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El club de los elegidos

Frente a los tradicionales círculos de socios que solo admiten hombres e impiden hablar de trabajo, los nuevos espacios privados huyen de la guerra de sexos y se centran en los negocios.

El club de los elegidos
Soho House Berlín

Tengo mil millones de dólares para invertir. El dinero está ahí y necesitamos moverlo», dice un hombre mientras degusta una ensalada de langosta preparada por el chef Tom Colicchio. «Me voy a Vietnam con los niños», confiesa una mujer en la mesa de al lado, añadiendo que volará en un Gulfstream VI, el jet más sofisticado del mercado, con capacidad para ocho pasajeros que pueden cruzar el planeta sin escalas. Ambos están en Core, el club más exclusivo de Manhattan. El club de los ultrarricos. Un lugar que su fundadora, Jennie Saunders, vende como un espacio democrático y abierto a todos… A todos los que puedan pagar 38.200 euros por entrar y compartir caprichos con el actor Jerry Seinfeld, el presidente de Yahoo!, Terry Semel, el mandamás de Starbucks; Howard Schultz, o el poderoso Ari Emanuel en quien se inspira el agente Ari Gold de la serie Entourage, representante en la vida real de Martin Scorsese, Mark Wahlberg y Matt Damon, además de hermano de Rahm Emanuel, exjefe de gabinete de Obama y actual alcalde de Chicago. 

Poder, riqueza y talento. Ellos son algunos de los 1.400 miembros de Core, que desde que abrió sus puertas en el número 66 de la calle 55 de Manhattan ha sumado sin descanso los grandes nombres del business americano a su nómina de socios. Negocios y más negocios. Esa es la razón de ser de este club fundado en el año 2000, en plena burbuja de las punto com. «Nuestros socios son empresarios, arquitectos, ganadores de un Oscar o del premio Pulitzer. Gente que transforma el mundo», apunta Saunders al otro lado del teléfono. ¿Su oferta? Respetar la privacidad, cerrar tratos, poner en contacto a los miembros y hacer que disfruten de hasta 150 eventos anuales, desde proyecciones en el lujoso cine privado hasta conversaciones con el fotógrafo David LaChapelle. 

Sienna Miller es socia de The Groucho Club, en Londres.

The Groucho Club

Todo ello rodeados de obras de Warhol, Calder o Richard Prince y con un servicio atento a cualquier necesidad las 24 horas. «Hablamos de la mayor concentración de poder, riqueza y talento del mundo. Una comunidad global que se relaciona entre sí como nunca lo había hecho», insiste la fundadora. Tanto éxito ha tenido esta fórmula que pronto aterrizará en Londres, Shanghái, Bombay, Hong Kong y Singapur. 

Core es el anticlub. Ahí radica su éxito. «No hay reglas rígidas ni fuerzas oscuras detrás del proyecto. Somos todo lo contrario a un club clásico. Queremos innovar y compartir ideas. Y no tenemos reglas de etiqueta porque es absurdo». Aquí se ven pocas corbatas. Los socios llevan jeans y aman la ausencia de normas tanto como las adoran los miembros del Bohemian Club, el polo opuesto al Core. Si este último es el anticlub de los nuevos ricos en la costa este de Estados Unidos, Bohemian es el club privado más tradicional de la costa oeste. El Opus Dei del protestantismo americano. A saber: la mayoría de sus 2.500 socios son cristianos, republicanos y blancos (poquísimos judíos y casi ningún negro han sido admitidos). Fundado en 1872 en San Francisco, sus miembros (entre los que se han contado todos los presidentes republicanos del país desde Calvin Coolidge en los años 20) pagan 17.300 euros más otros 3.500 anuales por formar parte de esta exclusiva sociedad donde no faltan los Bush, los Rockefeller, Henry Kissinger, Dick Cheney o Clint Eastwood. Y por donde pasaron Charlton Heston, Ronald Reagan o Mark Twain. 

La primera bomba atómica. Pero si por algo es famoso –y polémico– es por la acampada de dos semanas que cada mes de julio organizan en el Bohemian Grove, un bosque de 1.100 hectáreas de secuoyas (los árboles más altos y viejos de la Tierra, tan gigantes como un edificio de 35 plantas) a 120 kilómetros al norte de San Francisco. Sobre este retiro hay muchas teorías de la conspiración. Mucha historia oscura. En el Grove planearon en 1942 el Manhattan Project (el programa que produjo la primera bomba atómica de la II Guerra Mundial). 

