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Moda en movimiento

Clásicos, contemporáneos, expertos en la fusión de tradiciones, flamencos… Todos atesoran los premios más relevantes y muestran con su arte la nueva temporada de verano en movimiento.

Ya lo dijo George Balanchine: «Atribuyo el 50% del éxito de mis ballets a los trajes que Barbara Karinska ha creado». Y no se equivocaba, puesto que el vestuario representa ese porcentaje del éxito o fracaso de un ballet. Hay dos cosas que impactan cuando se levanta un telón y antes de que los bailarines muevan un solo músculo: la escenografía y el vestuario. Basado en su calidad, sabremos si la obra es buena o no. Pues, aunque la compañía sea excelente, si el vestuario no acompaña esa excelencia, se habrá perdido la mitad del valor de la obra. Volviendo a Balanchine, recordamos que para Joyas, uno de sus más famosos ballets, se inspiró en las esmeraldas, rubíes y diamantes de la gran Joyería Van Cleef & Arpels en el 744 de la Quinta Avenida de Nueva York. Su vestuario lo creó Barbara Karinska, una exquisita y notable bordadora rusa. Con el tiempo, Balanchine y Karinska formaron un equipo que acabó al mando del New York City Ballet y logró un sinfín de éxitos y tutús. Juntos dieron vida al famosísimo «powderpuff tutú», también conocido como «soplo de polvo» o «tutú Balanchine-Karinska». ¡Todo un mito!

Los bailarines de la compañía de Sergei Diaghilev, para quien el vestuario fue esencial, se quejaban de que algunos de los maravillosos trajes creados por artistas únicos e irrepetibles –Léon Bakst, Pável Tchelitchev, Natalia Goncharova, Mijaíl Lariónov, Marc Chagall, André Derain, Georges Braque, Henri Matisse, Alexandre Benois, Pablo Picasso y Giorgio de Chirico, por nombrar algunos– eran incómodos y muchas veces, imposibles de manejar en el baile. Es tarea del diseñador saber que no es lo mismo trabajar para un bailarín que tiene que sentirse libre para bailar. La elección de colores, telas, brillos, cantidad y calidad es sumamente importantes.

Yves Saint Laurent, Coco Chanel, Pierre Cardin, Christian Lacroix, Gianni Versace, Jean Paul Gaultier, Valentino, Karl Lagerfeld y la joven Stella McCartney son algunos de los más conocidos modistos que han hecho incursiones en la creación para danza. Pese a su gran fama, no todos tuvieron el éxito que cabía esperar. Que se lo digan a McCartney, que en 2011 se estrenó como diseñadora de vestuario para Ocean’s Kingdom con coreografía de Peter Martins, música de sir Paul McCartney y bailarines del New York City Ballet. Mientras la prensa más fashion la llenaba de elogios, en el mundo del ballet no fueron tan bondadosos: «Kitsch», «ordinarios», «chillones» y «poco favorecedores» fueron algunos de los epítetos que la prensa especializada –entre ellos, el crítico de The New York Times– dedicó a sus propuestas.

Pierre Cardin encontró en Maya Plisétskaya su gran «musa». Para ella insufló vida en el vestuario de Anna Karenina de León Tolstói, y dos obras de Antón Chéjov: La gaviota y La dama del perrito. Lagerfeld no quiso dejar pasar la oportunidad de volver a unir el nombre de Chanel al ballet. Lo hizo en 2009, pero con fuertes críticas, ya que no midió la libertad que una bailarina necesita a la hora de dar vida al cisne y colocó como accesorio un collar de plumas blancas al cuello. Así confeccionó el tutú de La muerte del cisne de Saint-Saëns, y el honor fue para la bailarina principal del English National Ballet, Elena Glurdjidze. Esta colaboración fue un déjà vu, ya que Coco Chanel fue mecenas de los Ballets Rusos de Diaghilev y creó para esa compañía el vestuario de Le Train bleu (1924) y de Apollon musagète (1929). Hecho de tul y frágiles plumas de suave color gris en el Atelier Lamarié, me tocó ver ese traje en acción en el Teatre Liceu, en la gala del English National Ballet del año 2009 y puedo asegurar que es precioso.

