‘Historia de la Misoginia’, capítulo 2: cuando el sistema facilita que te violen
‘On rape’, la segunda entrega de la trilogía de la artista barcelonesa Laia Abril, ahonda en las bases históricas y simbólicas que sustentan la cultura de la violación.
«Vi por primera vez a mi marido el día de mi boda. Sus amigos me condujeron hasta él. Pensé que no podría soportarlo, yo estaba enamorada de otro hombre y soñaba con convertirme en su mujer, pero me obligaron a casarme con el hombre que me secuestró». Alina tiene 21 años y vive en Kirguistán. Ella es otra víctima más del rapto de la novia, esa supuesta tradición que legitima socialmente convertir a las mujeres en esclavas sexuales. A Alina la forzaron a casarse con un hombre de imprevisto, después de que su hermana lograse huir de ese infierno que es el matrimonio por secuestro. Su madre intentó salvarla. Su abuela lo impidió diciendo que si también huía avergonzaría a su familia para siempre. «Lloré, pero mi abuela me rogó que me quedase. Así lo hice».
El testimonio de Alina se exhibe sobre una fotografía a tamaño natural en la galería parisina Les Filles du Calvaire. Allí, hasta el próximo 22 de febrero, se expone A history of Misoginy. Chapter Two: On rape, la segunda parte de la trilogía sobre la misoginia que la barcelonesa Laia Abril (1986) empezó con su multipremiado On Abortion, un incómodo proyecto e investigación sobre las consecuencias y escenarios pesadillescos de impedir y castigar el acceso al aborto de forma segura. Tras hacerse con el premio Paris-Photo Aperture como mejor fotolibro del año en 2018 por aquel proyecto, y tras dos años de documentación e investigación, Abril estrena un nuevo tratado sobre el control sistémico de los cuerpos de las mujeres sin importar el tiempo o la cultura en la que se lleve a cabo. Esta vez, sobre las podridas raíces de la cultura de la violación.
No hace falta viajar a Kirguistán para que te viole tu marido. La propia artista, con la mediación y ayuda de profesionales de la psiquiatría, contactó con mujeres españolas que habían pasado por el mismo sistema de abusos con sus maridos y que se están sometiendo a tratamiento por ello. «¿Cómo puede ser que en España todavía haya gente que dude o se pregunte si es posible que esto pase?», replica al otro lado del teléfono desde París, contrariada por las reacciones que generan incluso en su entorno más cercano sus propias investigaciones. El vestido de boda de Ali representa simbólicamente eso, las violaciones dentro de la institución del matrimonio. Agresiones que todavía no se consideran delito en multitud de países porque o bien los maridos tienen potestad para abusar de sus mujeres a su antojo o bien se les perdona siempre que se casen con ellas. «Hay decenas de países en los que no se ha descriminalizado las leyes tipo Marry your rapist, leyes que exoneran a los agresores si se casan con sus víctimas», aclara.
Ese traje del rapto de la novia se emplaza, oportunamente, junto a otras imágenes de uniformes –militares, escolares, laborales, religiosos o folclóricos– a tamaño natural que simbolizan las instituciones que permitieron la violación. Porque si de algo puede presumir la cultura de la violación es de estar arraigada y normalizada en cualquier esfera social: «Esta serie sirve para comprender por qué las instituciones y el sistema social no solo permiten que suceda esta violencia, sino que, en cierta manera, es el propio sistema el que la impulsa», cuenta la catalana.
Si en la primera parte de su exposición las prendas funcionan como testimonios de las personas que sufrieron esos abusos sin la necesidad de poner su rostro («no solo representan a la persona superviviente, sino la institución por la que ha sido violada y que, en cierta manera, le ha fallado»), Abril dedica la segunda a instalaciones más simbólicas y metáforicas. Fotografías, vídeos y objetos que representan leyes o mitos que perpetúan o luchan contra la cultura de la violación. Hay un palo y un sari rosa cedido de la Gulabi Gang, el ejército de mujeres que sale en grupo uniformado en rosa en India para atacar a acosadores y agresores callejeros. Un cinturón de castidad. Una réplica en miniatura cedida desde Corea de una confort girl, esas estatuas que simbolizan y recuerdan a las «mujeres de consuelo«, las 20.000 coreanas que fueron explotadas sexualmente en burdeles controlados por el ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial. Jóvenes que fueron raptadas de sus hogares y a las que se forzaba a mantener relaciones sexuales con soldados, sargentos y coroneles entre 20 y 30 veces al día. También están los cuernos y calavera de un ciervo, material que se utilizaba en un receta incluida en los libros sexuales de Martín Lucenay, un clásico muy leído en España durante décadas, que incluía pócimas sobre cómo encoger la vagina y hacerla más estrecha.
Abril asegura que su proyecto nace de la «frustración» y tiene como objetivo encontrar «una especie de paz frente a un proceso de investigación muy doloroso». Aunque pasa mucho tiempo fuera de España, no puede evitar que sus proyectos surjan, en cierta manera, conectados con la realidad social del país. On Abortion se planteó paralelamente a los intentos del PP de endurecer la normativa sobre el aborto. On Rape surge, en parte, de la rabia frente a la sentencia inicial de la Manada. «En la muestra también se ahonda en ese punto de vista médico y filosófico que durante mucho tiempo eran los que decidían que una mujer no podía ser violada si se resistía. Ellos aseguraban que ‘si se resiste, era imposible violar a una mujer’. