Miriñaques, pelucas y clavecines: el rincón de Madrid que nos teletranspora al Barroco
Transbaroque, en el Barrio d elas Letras, es un tunel del tiempo que viaja, literalmente, al siglo XVII
¿Estamos preparados para una experiencia completamente barroca? Para empezar, precisemos a qué nos referimos al hablar de la estética del Barroco. Ante todo, a suntuosidad, trampantojos, fuertes contrastes, y, como punto destacado, a una ornamentación nada timorata –recordemos los portones deliciosamente exagerados de José de Churriguera–, por lo tanto, quienes sientan los cantos de sirena barrocos han de decir adiós momentáneamente a Philip Glass, a Donald Judd y a los demás artistas del blanco inmaculado.
Los que de verdad se toman al pie de la letra la inmersión en los usos y costumbres artísticos de los siglos XVII y XVIII son los miembros de Transbaroque, un colectivo de músicos, cantantes, bailarines y artistas del videomapping que han abierto un espacio en el Barrio de las Letras de Madrid consagrado a las artes de la época de Luis XIV, o de Felipe IV, si se mira desde España. En Transbaroque son capaces de teletransportarnos a un cuadro de Fragonard en cuestión de minutos.
El violinista francés Serge Herschon es el alma de esta experiencia sensorial que nos sumerge de cuerpo entero en la Europa galante de los siglos XVII y XVIII. Lo acompañan instrumentistas y cantantes diversos, según el repertorio que elijan interpretar, pero quien nunca falta es el clavecinista inglés Stephen Knight, cuyo instrumento, un clavecín de dos teclados y 2,30 metros de longitud, se inspira en un modelo francés del siglo XVIII, con sus patas torneadas que siguen el estilo conocido como «Cabriole». Solo con mirar el instrumento ya nos sentimos cerca de Versalles, y más todavía cuando, por obra y gracia de la música de Jean Philippe Rameau, pero también de las pelucas, los gabanes y el videomapping proyectado en todas las paredes de la sala, nos sitúan dentro de los salones dorados del palacio o, poco después, en los jardines del palacio vienés de Belvedere, el lugar idóneo para escuchar música de Telemann. Y es que para acceder a este lugar mutante e insólito que es la sala de conciertos de Transbaroque hay que franquear un largo pasaje que funciona como el túnel del tiempo.
La danza histórica es uno de los hitos de Transbaroque. El bailarín de la compañía, Alberto Arcos, será también profesor de danza barroca en la sala a partir de este otoño. Junto a la bailarina Elisa Bermejo, Arcos recrea ropajes, gestos y movimientos presentes en cuadros que hoy cuelgan de las paredes del Louvre o del Prado. Desde los pantalones, corsés y vestidos hasta las pelucas y el maquillaje, todo se reproduce con esmero: «Nuestra idea es copiar los atuendos que vestían los personajes de la pintura barroca de la época de Luis XIV y Luis XV. Vamos a las fuentes pictóricas para inspirarnos en su estilo. En el maquillaje empleamos productos actuales, porque los que usaban para blanquear el rostro en aquella época no siempre eran buenos para la piel».
Las capas de tela que abullonan las faldas son un clásico en el atuendo femenino barroco. Para lograr ese efecto redondeado que hace pensar en un gran paraguas abierto, necesitamos una estructura sólida: «En Francia se llamaba panier y en España, que somos más prosaicos, verdugo». «También hay otro elemento muy español llamado «tontillo»» –añade el bailarín. «Es un rulo que se ata delante con cuerdas y levanta un poco la parte superior trasera. La idea imperante en estos elementos era realzar las curvas y caderas de las mujeres, que simbolizaban sus aptitudes para alojar en su cuerpo una nueva vida.»
Un detalle que a veces pasa desapercibido es el suelo de Transbaroque, un buen parqué de madera de roble. Nada de tarima flotante prefabricada: el parqué es el suelo barroco francés por excelencia, y es el único idóneo para bailar sobre él danzas como la zarabanda, la bourrée o la giga. «Fue complicado instalarlo», comenta Serge Herschon – «porque en Madrid no hay costumbre de colocar un parqué estilo versallesco, de placas muy grandes de madera».
Respecto a la música, además de la recuperación histórica de compositoras como Élisabeth Jacquet de La Guerre, una de las favoritas del Rey Sol, o la veneciana Barbara Strozzi, maestra del género de la Cantata, la compañía Transbaroque tiene a gala interpretar con la máxima fidelidad posible las obras musicales barrocas, y en una de ellas, El triunfo del Amor de Lully, que abrirá en octubre la temporada de otoño, están ya trabajando. Para empezar, las cuerdas que emplean para los violines y demás instrumentos de arco no son metálicas, sino de tripa de cordero –lamentablemente, el Barroco no es vegano–, lo cual produce un sonido más cálido. Y a un oído atento tampoco se le escapará que los cantantes que interpretan música de esta época no hacen esos gorgoritos vibrados propios del bel canto, tan habituales en las óperas italianas del XIX más célebres como Tosca o La Traviata; su sonido es, en cambio, más plano. Y, como base sonora, tenemos ese toque metálico inconfundible de la música de la época que proporciona el clavecín: a algunos les entusiasma y a otros les parece demasiado machacón. De cualquier forma, nos sentimos más cómodos instalados acústicamente en el Barroco que en este mundo de pitidos que notifican mensajes de Whattsapp, videos a todo volumen en el metro y videoconferencias por Zoom en plena calle.
Lo único que no nos proporcionan por el momento en Transbaroque son los aromas del Barroco, aunque ya están investigando al respecto. Recordemos que, a pesar de el empleo profuso de perfumes, los hábitos de higiene de anteayer eran mucho más laxos, demasiado para las pituitarias asépticas de este siglo.
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