8 reglas que debes tener en cuenta antes de comprar un regalo
Los obsequios hablan de nosotros mismos. Para quedar bien retratados y dar en el clavo, basta observar algunas sencillas normas.
1. Disfruta del proceso
La filosofía oriental está llena de cuentos que enseñan que dar es siempre más enriquecedor que recibir pero, incluso los alérgicos a este tipo de ideologías deberían prestar más atención a lo que regalan porque es una de las mejores tarjetas de presentación. Como apunta Yolanda Pérez, directora de Casa de Protocolo, en Madrid, un lugar donde se imparten cursos de protocolo, imagen y etiqueta, “los regalos se hacen por el gusto del que regala y no por el mérito del que los recibe como decía el escritor Carlos Ruíz Zafón. Así que hay que cuidar lo que elegimos porque reflejará nuestro gusto, empatía, sentido del humor, personalidad o generosidad. Generalmente, cuando usamos algo que nos han regalado evocamos al que nos dio ese objeto, más que al objeto mismo”.
Uno de los recuerdos favoritos de mi madre es un cuento infantil que me compró, cuando ya era mayor, en una feria de Portugal, un día cualquiera. Se acordó de mi porque se titulaba O ursinho jornalista (El osito periodista). Cuando reniego de mi profesión y sus muchos inconvenientes a día de hoy, leo el cuento del pequeño oso que se quedó sin temas sobre los que escribir, salió a la calle, tiró su cámara por los aires, le dio al sheriff y, tras una cadena de coincidencias, acabó descubriendo el escondite del ladrón más peligroso de la comarca. Entonces me siento mejor.
No hay que olvidar que para que uno pueda disfrutar confeccionando una lista de personas a las que regalar, apuntando ideas y direcciones de tiendas o recortando páginas en las revistas, hay que disponer de algún tiempo. Si los regalos se dejan para el día antes de su entrega, en el que hay que comprar doce cosas mientras se esquivan las hordas poseídas por la fiebre consumista, la cosa ya no funciona.
2. Olvidemos nuestros gustos y pensemos en los de los demás
Mi padre era experto en el arte de darte una botella de Oporto que se bebía él o una caja de galletas que utilizaba para mojar en el café. Recuerdo también un familiar que me compró una blusa blanca con un lazo -a lo Thatcher- justo cuando atravesaba el periodo más negro de mi época punk. “¡No te gusta!”, exclamó ante mi cara de asombro, “pues me la quedo yo. ¡Hala!”.
Mucha gente olvida que la regla básica de hacer regalos es satisfacer los gustos de las personas a las que van dirigidos, no los nuestros. Y aquí pueden plantearse dos problemas. Primero: no conocemos muy bien las preferencias de nuestro amigo/a. En ese caso se puede preguntar a familiares o íntimos sobre sus inquietudes y, si esto no es posible, siempre hay regalos eclécticos que gustan a todo el mundo. El universo de la gastronomía está lleno de ellos: un buen vino, jamón, aceite de oliva, queso, bombones. Los libros son también una apuesta segura, así como cosas de casa que todos utilizamos como tazas de desayuno u objetos decorativos.
El segundo problema, para muchos, llega cuando conocemos los gustos de la persona a obsequiar y son tan malos que nos resistimos a cultivarlos o a dañar nuestra reputación. En este caso se aconsejan grandes dosis de sentido del humor, tomarse más a la ligera el punto uno de este artículo y centrarse en la parcela menos vergonzosa de la personalidad y las inclinaciones de nuestro amigo/a o familiar.
3. Cuándo, cómo y dónde
Otro de los aspectos a tener en cuenta es el contexto en el que el regalo va a ser recibido. ¿Va a estar la persona sola, rodeada de amigos o en un evento familiar? Si tenemos previsto regalarle un arnés a nuestra pareja junto con un kit de iniciación al BDSM, mejor dejarlo para un momento íntimo y no en la comida de Navidad, junto a sus padres. Los lugares públicos pueden resultar también embarazosos para abrir cierto tipos de regalos.
Los partidarios de ofrecer obsequios humorísticos deben recordar que el sentido del humor que muchos exhiben en el bar se esfuma cuando su regalo de Navidad está en juego. Si uno insiste en arriesgarse a hacer la broma, ¡adelante!, pero no estaría de más acompañar la gracia con un segundo regalo ‘serio’ y ‘cariñoso’.
Yolanda Pérez subraya el importante papel del envoltorio y la presentación. “Últimamente se descuida mucho este aspecto que, sin embargo, es muy importante. Es lo primero que vemos, lo que crea ilusión, genera expectativas y añade distinción al gesto”.
4. Huir de la practicidad, al menos en Navidad
Nunca faltan los partidarios de los regalos prácticos, de ir a lo seguro, de comprar cosas que sepamos con certeza que se van a utilizar. La lista es larga: papel higiénico, pinzas para depilar –que una vez me regaló alguien-, pasta de dientes, calcetines de lana para el invierno, toallas, pañales para el bebé, tablas de planchar, robots de cocina, camisetas interiores para el frío, pañuelos de las narices.
