Naomi Campbell, la diosa que logró parar el tiempo
En tiempos de influencers, modelos nacidas al calor de las redes y actrices reconvertidas en embajadoras de firmas de lujo, ella sigue ahí y no parece tener ninguna intención de retirarse. En ese editorial homenajea a su gran amigo Gianni Versace.
Ningún tiempo pasado fue mejor. ¿O sí? Pues depende de para quién. «Los cielos están vacíos. Las supermodelos han muerto. Las actrices están ocupando su lugar». El columnista Joel Stein anunciaba en 1998 desde su tribuna en la revista Time el fin de una era. Las firmas de moda y cosmética se dieron cuenta de que el ‘efecto chica de al lado’ de las nuevas estrellas de Hollywood era mucho más rentable que la belleza inalcanzable (y, en ocasiones, despótica) de las tops de los 90. Nada de contratos millonarios y leoninos. Aquella actitud altiva que llevó a Linda Evangelista a decir eso de «no me levanto de la cama por menos de 10.000 dólares» ya no vendía. Ese año, 1998, Renée Zellweger protagonizaba el número de septiembre de Vogue América. El paradigma había cambiado.
Menos para Naomi, claro. Porque la Campbell no se crio en un instituto de la América profunda como Christy Turlington o Cindy Crawford, sino rodando vídeos junto a Bob Marley. Y eso ya educa con un sentido del espectáculo difícil de erradicar de la noche a la mañana. A los 7 años, protagonizó junto al mito del reggae el vídeo de Is this love; a los 12, iba a ver a su madre bailar con Lionel Richie. A los 13, fue descubierta por Beth Boldt, dueña de la agencia Synchro, mientras miraba escaparates en Covent Garden. Seis meses después, ya era la estrella de varias sesiones en el Vogue británico.
«La conocí en la agencia de Londres. Llevaba puesto el uniforme del colegio. En nada ya estaba viviendo en París. Cuando le tocó ir a Nueva York, le ofrecí quedarse en mi apartamento. Vivimos juntas varios años», recordaba Christy Turlington en una entrevista en The New York Times. En París, mientras hacía sus primeros trabajos, dormía en casa de Azzedine Alaïa. «Como nunca he tenido una figura paternal, busco ese rol en hombres que respeto y admiro: Quincy Jones, Chris Blackwell y Azzedine», confesaba Campbell hace poco al diario The Guardian. Tras la muerte del couturier, el pasado 18 de noviembre, la modelo escribía en Instagram: «Querido papá. Tuve la gran bendición de conocerte y de que me acogieras a los 16. Tengo tantos recuerdos maravillosos de nuestro viaje juntos… He tenido la suerte de saber lo que es estar al lado de un genio! Me enseñaste y me abriste los ojos a muchísimas cosas en la vida. (…) Te ocupaste de mí, hiciste todo eso que mi padre, al que no conozco, debería haber hecho. (…) Estaré eternamente agradecida por aquel día en que levantaste el teléfono y le dijiste a mi madre que tú te ibas a ocupar de mí. (…) Te quiero, papá, tu hija, Naomi.»
Todos recuerdan aquella portada del Vogue británico de 1990 en la que Naomi aparecía junto a Cindy (Crawford), Christy (Turlington), Linda (Evangelista) y Tatiana (Patitz) posando al natural para Peter Lindbergh. Aquella imagen consagró el movimiento de las supermodelos: jóvenes, bellas, ricas y glamurosas. Naomi, Christy y Linda iban a todas partes juntas, vestían imponentes creaciones de los grandes diseñadores en cualquier circunstancia, eran las amas y señoras de todas las campañas. Los medios las apodaron la Santísima Trinidad. Pero lo cierto es que Naomi ya había roto esquemas solita sin necesidad del respaldo de la pandilla. No había cumplido la mayoría de edad cuando posó para las portadas de las ediciones de los Vogue británico y francés en 1988. Fue la primera modelo negra en hacerlo.
