After sex, o cómo rematar bien la jugada
El después de una relación sexual es más importante de lo que pensamos. ¿Hemos descuidado demasiado esta parte centrándonos solo en los preliminares?
Los preliminares y el acto sexual han sido minuciosamente estudiados por la ciencia, los sexólogos y la literatura; sin embargo, muy poco se ha dicho sobre el comportamiento post coital, con la excepción del cine que se ha encargado de recalcar, una y otra vez, que la etiqueta exigía fumarse un cigarrillo, aunque con la ley antitabaco es posible que las cosas hayan cambiado. Con tan pocas referencias, nos encontramos que, tras dar por finalizado el cuerpo a cuerpo y sin información disponible al respecto, hay que improvisar, volver al mundo real y enfrentarse a la dura verticalidad. Por eso, esta es una de las tareas más difíciles del sexo, una asignatura pendiente que puede arruinar una excelente performance en la cama o, por el contrario, hacernos olvidar un rendimiento medio-bajo, y reescribir lo sucedido hace tan solo unos minutos con la misma benevolencia con la que algunos jueces despachan los casos de corrupción política. Si los preliminares nos preparan fisiológicamente para el sexo, el after sex nos predispone psicológica y mentalmente para la próxima relación. Un trabajo más a largo plazo y, por lo tanto, más difícil.
El buen amante, decía una revista francesa, debe serlo antes, durante y después. Porque el después es lo que nos asegura que habrá un mañana y que la persona estará en actitud de presentarse a un siguiente round. Pero no es de extrañar que en esta época, donde impera la filosofía del usar y tirar, se descuide esta última fase. Toma el dinero y corre, piensan muchos. Mientras que los que se quedan oscilan, generalmente, entre los polos opuestos: las telenovelas latinoamericanas, con sobredosis de almíbar, y el cine francés, con sus largos silencios, planos interminables, monosílabos e inevitables cigarrillos.
Para qué preocuparse, pensarán muchos/as, el mal –o el bien– ya está hecho. Por la misma regla de tres podríamos pensar que el aprés sky es algo banal e inútil y que lo que la gente quiere realmente cuando va a una pista de esquí es esquiar, comer y dormir. Olvidando que, probablemente, ésta sea la modalidad deportiva más practicada en la nieve.
La mayoría de la literatura y la información respecto a lo que debería ser un buen aprés sex está cargada de tópicos y lugares comunes, sin caer en la cuenta de que las mujeres ya no provienen de Venus ni los hombres de Marte. Pero casi todo el mundo coincide en que nosotras queremos mimos y carantoñas y a ellos les entra el sueño. Algo fatal, que deben evitar a toda costa para que su pareja no llegue a la conclusión de que se ha ido a la cama, de nuevo, con otro mastuerzo. Mientras ellos piensan en comida, a ellas les gusta hablar y hablar, por eso una revista masculina aconsejaba a sus lectores hacerle preguntas abiertas a las mujeres, para que ellas pudieran explayarse a gusto, mientras ellos se relajaban pensando en los cerros de Úbeda o los cayos de Florida.
Como cuenta la revista Psychology Today, desde mediados del siglo pasado la ciencia empezó a interesarse por este periodo de la actividad sexual. En 1970, los psicólogos James Halpern y Mark Sherman realizaron un estudio entre más de 250 norteamericanos; el resultado fue el libro Afterplay: A Key to Intimacy, que giraba en torno a la idea de que lo que hacemos o dejamos de hacer después del sexo es una parte fundamental. Los participantes en este experimento, sin distinción de género, expusieron su deseo de prolongar el after play, o como los americanos lo llaman el pillow talk, y se estableció una relación entre la duración del periodo post coital y la satisfacción en la relación.
Pero los que más han estudiado el the end de la actividad sexual han sido los psicólogos evolutivos Daniel Kruger y Susan Hughes, de la Universidad de Michigan y el Albright College de Pensilvania, respectivamente. Según cuenta la revista digital Alternet, en un artículo titulado Do men and women want different things after sex?, en el año 2011 ambos expertos publicaron el resultado de un estudio sobre comportamiento post coital. Según ellos, las actividades preferidas por los hombres son comer, prepararse una bebida, fumar y pedir favores a su pareja –haz esto o tráeme aquello–. Ellas, sin embargo, dan más importancia a comportamientos relacionados con la intimidad, los abrazos, caricias y las manifestaciones de amor. Si bien esto no hace sino confirmar la teoría general entre hombres y mujeres, Kruger y Hughes llegaron también a la conclusión de que no hay diferencias entre ambos sexos a la hora de quién es el que se duerme antes, a pesar de que en el imaginario colectivo está la idea de que quien pliega primero la oreja es él. La consecución o no del orgasmo parece ser lo que más marca la diferencia en el comportamiento final, ya que el cóctel de hormonas que el clímax conlleva –oxitocina, prolactina, endorfinas– es el responsable de hacernos sentir felices, amigables, parlanchines, relajados y dispuestos a cerrar los ojos cuanto antes. Según cuenta esta revista, el resultado de esta química nos hace incluso “momentáneamente menos atractivos a nuestra pareja”, por aquello de darnos un respiro.
