«Love is love»: ¿Y si las reivindicaciones LGTB no tuviesen nada que ver con el amor?
Legitimar el amor y su forma establecida, la pareja, plantea numerosos problemas dentro de un colectivo tan diverso que también incluye a personas trans y queer. No se trata de amar, sino de ser.
El Orgullo pasado, Madrid se llenaba de miles de gays solteros y guapos –los más visibles– que venían, como cada año, a celebrar, reivindicar y disfrutar de las fiestas patronales LGTB y el ayuntamiento los recibía con brazos abiertos con una campaña que decía: «ames a quien ames, Madrid te quiere». Mientras tanto, en las calles paralelas a la Gran Vía, los ataques homófobos habían aumentado, tal y como denuncian algunas asociaciones como Acropolis, y la derecha, a las puertas del gobierno municipal, estaba a punto de sustituir la diversidad por el diesel y de demostrar su deseo de mandar las celebraciones al exilio.
Este año, y en un concierto que justo se celebraba el 28 de junio, ese pedazo de diva que es Rosalía, voz de su generación, cogió el micrófono para decir a su público: «¡¡Hoy se celebra el día del Amor libre!!», volviendo loco al personal pero por las razones equivocadas: el 28 de junio se celebra el nacimiento del movimiento de liberación LGTB pero no la libertad para querer. Sin embargo, este desliz lingüístico tenía algo de verdad: el amor, ese popper de los sentimientos, estaba inundando con un “hedor insoportable” –que diría un político de VOX– las reivindicaciones del colectivo LGTBQIA hasta convertirse en uno de sus principales temas. Pero empecemos por el principio, ¿de dónde viene esta ola de amor?
Lo nuestro, cari, es histórico
Las palabras que utilizamos para hablar de las distintas expresiones de sexualidad no son fijas, sino que cambian con el tiempo. La ‘sodomia’, por ejemplo, hacía referencia al pecado; la ‘homosexualidad’, con origen médico, ha estado durante muchas décadas vinculada a la enfermedad, y ‘ser gay’ se asociaba a una identidad reivindicativa que surgió precisamente de la primera revuelta que se celebra en el Orgullo, la de Stonewall, en 1969. Esas mismas palabras cambian a lo largo del tiempo, por ejemplo, en 1970 declararse ‘gay’ tenía unas implicaciones políticas determinadas, como ser un hombre homosexual implicado en la liberación LGTB pero, cincuenta años más tarde, está más cerca de denominar a un estereotipo: un homosexual blanco, consumista y cada vez más, un hombre que VIVE EL AMOR. Si la homosexualidad entró en época contemporánea y para el gran público con una definición muy concreta lanzada por Oscar Wilde desde el juicio de 1895, como “el amor que no se atreve a decir su nombre”, ¿qué ha pasado para que ahora las empresas de telefonía, los fabricantes de snacks calóricos e incluso el pollero de tu mercado con una pegatina colocada sobre la vitrina de los contramuslos te animen a gritar tu amor a los cuatro vientos?
Respuesta corta: ha pasado el S.XX. Respuesta un poco menos corta: el S.XX y la normalización de la lucha LGTB y quizás, un poco, vale, el éxito de Call me by your name. En la década de 1980 vivimos la crisis del SIDA –un tema, el del VIH, por cierto, cada vez más ausente del Orgullo–, y pese a que la enfermedad creó una cierta retórica del amor, la lucha se hizo desde la rabia y la diferencia. El colectivo LGTBQ se radicalizó en los años más oscuros para, según nos informa Miguel Caballero, activista VIH, “a partir de la década de 1990 y una vez que se consiguieron los primeros tratamientos, que eran muy agresivos, se empezó a reclamar otros derechos civiles, como el matrimonio homosexual, cuya ausencia se había dejado notar. El matrimonio, ojo, significó adquirir unos derechos civiles básicos como que la ley reconozca tu unión con quien compartes tu vida, ya sea para pedir días libres en el curro porque tu novio está en el hospital, como para que la cerda de su madre que lo echó de casa por marica no se quede ahora con todas sus pertenencias e incluso impida a la pareja ir al funeral, pero fue, desde luego un cambio perspectiva, algunos dicen que más burguesa, pero para mí, muchos de los aspectos del matrimonio son radicales: ¿cómo vas a cuidar a tu pareja si no tienes derecho a los días que te corresponden?”.
