De ‘Los Bridgerton’ a ‘Small Axe’: estrategias para hacer series de época menos blancas
‘Castings ciegos’, sacrificar la verosimilitud histórica en pos del equilibrio racial y contar historias que el cine ha ignorado sirven para diversificar un género tradicionalmente monocolor.
Cuando Shonda Rhimes buscaba intérpretes para Anatomía de Grey en 2005, envió a la agencias de casting descripciones de los personajes muy distintas a lo que es habitual en la industria del cine. Tenían solo nombres propios, sin apellido (“Meredith”, “Christina”) y una descripción de carácter sin ningún atributo físico que pudiera asociarlos a una raza en concreto, siguiendo el método que se conoce como color-blind casting (reparto que no ve el color). “Estaba harta de que las agencias me enviasen solo actores blancos con ojos azules cuando yo solo pedía ‘actores’”, dijo entonces, y quería encontrar simplemente al intérprete perfecto para cada papel, sin importar su origen. El resultado fue un reparto diverso que recibió premios y elogios en su momento –si bien es cierto que los dos principales protagonistas en la primera temporada, Ellen Pompeo y Patrick Dempsey, son blancos, así como los dos actores que dan vida a sus otros intereses amorosos, Eric Dane y Kate Walsh–.
A medida que la serie se convirtió en un éxito, Rhimes siguió adelante con su experimento. Una de las parejas clave de la serie es la formada por los doctores Christina Yang y Preston Burke. Ella (Sandra Oh) es de origen surcoreano, él (Isaiah Washington), afroamericano. Durante tres temporadas, el guion arrojó a Christina y a Preston todo tipo de dificultades para consolidar ese amor, cuestiones relacionadas con la independencia, la ambición profesional y la aversión al compromiso, pero ninguno de esos obstáculos se derivaba del hecho de que fueran una pareja interracial de orígenes muy diversos, y la cuestión nunca se mencionó. Eso, por supuesto, no es una omisión accidental por parte de Rhimes y de los guionistas, sino un desafío muy calibrado a la convención que dice que para los personajes no blancos la raza siempre tiene que ser en algún momento un problema y que las historias que protagonizan en la ficción tienen que girar en torno a eso, mientras que los personajes blancos pueden darse el lujo de vivir historias de amor, decadencia, adicción y lo que les echen.
Tres lustros más tarde, Rhimes es una figura mucho más poderosa en la industria y para la primera serie que estrena en Netflix tras firmar con la plataforma un contrato de 100 millones de dólares, Los Bridgerton, sigue también el método de reparto ciego, con la diferencia de que esta vez la serie no sucede en un hospital de Seattle en el siglo XXI sino en la Inglaterra del periodo de Regencia, en los ambientes aristocráticos y cercanos a la corte. Mucho se ha hablado de la decisión de que la reina Carlota sea negra, aunque lo cierto es que la esposa de Jorge III descendía de una rama negra de la realeza portuguesa y hace años que los historiadores especulan con esa posibilidad. Rhimes se agarra a eso para poder hacer una serie de época con reparto diverso, modificando la intención original de los libros de la escritora Julia Quinn. En la serie, se supone que el matrimonio entre Jorge III y la reina Carlota ha elevado a varias familias negras a la nobleza y hay un momento en el cuarto capítulo en el que el padre del duque de Hastings (la revelación de la serie, al que interpreta Regé-Jean Page) le recuerda a éste que han recibido este honor, que deben esforzarse en mantenerlo y que por ese motivo su tartamudeo es inaceptable. Ahí el personaje recuerda a otro de Rhimes, el padre de Olivia Pope en Scandal, que siempre le remarca que ella, ellos, tienen que ser “el doble de buenos” que los blancos. “Éramos dos sociedades divididas por el color hasta que un rey se enamoró de una de nosotros”, le dice Lady Danbury (Adjoa Andoh) al duque. “Y mira en lo que nos ha permitido convertirnos. El amor lo conquista todo”, subraya, en un mensaje alineado al 200% con la doctrina Rhimes.
Aun así, esta reescritura de la historia de Inglaterra no es un factor que tenga excesiva importancia en la trama, lo que ha generado otro tipo de críticas. La periodista afroamericana Kathleen Newman-Bremang señalaba en un artículo de Refinery 29: “si vas a retratar ese tipo de relación [un romance interracial, como el del duque de Hastings con Daphne], al menos hazlo real. Son un hombre negro y una mujer blanca, y sabemos la carga que eso tiene históricamente. Se supone que Daphne es el mejor partido de la temporada, y es un hombre negro el que se convierte en su pretendiente. Hay toda una trama en la que el hermano de Daphne, Anthony, no cree que Simon sea suficientemente bueno para ella, supuestamente porque es promiscuo. Que se sepa, el hermano no es racista, pero debería existir esa posibilidad, que se oponga a la relación por ese motivo. Para mí, esto es una gran fallo”.
Lo más probable es que tanto Rhimes como el showrunner de la serie, su protegido Chris van Dusen, fuesen conscientes de esa opción y supiesen que esa era una de las rutas por las que podía discurrir la serie, pero escogieron dar a sus personajes negros la posibilidad de simplemente protagonizar tramas románticas, que no tengan que ver con el trauma racial –aun así, en la serie, los únicos personajes que hablan de cuestiones raciales son los negros, dando a los blancos la oportunidad de ignorar el tema como si no fuera con ellos–. De eso habló la actriz Thandie Newton en una entrevista en 2017 cuando explicó por qué apenas podía trabajar en televisión en Reino Unido, de donde proviene, dada la abundancia de dramas de época. “No puedo salir en Downton Abbey, no puedo salir en Victoria, no puedo salir en Llama a la comadrona. O puedo salir y protagonizar una escena de abuso racial, y no quiero”, dijo. El creador de Downton Abbey, Julian Fellowes, políticamente cercano a los tories, dijo repetidamente que se negaba a incluir personajes no blancos en sus series porque no quería sacrificar la verosimilitud histórica.
