«Cada mala crítica a ‘Emily in Paris’ solo me da más ganas de verla»: el fenómeno de la serie horrible que solo gana visionados
El estreno de la tercera temporada ha generado cientos de reacciones en redes en torno al ‘hate watching’, es decir, el hecho de aborrecer algo con placer.
Nada en Emily in Paris es verosímil. Ni el puesto profesional que ocupa a su edad (22 años), ni su armario plagado de firmas de lujo ni, por supuesto, sus peripecias por la capital francesa. Pero cuando se estrenó la primera temporada, a pesar de las críricas nefastas, la vieron sesenta millones de personas en su primer mes de emisión en Netflix. En 2022 la serie recibía una nominación a los Globos de Oro y Lily Collins era nominada a mejor actriz de reparto en una gala que no se celebró, en parte, por las críticas a la falta de diversidad racial en el jurado y, también en parte, por una investigación revelada por Los Angeles Times, que acusaba a los productores de la serie de haber comprado a parte de dicho jurado con un muy lujoso viaje a París para presenciar parte del rodaje.
Pero nada de esto ha frenado la expectación con la que se ha estrenado esta semana la tercera temporada. Ni la inverosimilitud del guión, ni los clichés con los que se aproxima a París, ni la sombra de aquel fraude. Poco después de su estreno en 2020, The Daily Beast escribía un reportaje titulado «La gente odia tanto Emily in Paris que es una crisis global» en el que se analizaba cómo fue tan vapuleada por los medios y las redes sociales que terminó convirtiéndose en un fenómeno viral. Había que verla para odiarla. De ahí que, en los últimos tiempos se haya convertido en el ejemplo perfecto del hate watching, un concepto anglosajón que va mucho más allá del placer culpable, argumentando que la rabia de ver algo rematadamente malo genera adicción, y que ha aplicado a series como Scandal, Smash o las últimas temproadas de Homeland. Hasta que llegó Emily y las desbancó a todas.
Ayer la cuenta de Instagram Diet Prada recogía alguno tweets analizando el fenómeno. «Odiar ver Emily in Paris en solo una noche ya es tradición», tuiteaba un usuario. «cada mala crítica a Emily in Paris solo me da más ganas de verla», comentaba otra. «Emily in Paris habla de la aspiración, de los clichés, de una forma tan explícita y hasta hortera que nos genera el mismo placer que ver un reality show malo o criticar fotos de Instagram», analizaba otro reportaje en Slate, que también reflexionaba sobre el hecho de que se estrenó en lo peor de la pandemia y justo antes de las elecciones presidenciales norteamericanas, un momento donde el escapismo, en su forma más explícita y hasta burda, era necesario…
Además, nos permite entrar a formar parte de la conversación digital: basta con poner en Google y Twitter hate watching para darse cuenta de que todos los contenidos de ‘odio’ giran en torno a la misma serie. Emily in Paris lleva tres años haciendo caja con las prendas y los accesorios que aparecen en ella, pero además puede decir que es la única serie en la que las críticas furibundas crecen de forma proporcional a los visionados.
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