Según Kruger apunta en el artículo, “las diferencias relativas al orgasmo pueden ser como echar sal en una herida”. Los psicológicos efectos de las hormonas y sus sensaciones de bienestar, de haber tenido un sexo equitativo, son muy importantes y deberían tenerse en cuenta antes de empezar a hacer conclusiones relativas a la diferencia de géneros.
La sal en la herida, de Kruger, hace mención a que el after sex es el momento en que generalmente nos encaramos a nuestros problemas y deficiencias, cuando los monstruos de la vida sexual imperfecta hacen su aparición para entristecernos, cabrearnos o meternos miedo. Es como la Navidad, una etapa en la que todos debemos estar muy felices y en la que cualquier pequeña tristeza se eleva al cuadrado. Es como cuando Adán y Eva, tras comer la fruta prohibida, sintieron vergüenza por primera vez y cayeron en la cuenta de que estaban desnudos. Es, en definitiva, el detector de mentiras del sexo, cuando el otro te ha visto como realmente eres, sin maquillaje ni photoshop. Por eso, la edición inglesa de la revista Marie Claire sostenía que “dormirse inmediatamente después de la relación sexual es un signo de que la pareja tiene una fuerte y significativa relación”. Los fantasmas son casi siempre los culpables de mantenernos despiertos.
Poco se sabe de lo que debería ser un buen after sex, excepto que, si se trata de un cóctel y existe uno con ese nombre, los ingredientes son: vodka, crema de bananas y zumo de naranja. Pero lo que sí se intuye es lo que puede ser un mal punto y final, y las actitudes que pueden contribuir a ello. Para empezar, hay que evitar por encima de todo iniciar el “cuestionaire”: preguntas, rankings, comparaciones, tamaños… Algo a lo que los hombres son muy adeptos porque buscan así acariciar sus egos. “¿Te ha gustado?”, “¿es más grande la mía que la de tu ex?” –si le dices que no, es probable que siga “pero más ancha, sí ¿no?”–. Además de pesado –créanme he trabajado años haciendo encuestas– y egocéntrico, esta sarta de interrogantes no denota otra cosa que un inmenso desconocimiento en materia sexual, ya que uno debería saber si su pareja se lo ha pasado bien o no. Sin contar con que, en muchas ocasiones, la insistencia obliga a incurrir en la mentira piadosa como mal menor. Un patoso individuo me preguntó al acabar que cuántos orgasmos había tenido. Le contesté que había perdido la cuenta. En el extremo opuesto están los inseguros, que piden perdón y disculpas –generalmente con razón–, pero que insisten en autoflagelarse, sin darse cuenta que no hacen otra cosa sino publicitar y aumentar sus fallos. No nos olvidemos de los amantes de la limpieza, que desperdician estos valiosos momentos encerrándose horas en el baño, recogiendo preservativos y prendas del suelo y poniendo en orden sus ropas y enseres personales como si fueran a abandonar un vuelo de Ryanair. Los osos amorosos tienden a ser muy afectivos y a repartir cumplidos, a veces exagerados e increíbles, lo que los convierte automáticamente en sátira. Aunque casi todos somos Charlie, algunos/as pueden no serlo y coger la broma por el lado malo. En el bando opuesto están los que vuelven a la realidad y adoptan, de forma un tanto brusca, el tono de voz ‘no erótico’, es decir, el que utilizan en el bar para pedir a gritos otra caña cuando se retransmite un partido de fútbol y uno de los equipos acaba de marcar un gol.
Yo diría que cualquier conversación está permitida excepto hablar de otras parejas y establecer comparaciones; empezar a clasificar la relación, especialmente si es la primera vez, y hacerse preguntas filosóficas y existenciales del tipo ¿qué somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos? Y por último, hablar de temas serios cuando la relación está enferma. Eso es mejor dejarlo para otro momento y ubicación geográfica. Por último, las redes sociales brindan un nuevo plan after sex para los más exhibicionistas, hacerse un sex selfie y colgarlo. Yo sigo defendiendo que el ‘no me gusta’ se incluya también en el abanico de opciones de respuesta. Como decía un chiste: “¿Qué te parece la ejecución del guitarrista? –Por mí que lo ejecuten”.
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