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Ana Torroja: «Nunca entendí por qué usaban ese tono despectivo cuando nos llamaban niños bien»

Ana Torroja y Alaska ponen fin a su su histórica «rivalidad» gracias a un dueto milagroso lleno de humor y amor. Torroja confirma que «si alguna vez hubo rivalidad, fue entre los chicos» y que ellas, las chicas, siempre fueron en realidad amigas. La cantante comienza una gira veraniega y hablamos con ella: Miguel Bosé, Plácido Domingo y la relación con su madre se cuelan en nuestra conversación.

torroja
Raquel Peláez

A pesar de que con Mecano colocó 25 millones de discos en todo el mundo (la suya sigue siendo la banda española más vendedora de la historia) y de que su carrera en solitario le ha reportado muchísimas satisfacciones, han tenido que pasar más de cuarenta años para que Ana Torroja (Madrid, 1959) se tome la gran revancha frente al histórico desdén que la crítica musical y algunos tótems de La Movida hacían a su música y a su forma de estar en mundo. Esa revancha viene en forma de «reconciliación» con otra de las grandes damas de aquel tiempo, Olvido Gara, Alaska. «Si este dueto hubiera sucedido en la década de los ochenta, el mundo tal como lo conocemos no existiría», reza la nota de prensa que promociona la canción que las dos divas cantan juntas, titulada ‘Hora y cuarto’, en cuyo videoclip ambas interpretan con mucha ironía y cariño una especie de dinámica Pimpinela que acaba bien. Ana Torroja, sesenta y un años, ha venido a Madrid desde Ciudad de México, donde ahora vive, para promocionar su nuevo trabajo y en el chalet de Canillas donde se encuentran las oficinas de su promotora nos recibe, risueña y muy tranquila. Va vestida con un cortísimo vestido ajustado y una chupa de cuero, combinación que desde siempre (sin contar la «etapa Antonio Alvarado» en la que el diseñador vistió a los Mecano como arlequines del Nuevo Romanticismo) define su estética inconfundible. Estamos ante una cantante que jamás ha cedido a las reglas que le han querido imponer (ni la industria, ni la crítica ni sus compañeros de grupo). Y así sigue.

¿Recuerda la primera vez que vio a Alaska?

Fue en el año 1981 o 1982 en algún festival en el que tocábamos bandas del momento, había muchos así y, aunque se supone que nosotros no pertenecíamos a la escena underground, ahí estábamos. Me acuerdo vagamente, la verdad. No recuerdo lo que llevaba puesto ella ni lo que llevaba yo, sí sé que ella era muy punk y yo iba de Nueva Romántica con mis cuatro trapos. Nos cruzamos por los pasillos pero no recuerdo si fuimos presentadas oficialmente…

¿Tiene mala memoria?

Más bien tengo memoria selectiva (risas).

¿Se sentía marginada entonces? ¿Le daba rabia no poder formar parte de esa escena underground?

No, yo estoy muy orgullosa de dónde vengo. Además, curiosamente, en el caso de Alaska y los Pegamoides, Nacho Canut se había criado en el mismo ambiente que Nacho y Jose. De hecho, el hermano de Nacho y Canut iban al mismo colegio, que era el de los jesuitas. Aunque musicalmente ellos se ubicasen en el underground y nosotros naciéramos con el pop de los ochenta, no veníamos de lugares tan diferentes. A mí no me daba rabia, pero lo que no entendía era por qué una cosa era mejor o peor que la otra. Éramos diferentes pero no teníamos que ser contrarios. Podríamos haber convivido perfectamente.

Digamos que la separación por clase social no existía. Se decía que Mecano eran unos niños pijos de El Viso pero ellos a su vez eran niños bien de barrios ricos también…

Sí, sí. Éramos todos de clase media alta en ese momento. No sé por qué a nosotros nos pusieron en esa posición. Supongo que porque a la prensa le ha gustado mucho de siempre etiquetar, es una forma de definir algo. Me molestaba en el sentido de que nunca entendí por qué usaban ese tono despectivo cuando nos llamaban niños bien.

¿Recuerda haberlo hablado con Canut o incluso con Calos Berlanga, que venían también de ese entorno?

No, no, con ellos no. La verdad es que Olvido y yo sí hablamos en algún momento en que coincidimos, pero no recuerdo haberlo hablado con los chicos. De eso en concreto por lo menos, nunca. Cuando las cosas se calmaron y el tiempo fue poniendo todo en su sitio, pues ya teníamos conversaciones normales y hablábamos sobre todo de música.

Ha contado que incluso Alaska y usted quedaban a escondidas. ¿Es una forma de hablar o es real?

Es verdad, es verdad. Yo creo que si había rivalidad, la había entre los chicos. Nosotras nunca la tuvimos, pero no estaba bien visto que nos lleváramos bien. Si había un estreno o algo así pues nos veíamos a lo lejos y nos hacíamos señas, como diciendo ‘luego nos vemos por ahí’ y después ya charlábamos tranquilamente.