¿Normales?: el amor nos iguala
La consecución del matrimonio y la lucha que la precedió creó un nuevo discurso, que la estudiosa Lisa Duggan calificó como ‘homonormatividad’ que es descrita como la intención política de representar el estilo de vida LGTBQ como esencialmente normal, para acceder a instituciones como la privacidad, el mercado o incluso el patriotismo. Ese tipo de discurso se tradujo en la televisión, la prensa o la ficción de finales de 1990 en una serie de representaciones conocidas como “Gays en…”: “Gays en el ejército”, “Gays en la familia”, “Gays en la escuela”… y su última representación: “Gays en el Amor”, es decir, la sentimentalización de la diferencia sexual. Mírenlos, se comportan de manera normal, incluso en el amor. No son pervertidos. AMAN, LOVE WINS. Debajo de esa abrumadora presencia construida sobre la respetabilidad, para el escritor y activista Victor Mora, se escondía una estrategia de “control de la población según parámetros normalizados de género (masculino y femenino) y de relación (monógama, familiar, institucional)”.
Para Lucas Platero, investigador Juan de la cierva en la UAB, reducir la lucha al eslogan de “un anuncio de colonia extranjera no es un medio demasiado eficaz para resolver problemas cotidianos de las personas LGTB. ¿Ayuda a rebajar la discriminación laboral, acoso escolar o el señalamiento?”. A este respecto, el comunicador Jesuchristopher, nos explica que la referencia al amor: “nos perjudica porque reduce nuestra discriminación a una cuestión de afectos, cuando de forma individual también somos oprimidas por nuestra pluma o nuestro passing (para la gente trans). El discurso Love is Love, por ejemplo, invisibiliza la opresión del chico agredido en McDonalds por ir vestido como quiere. ¿Dónde estaba ahí el amor? ¿Acaso no sería más conveniente para él Clothes Are Clothes? ¿Dónde entra el amor cuando hablamos del mayor índice de paro entre personas trans? ¿No sería más conveniente Jobs are Jobs?”. A este respecto Lucas Platero, afirma que el colectivo LGTB parece que está triunfando en las políticas del reconocimiento, las simbólicas, como demuestra el éxito mediático del Orgullo, pero faltan las de distribución, que “son acciones que tendrían que dirigirse a compensar una discriminación estructural y de raíz histórica, que se ceba con las personas LGTB en situaciones más vulnerables, como son las personas LGTB racializadas, obreras, mayores y peques, con diversidad funcional, migradas, y otras que solemos olvidar en un lánguido etcétera”
En un interesante artículo de Alva Gotby titulado El amor no nos salvará explica que en el contexto del Orgullo “el eslogan sugiere que el amor gay es igual que el amor hetero. Desde esa perspectiva, se anima a la comunidad hetero a aceptar a las parejas gays, que son parecidas a ellas mismas. Después de todo, ¿Quién puede negarle a alguien el derecho a amar?”. Poca gente está dispuesta a negar un sentimiento que parece muy básico pero muchas son las personas LGTBQ que se quedan fuera del paraguas del amor, paraMaria LaMuy, que trabaja de ‘Visual Designer’ pero que dice ser, en realidad, una marimacho precaria, afirma que el discurso “es domesticador, fácil y sentimentalizador, muy en la línea del ‘maricón amable’. Es un discurso que pone en riesgo a quien no encaja en la norma”. Junto a ello, y tal y como afirma Alva Gotby, después de décadas de que el feminismo hablara del matrimonio y el hogar como un lugar de explotación y violencia, el ideal doméstico gay y lésbico del Amor, despolitiza ese ámbito: “El amor es una zona puramente personal y privada donde lo político no tiene cabida”. Dicho de otro modo: ¿Quién friega los platos? ¿El/la que friega los platos es el que menos salario tiene?
