Entonces, ¿por qué tanto miedo a la viagra femenina?
Estados Unidos ha aprobado su comercialización después de años negándose. Hay quien piensa que detrás de tanta negativa existe un temor a que las mujeres vivan su sexualidad intensamente.
Hace unos días desayunamos con la noticia de que el comité de asesores de la Administración para los Alimentos y Medicamentos (FDA) de EEUU había emitido su voto a favor de que se apruebe la comercialización de la flibanserina, más conocida como la viagra femenina. Una decisión afirmativa, tras dos intentos anteriores que rechazaron el fármaco por considerar que tenía demasiados efectos secundarios –mareos, nauseas, sueño, baja tensión arterial–. El veredicto final corresponde a la FDA y será tomado en agosto, pero la experiencia confirma que este organismo casi siempre hace caso a sus expertos y que la píldora rosa será muy pronto una realidad.
La flibanserina cuenta desde hace tiempo con una legión de defensores y detractores que esgrimen teorías para todos los gustos, todas ellas con su porcentaje de verdad. El ala más feminista lleva años recordando al mundo la innegable realidad de un contador en franca desventaja para las féminas 26-0. Es decir, que hay 26 fármacos aprobados para algún tipo de disfunción sexual en los hombres, pero ninguno para estos problemas en las mujeres. La pastillita azul, que actúa sobre el proceso mecánico de la erección, tampoco está exenta de efectos secundarios, ni mucho menos, –náuseas, mareos, hipotensión, dolores musculares y, aunque muy raramente, visión borrosa, angina de pecho o priapismo–, pero ello no impidió su meteórica aprobación –sin tantos estudios y en tan solo seis meses– y su ingreso en el mercado en 1998. Sin contar con las muertes que ha provocado.
Tras la segunda negativa por parte de los expertos de la FDA, que no dieron luz verde al fármaco en 2014, dos campañas inundaron los medios protestando por esta decisión y calificando a este organismo de machista: Even the Score y Women Deserve.
Cindy Whitehead, CEO de Sprout Pharmaceuticals, empresa que comercializa la flibanserina, fue, obviamente, una de las impulsoras, y su mantra era el marcador 26-0. Las campañas han ejercido su presión y algunas incluían parodias de vídeos, hipotéticamente destinados a la viagra masculina, como uno titulado What the f**k? Ya saben, chica en actitud sexy en una playa que informa al espectador que sus problemas de erección tienen los días contados y que puede volver a estar tan cachondo como un adolescente.
En el bando contrario, los partidarios de no comercializar este fármaco han contado con argumentos tan poderosos como el de que no deberíamos empezar a medicalizar la sexualidad, –¿Qué ha hecho sino la viagra masculina?–; de que el deseo es algo misterioso y difícil de tratar, ya que está sujeto a múltiples factores: biológicos, psicológicos, relacionales y hasta sociales, y que nuestro desconocimiento sobre él es enorme. Todo ello unido al hecho de que esta polémica sustancia actúa sobre el cerebro femenino, lo que la encasilla como más poderosa o perversa, según se mire. Olvidando que los ansiolíticos y antidepresivos, también introducen cambios en nuestras cabezas, solo que no son para excitarnos, sino mas bien todo lo contrario, puesto que la toma de estos remedios inhibe en gran medida el impulso sexual.
Como ocurrió con la viagra masculina, cuya intención era, en un primer momento, ser un medicamento para la hipertensión, la flibanserina no se creó para mejorar la sexualidad femenina sino que estaba diseñada como antidepresivo. Su función es elevar los niveles de dopamina y norepinefrina, al mismo tiempo que baja la serotonina, relacionada con la inhibición sexual. Los estudios y ensayos fueron los que mostraron que este fármaco podía ser útil en el tratamiento de la inhibición del deseo sexual. Los últimos ensayos clínicos demuestran que las mujeres que tomaron flibanserina indicaron haber tenido, en promedio, 4,4 experiencias sexuales satisfactorias en un mes; contra 3,7 en el grupo que consumió el placebo y 2,7 antes de que se comenzara el estudio.
Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga, directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona y directora del Instituto Iberoamericano de Sexología, participó como asesora de la farmacéutica Beringer, cuando años atrás era esta la compañía que desarrollaba la flibanserina, patente que luego vendió a Sprout. “En el 2009 los estudios para desarrollar este fármaco se hacían en EEUU y Europa y estaban ya en la tercera fase, es decir, se experimentaba ya con personas. Yo fue elegida para formar a los profesionales de Beringer España y asesorarlos en materia de sexualidad. Los resultados que se obtuvieron en los experimentos no eran muy espectaculares, pero había datos significativos en cuanto a un aumento del deseo y una mejora de los encuentros sexuales, que eran más satisfactorios”, cuenta esta sexóloga.
Para Molero la aprobación de esta sustancia por la FDA es una buena noticia. “Puede ser muy útil, asociado siempre a una terapia sexual o a un asesoramiento. Es verdad que la falta de deseo puede tener muchas causas, que en la mayor parte de los casos no son fisiológicas, pero es lo mismo que ocurre con los antidepresivos. Muchas depresiones se desencadenan por determinadas situaciones, traumas, muerte de una persona querida. Es decir, por causas no médicas sino personales. Sin embargo, una vez inmerso en la depresión, muchas veces hay que recurrir a fármacos para poder salir de ella, o para tener las fuerzas necesarias para poder hacer cosas, como terapia, que nos ayuden a combatirla. La flibanserina no es algo que haya que recetar alegremente, pero puede ser útil para muchas mujeres y los efectos secundarios, no son ni mucho menos de los más preocupantes. La mayoría de los fármacos que consumimos tienen muchos más”.
Entre los muchos artículos que la prensa nacional e internacional ha dedicado estos días a esta noticia, hay uno especialmente interesante del Pacific Standard, firmado por Kate Wheeling y titulado The crazy history of uterine fury, en el que profundiza en los miedos que aún persisten al poder de las vaginas y a la idea –más bien fantástica– de legiones de mujeres bajo los efectos del furor uterino. En el artículo se cita como en el 2013 el periodista del New York Times, Daniel Bergner escribía sobre la flibanserina y otras sustancias utilizadas en experimentos para estimular la libido femenina y los reparos de la industria farmacéutica sobre los posibles efectos de estos fármacos. “Más de un consejero me ha confesado que las empresas están preocupadas porque sus estudios resulten demasiado fuertes y que la FDA no los apruebe por miedo a que alguna sustancia provoque excesos, desenfrenos e infidelidades”, escribía Bergner.
El artículo del Pacific Standard acababa con una breve historia de este miedo a que las mujeres puedan, en algún momento, llegar a desarrollar todo su potencial sexual. Algo que ha sido constante en la historia de la civilización y que todavía hoy perdura con practicas como la ablación del clítoris. En 1994 Carol Groneman, un profesor emérito de historia del John Jay College of Criminal Justice, en Nueva York, revisaba la trayectoria de la sexualidad femenina apoyándose en la historia de la ninfomanía como un trastorno médico. El artículo apunta algunos datos curiosos, muy significativos de este doble rasero con el que siempre se ha mirado la sexualidad en los dos sexos. En el caso de la mujer, siempre ha rondado ese peligro, esa necesidad de poner barreras a algo que, de desbordarse, traería consecuencias funestas no solo para ella –esto es lo de menos-, sino para la sociedad entera.
Según Groneman, Hipócrates prescribe el matrimonio como cura en las chicas jóvenes a la “locura melancólica”, que produce la falta de hombres. Galeno, el médico griego, fue el primero en describir el furor uterino como la situación en la que se encentran las viudas que pierden a sus maridos y, con ellos, la sensación de plenitud sexual. La ninfomanía se convirtió en enfermedad en el siglo XIX y este trastorno era asignado a un gran abanico de mujeres “las que pedían exámenes ginecológicos, aquellas que podían tener un orgasmo con ‘la simple visión de un hombre’, las que flirteaban, cometían adulterio, tenían una vida sexual más activa que sus maridos, trataban de captar la atención masculina con perfume o hablaban de matrimonio. Groneman hace también un repaso a los estrambóticos tratamientos para atajar este mal que van desde “recomendaciones de reducir el consumo de carne, brandy y estimulantes, dormir en una cama hecha con pelo, en vez de con plumas –para limitar la dimensión sensual del sueño– o lavar la vagina con bórax, para enfriar las pasiones. Y si la mujer tiene sueños lascivos, y persiste en esos hábitos, es probable que sea necesario llevarla a un asilo”.
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