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La aventura de cinco diseñadores españoles en Shanghái

Hay vida más allá del todo a cien y del lujo desmedido. En el gigante asiático, el consumidor comienza a invertir en diseño de calidad a precios asequibles.

Españoles en China
Patrick Wack

ANDRÉS FERRER (SAKÉ)

«Todos queremos vender en este país, pero no es fácil abrirse camino»

El tinerfeño Andrés Ferrer lleva ya más de tres años en la capital económica de China. Es profesor de Diseño y Patronaje de Moda en la facultad ModArt de la Universidad de Shanghái, y combina la docencia con su trabajo en Saké, una marca que lanzó en 2012 con su socia colombiana Ana Tafur. «Fue ella quien tuvo la idea tras su experiencia en una empresa de importación y exportación que trabajaba con grandes de la moda como Zara o Mango. China es ahora el mercado en el que todos queremos vender. Hay muchas oportunidades, pero no es fácil abrirse camino», cuenta.

El esfuerzo da sus resultados: Saké prepara ahora la quinta temporada de una línea de ropa juvenil en la que utiliza solo tejidos naturales orgánicos, cuenta con otra de accesorios en la que trabaja con cuero de Perú y tiene una última de joyería que se elabora en Colombia con piedras semipreciosas. «Tratamos de recuperar técnicas de fabricación prehispánicas en América, y en China producimos en un pequeño taller en el que se respetan los estándares europeos, tanto en calidad como en el trato hacia los empleados», asegura Ferrer. Su próximo objetivo es llegar a Japón, Estados Unidos y España.

Celia posa en su estudio con abrigo Lulama (1.680 yuanes, 199 euros), falda (1.980 yuanes, 230 euros) y collar Farai (480 yuanes, 56 euros), todo de Celia B.

Patrick Wack

CELIA BERNARDO (CELIA B)

«Shanghái vive un boom creativo que abre muchas posibilidades a la moda alternativa»

Trabajar en Zara fue para la ovetense Celia Bernardo «como hacer la mili». Y gracias a esa experiencia fue contratada por una pujante marca china de pronto moda, Asobio, que la invitó a vivir en Shanghái (desde octubre de 2009). «Aprendí sobre el país y sobre el funcionamiento del sector, y descubrí que esta ciudad vive un boom creativo que abre muchas posibilidades a la moda alternativa. Así que decidí hacer realidad mi sueño y lanzar mi propia marca», recuerda. Hace solo tres años que nació Celia B, pero el pasado 12 de abril se convirtió en la primera diseñadora española que ha desfilado en la Shanghai Fashion Week.

Sin duda, sus coloridos diseños, fabricados de forma artesanal utilizando telas de minorías étnicas, llaman la atención. «Disfruto creando moda de vanguardia con textiles tradicionales. Los convierto en algo nuevo, vibrante y dinámico. Recreo estéticas que desaparecen por culpa de la globalización para que sobrevivan, precisamente, en ese mundo globalizado. Hago ediciones limitadas de los diseños, para que sean únicos, y la línea de croché la fabrican mis propios vecinos». Actualmente vende en las principales ciudades chinas, pero también en Dubái o Kuwait. «El próximo objetivo es abrir mis propias tiendas», confiesa.

Mónica Muriel retratada en una vivienda tradicional –shikumen– con abrigo de cachemira de Nuomi (2.278 yuanes, 268 euros), leggings de bambú y cuero (785 yuanes, 92 euros) y jersey de cachemira (900 yuanes, 105 euros).

Patrick Wack

MÓNICA MURIEL (NUOMI)

«El 80% de la confección se encarga a empresarios que cuentan con empleados discapacitados»

Nuomi –que significa arroz glutinoso en chino– representa todo lo que no se espera de la fabricación textil en el país del Sol Naciente: es una firma de alta calidad con un fuerte impacto social. «El 80% de la confección de las prendas se encarga a empresarios que tienen discapacitados entre su personal», cuenta Mónica Muriel, la diseñadora madrileña que se unió a la marca como socia el año pasado (Nuomi fue creada hace un lustro en Shanghái por la filipina Bonita Lim).

«Ya contamos con tres establecimientos propios y queremos abrir más. Para ello necesitamos aumentar la producción y, como estamos convencidas de que en China la empresa social también tiene futuro, estamos contactando con varias ONG que ayudan a mujeres que viven por debajo del nivel de pobreza. Podemos darles un trabajo mejor». Sus clientas consideran que este componente solidario es un valor añadido: «Son profesionales, de entre 30 y 45 años, que buscan tejidos naturales y un diseño sobrio que se adapte a sus cuerpos». Por eso, se centran en el básico chic: ropa minimalista, de calidad e intemporal. «El próximo paso es lanzar una línea de accesorios», cuenta Mónica.

Alaitz, en el templo del Buda de Jade, con un vestido largo estampado de Madame Mao (680 yuanes, 80 euros).

Patrick Wack

ALAITZ VILLENA (MADAME MAO)

«China está especializada en grandes producciones y hay que pelear para tener calidad»

Las hermanas vascas Villena aterrizaron en Shanghái hace ocho años, cuando una empresa trasladó al marido de Alaitz a trabajar a China. La pequeña, Nagore, había estudiado Diseño de moda, así que pronto ambas comenzaron a dejarse seducir por los mercados de telas de la ciudad. «Comenzamos a confeccionar algunas prendas para nuestras amigas, pero vimos que los pedidos aumentaban. Entonces surgió la idea de crear Madame Mao, una marca de ropa casual, con un toque hippie y algún elemento oriental».

No fue fácil. «China está especializada en producciones muy grandes y hay que pelear duro para conseguir la mejor calidad. Pero se puede». La firma comenzó a exportar a España, vende por Internet y acaba de llegar a Latinoamérica. Aun así, China es el gran objetivo pendiente: «En los últimos años el consumidor chino ha madurado mucho y se ha abierto a todo tipo de tendencias. Pero el mercado sigue bastante polarizado. Todavía falta que la compra de diseño de término medio sea habitual».

Anjara García, en el Parque de Fuxing, con su última colección: jersey de cachemira (2.700 yuanes, 319 euros), chaleco (1.599 yuanes, 189 euros) y pantalón (765 yuanes, 90 euros).

Patrick Wack

ANJARA GARCÍA

«Aquí ya pasó la época de la marquitis y los logos gigantes»

En el año 2006 la andaluza Anjara García no hablaba inglés. Ni mucho menos chino. Pero ante las trabas que encontraba en España para establecer su propia empresa de moda, decidió pedir un préstamo de 50.000 euros al Instituto de Comercio Exterior y plantarse en Shanghái. Ahora es la decana de los diseñadores españoles en China, y sus creaciones no solo gozan de buena reputación en este país, sino que también han cruzado el charco y se venden en una treintena de comercios estadounidenses. García piensa a nivel global.

«Las tiendas multimarca están cayendo en picado y hace falta mucho músculo financiero para establecerse por cuenta propia. Por esa razón creo que Internet es el futuro de los diseñadores independientes que tienen una producción limitada como yo». Y China –Hong Kong en su caso– puede ser un buen centro logístico y un magnífico mercado, ya que el creciente número de consumidores de clase media compra cada vez más en el ciberespacio. «Ahora, los chinos quieren diferenciarse. Ya ha pasado la época de la marquitis y de los logotipos gigantescos. Por eso, hay que ofrecer diseños a precios ajustados e internacionalizarse para sobrevivir a la crisis que hay en España. De este modo, cuando la situación cambie, estaremos mucho mejor situados para conseguir el éxito».

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