El vídeo está ambientado en la Vía Láctea, que fue un local mítico de La Movida. ¿De verdad lo frecuentaba entonces?

Yo cuando empezó el éxito de Mecano salía poco porque me resultaba muy incómodo. Así que en realidad no lo frecuentaba tantísimo, pero me pareció que era el lugar ideal para ambientar el vídeo. De aquella época hay muchos locales que ya no existen y este sigue ahí con todo el sabor y esa cosa galáctica que me pareció perfecta para lo que queríamos contar.

¿Y antes de que le llegase el éxito de masas qué lugares de Madrid solía frecuentar?

Hum… iba al Pentagrama. A Rockola también. Allí vi a nuevos románticos, como Spandau Ballet o Duran Duran, que era lo que me molaba a mí. En esa misma época también fui a conciertos de Cat Stevens y Genesis, estos en el Pabellón de Deportes del Real Madrid, cuando todavía eso existía. También íbamos a una discoteca que se llamaba Topaz y hubo una época que pasábamos mucho por los bajos de Aurrerá. Y luego íbamos a casas, casas de amigos, que era una cosa muy de aquella época.

¿Cuál es la fiesta más divertida que recuerda en una casa?

En la mía ninguna, pero la fiesta más memorable que recuerdo fue la de lanzamiento del Aidalai, la que se hizo en el chalet de Nacho y Jose, en Somosaguas. Se montó en el jardín y fue épica. Había DJ, estaba todo el mundo: amigos, familiares, periodistas, gente de la industria. No había muchas extravagancias pero entonces era muy novedoso celebrar algo así en un domicilio particular. Todo el mundo la recuerda como algo muy especial, con mucho cariño.

Su abuelo era marqués, ¿quién va a heredar ese título ahora?

A mi abuelo el marquesado se lo dieron por su labor [su abuelo, el arquitecto e ingeniero Eduardo Torroja Miret, proyectó las famosas cubiertas del Hipódromo de la Zarzuela y el Campo Central de la Universitaria de la Complutense] y luego mi padre [José Antonio Torroja, Premio Nacional de Ingeniería Civil] lo heredó . Y ahora creo que se paga por heredar el título.

¿Y tiene intención de hacerlo?

A mí me daba un poquito igual pero a mi padre le hace ilusión que siga, así que seguramente hagamos los trámites.

Ahora que ha habido una nueva oleada feminista tan potente, ¿ha reinterpretado su manera de iniciar una carrera en solitario, que fue una ruptura tan valiente y tan inusual en su momento, desde ese prisma?

La verdad es que mi madre [María del Carmen Fungairiño Bringas, enfermera y hermana del famoso fiscal Eduardo Fungairiño] era muy feminista y yo fui educada en la igualdad de derechos y para mí fue el camino natural. No fue algo forzado: para mí era lo natural que una mujer pudiera ejercer la misma profesión que sus compañeros sin que mi género fuese sinónimo de debilidad. Cuando me preguntan si yo sufrí algún tipo de marginación digo que nunca, porque no me dejé. Si en algún momento la hubiera habido, no me habría dejado. Yo he llevado el ser mujer con el orgullo de serlo. Muchas veces la gente confunde. La igualdad de derechos no significa que tengamos que ser iguales: el hombre y la mujer somos complementarios, así es la naturaleza. Debemos tener los mismos derechos.

¿En qué notaba que su madre era feminista?

De espíritu, de palabra. La acompañaba de vez en cuando a mítines. Recuerdo haber ido con Miguel Ríos y ella en autobús a un mitin en Granada del Partido Socialista. Era muy defensora de los derechos de la mujer, de que la mujer trabajara. Era algo que iba dentro de su personalidad, parte de su ADN a pesar de ser de otra generación y de haber sido educada de una forma diferente. Era muy revolucionaria en ese sentido.

Supongo que su fallecimiento [murió cuando Ana Torroja tenía 25 años] fue terrible para usted…

Bueno, el fallecimiento de alguien muy cercano siempre es muy triste para uno, muy triste.

¿Su relación con su madre ha marcado la relación con su propia hija?

Yo creo que sí. Mi madre era una persona que escuchaba y daba muy buenos consejos. Para mí era un gran apoyo. Era a quien acudía siempre cuando tenía algún problema. El otro día veía una entrevista con mi padre, que le preguntaban por mí y me hizo mucha gracia porque me definía como una persona con bastante buen criterio. Contaba que cuando él tenía que lidiar con los hermanos menores [es la mayor de seis hermanos] siempre venía a preguntarme cómo considerada que debería afrontar el problema. Trabajábamos en equipo y a mí se me había olvidado eso. En mi casa ha habido una relación de bastante comunicación y eso lo he aplicado en la relación con mi hija desde el segundo cero.

Así que se llevan bien.

Nos llevamos muy bien. Como en toda relación hay de todo pero es una niña muy noble y con la cabeza muy bien puesta a sus 16 años.

