubrir si alguien es inteligente o no lleva su tiempo y, generalmente, sus relaciones empiezan como una amistad para ir desembocando en atracción sexual, a medida que el cerebro se va desnudando. Para este grupo la seducción entra más por la palabra y por el oído, a través de conversaciones o puntos de vista interesantes, que por la vista; por eso se suele decir que las mujeres son más sapiosexuales que los hombres. “En realidad esta es una afirmación que entronca con los problemas de género y los clichés que aún siguen definiendo a hombres y mujeres”, señala Arancibia, “las dificultades de algunos hombres a la hora de reconocer a una mujer más inteligente que ellos o la idea, de algunas féminas, de que para ligar conviene hacerse un poco las tontas o, al menos, no parecer demasiado listas”.

Pero, ¿qué es la inteligencia?

Claro que a día de hoy muchos tienden a confundir la inteligencia con la acumulación de datos (como la capacidad de un disco duro), la capacidad para venderse (entonces los tímidos pasan por tontos) y hasta la arrogancia. Durante muchos años esta cualidad estuvo relacionada con la capacidad numérica, más que con otras, lo que a mí me hizo rozar el límite entre una persona normal y un borderline al sacar una baja calificación en un test que me hicieron en el colegio para determinar mi coeficiente intelectual. Afortunadamente no le hice mucho caso, contrariamente a otros que si se lo hicieron cuando los resultados los etiquetaban de superdotados, para su desgracia. La cuestión es que esos tests ya no se hacen, porque se sabe que hay muchos tipos de inteligencia: la emocional, la social y hasta la erótica; aunque todas comparten rasgos comunes: el sentido del humor, la empatía y, sobre todo, la capacidad de solucionar problemas en situaciones nuevas.

La atracción por la inteligencia puede conllevar también ciertos peligros, “en la consulta pasa mucho”, apunta Gloria Arancibia, “se pasa de la admiración a la idealización de la persona y de ahí a la dependencia. Y esto refuerza aún más la falta de autoestima en personas muy poco seguras de sí mismas y puede derivar en la dominación del que se supone más inteligente y la sumisión del otro/a”.

La erotización de la neurona desemboca también en todo un imaginario de prototipos para los sapiosexuales, entre los que destacan el profesor/a, los escritores/as, los científicos/as y sobre todo las bibliotecarias, según apunta Bix Warden en su libro The Sexy Librarian’s Big Book of Erótica. Lo bueno de sentirse eróticamente seducido por la inteligencia es que a este tipo de atracción no le afecta el paso del tiempo, ni le salen arrugas ni flacidez. Más bien lo contrario, gana con los años. Ya dijo Platón que  “el amor es como una escuela de graduación que empieza con la belleza del cuerpo, para después acercarse hacia las ideas y a la gente que muestra una inteligencia privilegiada”.

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