Obras del artista pop Warhol decoran el Core de Nueva York.

Core

El presidente Herbert Hoover lo llamó «la mayor fiesta de hombres en el mundo», y para Richard Nixon era «la cosa más marica que te puedas imaginar». 

Los apellidos más ricos y conservadores acuden cada año al Grove para disfrazarse de mujer, beber gin fizz a las siete de la mañana y orinar contra los troncos de esos árboles milenarios que están masacrando a la velocidad del rayo (entre 1984 y 2005 cayeron 11.000 ejemplares, una tala que ha generado fuertes protestas en el estado más verde del país). «Somos un club privado y por tanto evitamos cualquier tipo de publicidad», contesta por e-mail Matthew Oggero, el mánager que en 2009 echó del Grove a un periodista de Vanity Fair que investigaba la tala de redwoods. Cero publicidad (una actitud que alimenta la leyenda), cero mujeres y un nombre –Bohemian– que nada tiene que ver con su significado. Ni hambrientos artistas ni huida de las normas. 

Al otro lado del Atlántico, en la capital de los gentlemen’s clubs, nació en 1985 The Groucho. Hartos de que las mujeres no tuvieran sitio donde reunirse en Londres, un grupo de editores y escritores redactaron un documento en el que describían su lugar ideal para socializar y trabajar. Y lo llamaron The Groucho Club, inspirados en la famosa frase del tercero de los hermanos Marx: «Por favor acepten mi renuncia. No quiero formar parte de ningún club que tenga a gente como yo de socio». 

Su edificio en el 45 de Dean Street, en pleno Soho, fue un restaurante italiano donde cenaban Caruso y los reyes de Grecia. La meta era convertirlo en el antídoto contra los tradicionales clubes privados, «un espacio donde una mujer pueda sentarse sola en la barra sin ser considerada una prostituta». Después de 26 años, esta declaración de intenciones está más que superada y sus 3 bares, 2 restaurantes y 20 habitaciones acogen a 4.000 socios, la mayoría del mundo del arte, los medios, el cine o la moda. Secundado por dos miembros, la regla para aceptar nuevas entradas responde a la pregunta ¿te gustaría que esta persona se sentara a tu lado en el bar? La respuesta fue «sí» en el caso de Sienna Miller, Damien Hirst, Lily Allen o Liam Gallagher, que pagan 1.600 euros al año por formar parte del Groucho.

Jack Nicholson, Vince Vaughn, Ethan Hawke o Adam Sandler han encontrado su perfecto patio de recreo en Soho House (1.200 euros al año), esa cadena de clubes privados que nació en Londres en 1995 y hoy extiende sus tentáculos por Nueva York (con capítulo de Sex and the City incluido), Miami, West Hollywood o Berlín. La capital alemana es una de sus últimas incorporaciones. Una construcción de la Bauhaus, levantada en 1928 en el corazón de la ciudad, acomoda a los socios en sus ocho plantas más la azotea, con piscina de piedra volcánica. El cine con 30 butacas de terciopelo rojo tamaño XXL, el spa, un restaurante circular con vistas privilegiadas al barrio de Mitte y un hotel de 40 habitaciones abierto al público se reparten en un edificio que mezcla la estética del viejo Berlín, el glamour de los años 30 y el aire industrial que define la urbe. 

Resucitado en los años 90. En España, el Casino de Madrid es el mejor ejemplo de club privado con solera. Su origen se remonta a 1837, cuando nació como una «sociedad de recreo» en un destartalado piso de la calle del Príncipe (hoy Fernández González). 

En 1910 se inauguró el edificio de la calle Alcalá y allí bailaron y se casaron sus socios hasta que la Guerra Civil lo hundió en la decadencia. Su resurrección llegó en los años 90, con la explotación comercial de espacios tan emblemáticos como el Salón Real o la apertura de un restaurante con dos estrellas Michelin dirigido por Paco Roncero. Hoy sus socios, entre los que se cuentan María Teresa Fernández de la Vega o la familia Obregón, llenan conferencias, ciclos musicales, bailes de carnaval y una biblioteca neogótica con 45.000 libros que en su día frecuentaron Mariano Benlliure o Matías Prats. Centenario y elegante, el club madrileño busca nuevos adeptos entre los jóvenes. Pretende convencerlos organizando la fiesta de la luna nueva o la gala de otoño. ¿A alguien le sobran 7.500 euros para apuntarse al Casino?

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