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Piedad Bonnett: «Me gusta la poesía que incomoda y hiere»

Acaricia las palabras con delicadeza y humor. Piedad Bonnett es, como ella misma dice, «chiquita». Su poesía, grande y carnosa.

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«Fui una niña pueblerina. Creo que fui mimada y feliz. Pero toda infancia tiene desdichas». Piedad Bonnett viste de negro, «pero soy muy colorista, es solo por las fotos». Ha visitado Madrid para participar en el festival de poesía PoeMad y disfrutar de la compilación de toda su lírica en Poesía Reunida (Lumen): «Nunca lo soñé. Y tampoco lo pedí. Es para mí una alegría enorme… Digamos que, poéticamente hablando, podría morirme [risas]».

Se desnuda al hablar: «Mi desdicha fue la tremenda consciencia de la muerte que adquirí de pequeña cuando falleció un niño, un vecino. La presencia de Dios era avasallante. Después la he relacionado con el padre, mi papá era muy severo… Toda la vida he odiado el autoritarismo». También descubrió cosas hermosas, como la naturaleza, el agua manando de la tierra y volar cometas con su mamá. «De ella aprendí a decir la verdad, la delicadeza. Tenía un sentido del humor devastador, y soy un poco así, aunque parezca tan buenecita».

A los ocho años se fueron a Bogotá y se educó con las monjas: «Fue terrible. Me hice rebelde rápido y me mandaron a un internado. Ahí empecé a escribir poesía, con 14 años. Pero amarla en serio me ocurrió a los 12, con Bécquer». Era un bicho raro que nada tenía que ver con las otras niñas. Ella lo atribuye a su parto: «Nací mal [se ríe], porque nací impregnada en meconio, tu propia deposición, y se supone que eso pasa cuando sufres».

Estudió Literatura y dejó de lado su otra pasión, el dibujo («Me ha quedado esa nostalgia»). A los 18 años se casó y tuvo dos hijas y un hijo, que se suicidó con 27 años… «La vida puede ser atroz. Yo era una niña frágil, con depresiones. Tenía la idea de que al cumplir 18 años podía terminar loca… Esa suerte trágica le tocó a mi hijo, esa debilidad que estaba en mis genes le llegó a él. Pero a partir de esa fragilidad me hice fuerte».

Se considera una persona sanamente escéptica («No tengo esperanza en el ser humano, pero creo en los individuos») que odia los prejuicios y para quien la poesía verdadera «incomoda y hiere. Es una verdad que tú ya sabes, pero la manera de decirla es tan contundente y tan hermosa que te conmueve». Hoy, lo que más alegría le da son sus tres nietas: «Es un amor sin equivalencias. Son niñas, eso me fascina porque me da una intimidad. Los niños son más difíciles».

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