Christian Lacroix, experto en ballets y teatro, creó una brillante producción para La Source en 2011 para la Opèra National de París. Constituido por 130 trajes, 39 diseños originales y más de dos millones de cristales Swarovski, hicieron que su vuelta al ballet fuera un éxito. Martha Graham, madre de la danza moderna, individualista y expresiva como era, colaboró estrechamente con Halston. Cuando no era ella misma quien creaba sus propios diseños, Graham atrajo la colaboración de Donna Karan, Calvin Klein, Ralph Lauren, Oscar de la Renta, Isamu Noguchi y hasta de la mismísima Karinska.
De entre todo lo visto, me inclino personalmente por las producciones de vestuario creadas para los ballet de Rudolf Nureyev para la Opèra National de París. El resultado es una embriagadora mezcla de opulencia, lujo y elegancia donde el glamour es parte de la personalidad del maestro. Sus trajes los firmaron Cecil Beaton, Ezio Frigerio, Nicholas Georgiadis, Martin Kamer y Franca Squarciapino. También me fascinan los maravillosos trajes de cuentos de hadas creados por Oliver Messel para las producciones del Royal Ballet de Londres, y los de Robin Ironside, Leslie Hurry, Lila de Nobili y Georgiadis para el mismo Royal Opera House.

Pero nada de esto sería posible sin los que hacen que la confección de un traje se termine y vea las luces de un escenario. Estos artistas, costureros y costureras, son también los pacientes encargados de concretar interminables sesiones de medidas, pruebas y cambios. Vestidos, maillots, corsés y vestuarios enteros saturados de perfume y sudor son mimados por estas manos anónimas y expertas cada noche. Y es que la creación del vestuario para el ballet es una tarea tan sagrada como el arte de transmitir belleza.

Compañía Nacional de Danza (CND)

Este año José Carlos Martínez estrenó su primera producción como director de la CND y llega con sus bailarines principales Mar Aguiló y Clyde Archer. Desde que José comenzó como coreógrafo siempre ha seguido la misma pauta. «Primero pienso el concepto de lo que quiero hacer. Lo imagino y lo voy construyendo de manera paralela, junto al vestuario y los movimientos», explica. Pero al llegar las pruebas de ropa llegan los cambios. «Porque hay algunos diseños que los imaginas fantásticos y los pruebas en estático para las medidas. Pero, claro, una vez que empiezas a bailar, ves lo vuelos, los tejidos que resbalan… Y a veces no funcionan. Su ilusión es «coger diseños originales de alta costura y bailar con ellos tal y como son, sin modificarlos en trajes de danza. Sería una motivación preciosa saber qué pieza podría hacer a partir de ese vestido. He bailado Scheherazade con trajes de Christian Lacroix y fue increíble», cuenta.

Mar con vestido de seda, de Dior. Sobre estas líneas, José Carlos con pantalón de lino de Giorgio Armani y cinturón de Andersons para Mini. Clyde luce pantalón de Emporio Armani.

Pablo Zamora

Cesc Gelabert

Gelabert lleva desde 1985 transmitiendo emociones con sus coreografías. El vestuario y su particular visión del movimiento son sus señas de identidad. Y se lo han reconocido con premios como la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes y el Premio Nacional de Danza. Describe el vestuario como «una segunda piel ideal. Al bailarín lo visualizas a través del vestuario, que puede ser narrativo, te permite hacer referencias culturales y te ayuda a transmitir el personaje al público», dice. Trabaja mano a mano con su mujer Lydia Azzopardi. «Tengo la suerte de que ella me haga el vestuario. Para mi próxima obra me está convirtiendo en una especie de escultura», cuenta. Lydia viene de la moda, lo ha vivido desde pequeña «y muchas veces me ha confeccionado cosas que después he visto en pasarelas», afirma. «En la actualidad casi todos los espectáculos de danza visten de Zara porque quieren estar lo más natural posible. Yo arriesgo, hay que ir más allá de lo cotidiano», reflexiona.

Gabardina, camisa y pantalón, todo de Giorgio Armani; corbata de Alfani y cinturón de Andersons para Mini.

