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Hasta que el dinero nos separe

Una investigación académica concluye que el amor romántico es el que impide el reparto igualitario del dinero en las parejas.

divorcio
Everett Collection

Durante meses, Julia y Antonio dedicaron mucho tiempo a planificar cómo iba a ser su vida en común. Encontraron el piso perfecto, renunciaron felices a parte de sus cosas para tener sitio en los armarios, pactaron en domingos alternos las comidas familiares y ambos reconocieron que las tareas domésticas no serían un problema. Ellos estaban muy enamorados.

 Sin embargo, en todo ese tiempo jamás hablaron del dinero.  Antonio no pensó en ello y Julia no se atrevió. Le resultaba incómodo afrontar esa conversación y lo que es peor, la pátina interesada o de desconfianza en su futuro que implicaba tratar de preservar los intereses particulares frente a los comunes. Ellos estaba muy enamorados y no era necesario, todo iba a salir bien.

Julia y Antonio se casaron. Una boda con votos clásicos “amarte y respetarte en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza…”. Fue un día precioso y los problemas tardaron muchos años en llegar. Los pilló desprevenidos y lo que parecía una separación amistosa se convirtió en un infierno por culpa del dinero. O mejor dicho, por no haber hablado de cómo gestionar su dinero cuando las cosas iban bien y descubrir diferencias insalvables a lo largo de la convivencia.

La historia de esta pareja es la de tantas y el epicentro de su final amargo tiene su origen en el tabú de pensar que lo crematístico no interviene en las cuestiones románticas, a pesar de que se trata de un asunto más político que personal. Y que históricamente ha determinado las relaciones de poder entre las personas. También dentro de la pareja.

Amaia Agirre, profesora de la Universidad del País Vasco, acaba de publicar los resultados de una investigación en la que afirma, rotunda, que “la idea de amor romántico es la que impide el reparto equitativo del dinero en las parejas”.

 Su investigación, habla del amor romántico como la “ideología que pone en el centro de las relaciones sociales y afectivas la relación de pareja entendida como una unidad indisoluble y aproblemática”. De manera que defender intereses propios e individuales no formará parte de la expectativa y se vive con incomodidad. Tanto que a menudo se obvia.

 Sin embargo, “cuando una pareja llega al punto de la negociación económica, de forma más o menos explícita, se pone en evidencia si su relación es igualitaria o no”. Esto es así porque las relaciones económicas prácticas tienen consecuencias en el plano simbólico y viceversa. Y también porque, según la investigadora, “plantear negociaciones sobre la gestión económica redunda en una mayor igualdad de género. Porque esa negociación configura los equilibrios de poder que se establecen dentro de la pareja y, en buena medida, son el reflejo de las relaciones económicas que se dan en la sociedad”.

Como no habían hablado de dinero, Julia y Antonio lo compartían todo, sin fijarse en si uno hacía más esfuerzo que el otro o si la situación era proporcional a los ingresos de cada uno. Al igual que esta pareja hipotética, “las personas que practican el modelo de no establecer diferencias entre los ingresos, plantean que estar en una relación significa estar “para todo” y “en todo” con las mínimas distinciones para mantener la individualidad”. Es decir, que el dinero se convierte en un símbolo de la unión y el compromiso, tiene un rol en la relación, por molesto que suene.

 Esta reciente investigación indica que el modelo que practican las parejas que se consideran igualitarias consiste en distinguir el dinero común y el individual. Lo curioso de ese razonamiento es que esa distinción, además de contribuir a subrayar la noción de autonomía personal parece también la fórmula adecuada de evitar conflictos posteriores. Y esa suerte de prevención ante hipotéticos problemas explica, en parte, el rechazo de muchas parejas a abordar la cuestión del reparto del dinero. No se quiere pensar en esa posibilidad.

“Evidentemente compartir bienes dificulta el proceso de separación. Y la mayoría de las parejas de mi estudio preveían un posible final de la relación y, entre otras cosas, diseñaban unos acuerdos económicos acordes con este escenario”, apunta Agirre que, además señala que existe gran tradición de estudios que afirman que ese “comunitarismo” encubre prácticas que redundan en la dependencia de las mujeres. “Está demostrado que suele implicar menor autonomía económica y diferencias en los gastos. Ellas suelen invertir en los hijos y ellos más en ocio y en sí mismos, según varias investigaciones recientes. Si tienen todo el dinero junto, las mujeres sienten que deben justificar más sus gastos personales puesto que suelen ser las que cobran menos”.

En cualquier caso, Agirre asegura que esta percepción “está cambiando  y las nuevas generaciones abordan el problema con más naturalidad”. Pero está claro que el constructo clásico del amor romántico no empasta con la emancipación económica dentro de la pareja. Es lo que les ocurrió a Antonio y Julia que, de haberlo sabido, quizá hubieran cambiado sus votos: “… en la pobreza y en la riqueza, o hasta que el dinero nos separe”.

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