¿Le da miedo pensar en el momento en el que se irá de casa?

No. ¡No tengo ni idea de cuándo se va ir! [risas]

Empieza ahora una gira. Como siempre, en el repertorio hay canciones de Mecano. ¿Le ha llegado a pasar como a los Beatles, que renegaron de las giras porque las fans no les dejaban escucharse a sí mismos al cantar?

Es verdad que hay casos como el de Alejandro [Sanz]. Cuando le he ido a ver en concierto era imposible, pero imposible, escucharle. En nuestra caso había muchas fans pero nunca he tenido sensación de griterío. Sí que se emocionaban y se las escuchaba, pero ha sido al contrario. La energía del público es super poderosa y de hecho lo que más echo de menos es sentir esa vibración del público.

Sin embargo, ha contado muchas veces que para usted fue muy difícil sobrellevar la fama y la presión de la gente en la época de Mecano. ¿Necesitó algún tipo de ayuda psicológica para superarlo?

No. Yo lo que hice fue irme a vivir a Nueva York. Estuve dos años allí, en el West Village. Necesitaba ser anónima y volver a ser Ana, la que yo conozco, porque al final Mecano se comía a las personas que éramos Nacho, Jose y yo. Era demasiado grande y yo necesitaba recuperar a la Ana de andar por casa. Fue la mejor manera de volver a desear cantar y hacer música.

¿Qué tipo de vida llevaba en Nueva York?

Yo quería salir a la calle y que no hubiese nadie esperándome fuera, ir al supermercado y que nadie me observase, poder ir por ahí sin pintarme, salir en pijama si me apetecía sin que nadie me quisiera juzgar. Vivía en el lado de New Jersey, muy cerca del Hudson y me encantaba hacerme el paseo al lado del río al atardecer en patines. No salía por la noche porque estaba sola. Más bien me metía en casa, pintaba, veía películas…, todo muy introspectivo.

¿Qué fue más difícil de llevar, el peso de la fama con Mecano o quedarse vacía sin eso al abandonar el grupo? Supongo que ese vértigo de pensar “ya no soy tan famosa” también es un reto.

Ay, no, ¡yo feliz! [risas] Para mí el éxito no es vender muchos discos ni estar siempre en el número uno sino poder elegir cuando quiero hacer música y cuando no, vivir de ello pero también tener lapsus de tiempo para estar con mi familia, para viajar, para poder disfrutar de la otra parte de mi vida. Para mí ese es el éxito. Lo he conseguido y estoy muchísimo más feliz ahora que antes.

¿Nunca tuvo miedo a perder el calor del público sobre el escenario del que habla? Porque esa es una droga muy potente…

Nunca tuve miedo pero es que además siempre ha estado ahí, ya sean 100 o 100.000 espectadores, los que vienen quieren verte y esa energía la sientes igual.

Miguel Bosé es muy buen amigo suyo y han colaborado musicalmente. ¿Cómo se quedó cuando conoció su punto de vista con respecto a la covid? ¿El suyo es el mismo?

Yo conocía su punto de vista y me parece válido, cada uno es libre de opinar lo que quiera. Yo no estoy de acuerdo, pero eso no quita que respete su opinión.

¿Se ven a menudo?

Aunque vivamos en la misma ciudad nos hemos visto una vez. Nos hemos cruzado en alguna cosa de trabajo pero no es tan fácil. La gente se piensa que los amigos hay que verles todos los días, pero no es así. Con los buenos amigos lo retomas siempre en el lugar donde lo dejaste aunque haya pasado mucho tiempo.

También ha colaborado con Plácido Domingo, en cuyo homenaje participó. Se trata de un personaje que en los últimos tiempos ha sido juzgado públicamente de una forma severa y que acaba de volver a los escenarios. ¿Qué opina de ambas cosas?

Aquí parece que uno es culpable hasta que se demuestre lo contrario, ¿no? Y debería ser al revés. Uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario. No sé mucho más. Yo le admiro y le respeto como profesional y me encantó estar en su homenaje. Nos gusta mucho juzgar a la ligera y sin saber. Es lo que tiene ser personaje público, que la gente se cree que el derecho a opinar cuando realmente no se sabe, entonces como no sé, pues prefiero no opinar.

¿Tiene manías en los conciertos?

Antes del concierto estoy tan nerviosa que realmente no quiero ni que me hablen ni que me digan ni que me toquen ni que me nada. Me encierro en el camerino, respiro hondo, hago mis ejercicios, saco ansiedad, doy vueltas como si fuese un gato encerrado hasta que subo las escaleras del escenario y dos o tres canciones después de haber empezado ya me relajo (risas).

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Sobre la firma

Raquel Peláez
Licenciada en periodismo por la USC y Master en marketing por el London College of Communication, está especializada en temas de consumo, cultura de masas y antropología urbana. Subdirectora de S Moda, ha sido redactora jefa de la web de Vanity Fair. Comenzó en cabeceras regionales como Diario de León o La Voz de Galicia.
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