Pablo Zamora

María Pagés
 
Comenzó en la compañía de Antonio Gades y en 1990 creó la suya. María es una bailaora atípica. Una flamenca intelectual cuya última creación Utopía homenajea a Niemeyer y grandes poetas. «Cuando me puse a montar el poema Conciencia y deseo de Larbi El Harti lo primero que imaginé fue el vestido, muy largo, que rodeándome en círculo arrastrara la falda casi indefinidamente. Y rojo, rojo. Me imaginé como una gota de sangre», explica. El color es muy importante en su obra. «Me encanta trabajarlo. Parto de uno básico y voy añadiendo degradados, dibujos, estampados… Es como hacer un cuadro», dice. Cuenta que, al igual que la moda, «el baile es un reflejo de la época en que vivimos. Recuerdo cuando era pequeña. Eran los tiempos de la minifalda y los trajes en el Flamenco se acortaron», dice. Algunos trajes se han quedado en su retina: «Como el de Martha Graham en Lamentation y una bata de cola provocadoramente amarilla que lucía, la siempre elegante, Manuela Vargas».

Entallado vestido de cuero y escote palabra de honor de Loewe, zapatos de Christian Louboutin

Pablo Zamora

Mónica Runde

En Fifty, la última obra que ha hecho la coreógrafa de la compañía 10×10 danza (Premio Nacional de Danza), «el vestuario ha sido tan importante que hasta que no lo tuve en mis manos, no me inspiré. De hecho, comenzábamos en silencio porque son unos trajes inmensos y hacían un ruido como el mar. Así que decidí que el primer minuto tenía que ser en la oscuridad para que el público solo escuchara el vestuario al moverse», describe Mónica. Desde que fundó su compañía ha sido la coreógrafa e intérprete de todas sus conmovedoras producciones. Y confiesa que si ha de decantarse por un tejido: «Me vas a llamar pija, pero para bailar lo mejor es la seda, y te lo dice una que ha bailado con neopreno y escarpines», dice riendo. Su sueño es «hacer una coreografía con trajes de época, que combinaría con unas botas altas de cuero», confiesa mientras recuerda un traje de época que vio en París. «En la danza también hay tendencias en cuanto a vestuario. En los 80, todos los contemporáneos llevábamos botas y trajes cortos. En los 90, la moda eran las superposiciones. Ahora, lo último es el pantalón corto, la camiseta pegada y el calcetín, pero yo siempre he ido bastante por libre».

Lanvin firma este vestido de tul de seda.

Pablo Zamora

Ballet Nacional

En el año 2002 Antonio Najarro creó su primera compañía. Trabajó en ella nueve años. Tomó las riendas del Ballet Nacional el año pasado. Hasta que comenzó esta nueva etapa «siempre me ha hecho mi madre todos los trajes de mis coreografías. Y como sabe los riesgos que corre un bailarín, y cose tan bien, nunca se me ha roto ninguno en un espectáculo. Nos ponía doble cremallera a los chicos porque íbamos muy ceñidos; a las chicas un refuerzo en la cintura… Se sabe todos los trucos porque lo ha ido probando en mí desde muy pequeño», cuenta Najarro con cariño. Junto a sus dos bailarines, Elena Algado y Miguel Ángel Corbacho, consigue callar a todos los que se encuentran en la sesión de fotos con un taconeo. A diferencia de la fluidez de los tejidos del ballet clásico, explica que cuanto más peso y movimiento tenga el tejido para la danza española, mucho mejor. «Estáticamente se marcan mucho las formas, pero en cuanto la bailarina gira es muy importante que consiga volumen». Su estilo se considera vanguardista con un punto de tradición. «Lo más bonito es la frescura; que el público joven se sienta identificado con un vestuario, que no lo vea como algo artificial e inalcanzable, pero siempre sin perder la referencia a las bases de la danza española. En la época de Antonio el Bailarín y de Gades los trajes eran más volátiles, usaban mucho crespón y mucho tul. Nosotros tiramos a una línea más depurada y que el volumen lo dé el propio movimiento», dice Antonio mientras Elena ilumina con un giro el traje de Oscar de la Renta.

Najarro lleva camiseta de American Vintage y jeans de Levi’s. Elena luce vestido de seda de Oscar de la Renta. Al fondo, Miguel Ángel, con camiseta de American Vintage, jeans de Levi’s y cinturón de Andersons para Mini.

Pablo Zamora

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