Junto a ello, legitimar el amor y su forma establecida, la pareja, plantea numerosos problemas dentro de un colectivo tan diverso. Jesuchristopher afirma que no se identifica con ese discurso “porque soy maricón cuando amo, sí, pero también cuando follo sin amar, cuando busco trabajo y por mi pluma me rechazan, cuando voy al médico y se da por sentado mi supuesto riesgo a contraer más ETSs o VIH”. Del mismo modo, Adriana Delgado, que se identifica como mujer bi, nos explica que siente “atracción por las mujeres pese a que no me he enamorado de ninguna todavía y pienso que eso no me hace menos bisexual porque sí he tenido experiencias con ellas. No encajo en ese Love is Love”.
Call me by your name, pero call me, por favor
Las historias de amor, desde luego, son una parte muy importante de la historia de la cultura no heterosexual, desde época clásica con Patroclo y Aquiles hasta la última película de Netflix con Elisa y Marcela de Isabel Coixet. La representación de parejas gays o lesbianas desde finales de 1990 significó un cambio de representación de las historias de violencia y autodestrucción que habían marcado los relatos anteriores. A pesar de ello, para Alberto Mira, ensayista y profesor en la Universidad de Oxford Brookes, el problema es que “el amor es de todos y está en todas partes. Ese es el problema. Desaparece nuestra especificidad en un mar de generalidades sentimentales. El amor es tema de cada uno. Los derechos son temas públicos”. El profesor Mira explica que el triunfo de una película como Call me by your name explica muy bien todo ese discurso del Love is Love, al ser una historia “únicamente sentimental, donde los derechos o la identidad pasan a segundo plano. Es una película de adultos dentro del armario y chavales evanescentes”.
Hablar de amor en lugar de identidad es un cambio de discurso importante. Muchas de las personas que forman parte del colectivo LGTBQ han recorrido parte de su historia en la soledad de la adolescencia y el gran acto de afirmación identitaria –salir del armario–, que por cierto, es algo que se hace a lo largo de toda la vida, en trabajos nuevos o frente a nuevos amigos, suele ser un acto solitario. Andrea Galaxina recuerda que su adolescencia no fue traumática pero que fue consciente de la falta de referentes positivos sentirse empoderada y “para construirme como bollera, y no paraba de preguntarme a quién debería parecerme o no. Para mí eso sí que fue una lucha y sobre todo el tener que evitar a toda costa que se me pudiese identificar con alguno de los referentes LGTBQIA que tenía cerca (que eran la marimacho del pueblo, fulanito el maricón, etc.) y sobre los que se había construido un relato horrible que para mí los convertía en modelos completamente negativos, mientras que a su vez los modelos que sí que estaban legitimados (Jesús Vázquez, que será maricón pero no se le nota y es decente) no me representaban en absoluto. Este debate poco tenía que ver con el amor”.
Añadamos un último aspecto al debate: los difíciles tiempos que vivimos. Con el auge de la extrema derecha y su intoxicación mediática, el tema del Orgullo se ha convertido en una nueva batalla cultural. En redes sociales aparecen confusas imágenes de bacanales públicas que resucitan la idea de la perversión y contaminación homosexual, ¿podría la formalidad del amor contradecirla? Frente a ese debate, Alberto Mira explica: “Lo nuestro no va de amor. Va de odio. Va de los que nos odian. Va de homofobia. Va de derechos. Va de plantearnos qué significa el deseo no normativo y de que asumamos de que no siempre va a ser asimilable. Va de problematizar no sólo lo que ‘somos’ sino también lo que ‘son’ ellos”. Estas palabras nos llevan a una pregunta esencial: ¿es el amor lo contrario del odio o lo es la rabia?
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