El mismísimo Yves Saint Laurent amenazó con quitar la publicidad de la cabecera si Naomi no aparecía. «Sin ella, yo no desfilo», les dijo Turlington a los Dolce & Gabbana ese mismo año. Es, cuanto menos, curioso que Naomi genere tantas pasiones encontradas. Han corrido ríos de tinta sobre sus problemas para dominar su ira, sus denuncias por agresión a distintos asistentes y sus problemillas con los controles en los aeropuertos.
Llega muy tarde a las sesiones (si llega) y se muestra, literalmente, intocable. Sin embargo, no hay diseñador, modelo o incluso alto mandatario que no la defienda a capa y espada. Saint Laurent se ocupó de que su color de piel no fuera un obstáculo para su carrera, Nelson Mandela decía que ella era su ‘nietecita’ y la recientemente fallecida y mítica directora de Vogue Italia, Franca Sozzani, no se cansaba de repetir que Naomi era «su ángel de la guarda». «Gianni y Naomi se adoraban. Su relación era sencilla y natural, muy honesta. A Gianni le encantaba la fuerza y el carácter de Naomi. Cuando entraba en las pruebas de vestuario era imposible no reparar en ella. Se llevaba toda la luz», cuenta Donatella Versace a S Moda.
La última vez que trabajaron juntas fue hace cinco meses, durante el desfile que la firma italiana celebró en la Semana de la Moda de Milán y en el que Donatella homenajeó a su hermano en el vigésimo aniversario de su muerte. Allí estaba Naomi, subida a un podio, junto a Cindy, Carla (Bruni), Claudia (Schiffer) y Helena (Christensen). «Fue como volver atrás en el tiempo. Todas son muy buenas amigas, casi una familia», relata Donatella. «Naomi es una fiera. Eliminó barreras y se convirtió en la primera supermodelo negra. Ella es la diva definitiva», asegura.
Porque cuando el reinado de las top fue derrocado, Naomi mantuvo su trono. Lo mantiene hasta hoy. En tiempos de influencers, modelos nacidas al calor de las redes y actrices reconvertidas en embajadoras de firmas de lujo, ella sigue ahí y no parece tener ninguna intención de retirarse. Ha probado con la música (lanzó un disco fallido, Baby Woman, a finales de los 90), con la interpretación (recientemente en la serie Empire) y con la tele, pero siempre vuelve a las pasarelas y las campañas. Sabe que nadie transmite una fuerza parecida frente a las cámaras y, con el tiempo, ha aprendido a rentabilizar su carisma: los tabloides se derretían cada vez que acudía a los servicios comunitarios vestida de alta costura (ella misma contó cómo era el día a día de su condena por agresión con una sección propia en la revista W Magazine) y ella misma se encarga de que la afición por reunirse con altos cargos gubernamentales, de Lula da Silva a Barack Obama, quede bien documentada en la prensa. Con estas credenciales, es imposible que su aura se desvanezca, por muchos tumbos que dé la industria.
La Diosa de ébano, como solían apodarla en el cambio de siglo, es ahora para los medios la Pantera negra. Por supuesto, se ha ganado a pulso el mote por su temperamento, pero hay algo más. Las panteras negras fueron un movimiento, encabezado por la activista Angela Davis, que luchó por los derechos de los afroamericanos en los 70. Naomi se ha erigido en portavoz de la causa dentro de su gremio. Junto a Iman y la exmodelo Bethann Hardison envió una carta abierta en 2013, titulada La lista de la vergüenza, en la que enumeraba todas y cada una de las firmas, fotógrafos o revistas que no incluyen modelos de color. Hace un par de meses, subía a Instagram una imagen del antiguo equipo del Vogue inglés, compuesto al completo por mujeres blancas. «No me había dado cuenta de la falta de diversidad que existe en esta institución. Es sorprendente que sea así en 2017», escribió sin reparos. Hoy su mejor amigo, el estilista negro Edward Enninful, dirige la edición. A Naomi no puede domarla nadie. Pero quizá sea mejor así.
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