El escapismo a lo Bridgerton no es la única opción para diversificar las ficciones de época. La serie The Spanish Princess, que se emite en HBO y también ha recibido críticas por tomarse licencias con la historia, centra una de sus tramas en una mujer negra que hace de dama de compañía de Catalina de Aragón. Al parecer, el personaje está basado en una figura real. La serie pretende subrayar que en la Inglaterra del siglo XVI, la raza y la esclavitud no iban necesariamente ligadas y por tanto la piel oscura de Lina indica sobre todo su estatus de extranjera, pero no la convierte necesariamente en una inferior.
En cambio, en Sandition, la adaptación de la novela inacabada de Jane Austen que se puede ver en Filmin, y que transcurre en la primera década del 1800, la esclavitud sí ha modificado las relaciones raciales. Andrew Davies, el guionista que se encargó de rellenar los huecos que dejó Jane Austen, optó por dar más importancia a la historia de Georgiana Lambe. En la novela, la autora la define como una “mulata” nacida de una esclava y su dueño en la colonia de Antigua. En la serie, hace de Georgiana, una heredera muy disputada por los aristócratas del Sur de Inglaterra.
Existe aun otra vía para descolonizar la ficción de época: rellenar los huecos y contar las historias que no se contaron en su día precisamente por motivos racistas. Es básicamente lo que ha tratado de hacer Steve McQueen con su muy aplaudida serie de cinco películas Small Axe (dos de ellas se acaban de estrenar en Movistar+) y que intentan paliar un déficit histórico en la ficción británica, prestar atención a la llamada “windrush generation”, los migrantes caribeños que llegaron al Reino Unido entre los años 40 y los 70 del siglo pasado. McQueen, que es hijo de migrantes de Granada y Trinidad, lleva décadas preparándose para hacer esta antología que coproducen Amazon y la BBC y, aunque tanto su intención como sus temas son abiertamente políticos (Small Axe está dedicada a George Floyd, cuyo asesinato a manos de la policía fue grabado en vídeo e incitó las protestas del movimiento Black Lives Matter el año pasado), casi todos los críticos están de acuerdo en que de las cinco películas que forman el ciclo, la menos explícitamente militante de todas, Lover’s Rock, que sucede en un apartamento durante una fiesta, es quizá la que resulta al final más reivindicativa, puesto que muestra lo que sucede en una comunidad enteramente negra ajena a la mirada blanca.
Hace unas semanas se estrenó también en Amazon Sylvie’s Love, otro tipo de drama de época (en este caso, situado entre finales de los cincuenta y principios de los sesenta) con actores negros. Todo en la película de Eugene Ashe es buscadamente retro, desde el peinado de Tessa Thompson hasta los engranajes de la trama, a veces un tanto ingenuos y de fórmula. Da la impresión de que el director más que hacer una película de 2021 situada en 1957 lo que quería era hacer la película que debería haberse estrenado en 1957, la que deberían haber protagonizado algunas de las divas afroamericanas como Dorothy Dandridge o Diahann Carroll, pero que no se estrenaron porque Hollywood operaba con códigos racistas y en la industria no se creía que un drama romántico de alto voltaje pudiese funcionar con actores negros. Ashe usó como uno de sus puntos de referencia Paris Blues, un filme de 1961 en el que Sidney Poitier y Diahann Carroll se enamoran en París, pero ahí tenían que compartir pantalla y metraje con una pareja blanca, Paul Newman y Joanne Woodward. “Sylvie’s Love ofrece una historia alternativa de Hollywood, una película de un cineasta negro sobre gente negra enfrentándose a conflictos de familia, romance y trabajo como la gente blanca, junto con los problemas inescapables que se derivan del racismo por culpa de la ley de las convenciones”, señala Richard Brody en su crítica para The New Yorker. En la película, aparece, por ejemplo, el movimiento de los derechos civiles, pero de manera muy tangencial, y el conflicto principal, el de una mujer, otro “buen partido”, que se debate entre un novio formal de buena posición y un músico de jazz de futuro incierto, podría trasladarse a cualquier otro escenario.
Es interesante constatar que tanto en Los Bridgerton como en Sylvie’s Love el vestuario, y cómo se ha decidido abordarlo, está cargado de significado. Para la serie de Netflix, la gente de Shondaland decretó una política de “cero capotas”. No querían que ninguna actriz llevase la clase de bonetes que se asocian habitualmente con las adaptaciones de Jane Austen (y con el despectivamente llamado “cine de tacitas”), y en su lugar optaron por unos trajes exagerados, opulentos y coloristas, muy especialmente para el personaje de la reina. Es una manera de decir: “demasiadas veces en las ficciones de época hemos visto a actrices negras vistiendo harapos. Nos vamos a ir al extremo contrario”. También en la película de Ashe, que transcurre en Harlem y tiene un diseño de producción intencionadamente “bonito”, idealizado mucho más que realista, la idea era darle al personaje de Thompson la clase de armario al que accedían en pantalla Grace Kelly y Audrey Hepburn. La directora de vestuario Phoenix Mellow ha dicho: “Quería que pareciese que Edith Head había trabajado en la película”, citando a la legendaria figurinista de Vértigo, Eva al desnudo o La ventana indiscreta. Para ello, utilizó un Chanel auténtico en una escena clave de la película y creó conjuntos que hacen guiños muy explícitos a Sabrina y Tal como éramos. Revestir la historia es otra manera de reescribirla.
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