Es muy de agradecer que la gente nos provea de los suministros necesarios para el día a día, pero esa función está muy alejada de la destinada al regalo navideño, algo más parecido a materializar el afecto que tienes por alguien una vez al año. ¿De verdad creen que eso puede traducirse en una freidora nueva o un aparato para sacarle las bolas a los jerséis?
Según Yolanda Pérez, “un buen concepto de lo que debería ser un regalo es ofrecer aquello que la persona no se atrevería a comprarse a sí misma; ya sea porque lo ve como una extravagancia, un gasto superfluo o un capricho que no puede permitirse”. Así, el que obsequia se convierte en una especie de geniecillo que cumple deseos. A los muy, muy ricos, que tienen y se permiten comprar de todo, se les puede regalar, por ejemplo, una simple pastilla de jabón neutro, al mismo tiempo que se les da una lección zen de simplicidad.
5. Evitar regalar dinero
Los sobres con dinero y, su versión más glamurosa, los cheques regalo deberían estar solo reservados para los más mayores, que ya no pueden dedicarse a callejear en busca de regalos. Dar dinero en Navidad es sinónimo de pereza y poco interés hacia el otro. Siempre es mejor arriesgarse y comprar algo, aunque luego se tenga que cambiar, que entregar un sobre con billetes.
Respecto al dinero hay que respetar siempre los acuerdos, y si se ha decidido que los regalos del amigo invisible deben oscilar en torno a una cantidad no hay que sobrepasarla, porque dejaríamos mal a los otros, ni quedarse corto y comprar la versión low cost en el chino de la esquina porque eso siempre se acaba descubriendo. Los únicos cheques bienvenidos son los que uno mismo puede hacer cuando el regalo, por razones obvias, no puede hacerse en el momento. Por ejemplo, “vale por un fin de semana de acampada cuando llegue la primavera, con todos los gastos pagados”, o “vale por una noche de lujuria, en tu casa, en la mía o donde se tercie”.
6. Hay que ser ecuánimes y democráticos
Admitámoslo, todos tenemos nuestras preferencias entre hermanos, primos, sobrinos, amigos y compañeros de trabajo. Personas con las que conectamos mejor que otras, pero esas simpatías no deberían reflejarse demasiado a la hora de hacer regalos; especialmente si estos se abren en grupo, a la vista de todos. Nunca fui la estrella de la familia o la pandilla. Mi papel fue más bien el de Miss Perro Verde, o El Último Mono. Consecuencia de esto era que la gente no invertía tanto tiempo ni energía en buscar mis regalos, como lo hacían en procurar los de la gente más ‘importante’, los líderes. Por mi parte, siempre he evitado que en mis obsequios hubiera aristocracia y proletariado. O, en todo caso y porque lo he sufrido en mis propias carnes, poner más empeño en encontrar algo especial para las clases populares, generalmente, las más desatendidas.
7. Evitar regalar a los mayores cosas viejunas
El frasco de colonia de lavanda, la manta eléctrica, el calentador de pies o las zapatillas de cuadros son clásicos cuando el homenajeado ha pasado ya de los 60. ¿No es hora de que actualicemos el tipo de regalos destinados a la tercera edad, cuando comprobamos cada día que los mayores de ahora ya no son como los de antes? ¿Regalarle este tipo de cosas a un septuagenario no es como recordarle que le quedan dos telediarios y, por tanto, ya no merece la pena proveerlo con algo divertido?
Conozco personas de 70 años que, en plena jubilación, disfrutan de uno de los mejores periodos de sus vidas. Sin tener que trabajar, con una pensión correcta –en el futuro no podremos decir lo mismo- y con un estado de salud envidiable, a las que le gusta viajar, leer, ir al cine o al teatro, salir a comer fuera, preocuparse por su aspecto y vestimenta y aprovechar al máximo sus vidas, incluso las sexuales.
Desde un vibrador hasta un tocado, las posibilidades son infinitas.
8. Regala experiencias, no cosas
La idea de regalar experiencias en vez de cosas materiales, que se suman a la montaña de artilugios que acumulamos en nuestras casas, cobra cada vez más fuerza. Los amantes de los viajes lo tienen fácil porque un destino o una escapada de fin de semana siempre son bien recibidas, especialmente si se mantiene la sorpresa hasta el final, la llegada al aeropuerto o al lugar.
Se puede también obsequiar actividades al aire libre como, por ejemplo, senderismo, rafting o piragüismo con Arrepions, en Galicia, para conocer la naturaleza más escondida de esa parte del norte. Los cursos son otra opción y, en plena fiebre MasterChef, los vegetarianos aficionados a la repostería pueden encontrar todo tipo de talleres en Espai Boisa, Barcelona. En el apartado de salud y bienestar un día de spa le gusta a cualquiera. El Barceló Aranjuez, muy cerca de Madrid, cuenta con una sala especial para parejas donde se hace el ritual Love Love. ¿Qué tal unas sesiones con un entrenador personal para adentrarse en el mundo del yoga de la mano de Munindra?; ¿o un retrato bourdoir, sexy y picante, firmado por la fotógrafa Nicole Guiau, en Barcelona? Incluso, ¿por qué no?, un tatuaje. Es una de las pocas cosas que podremos llevarnos a la tumba.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.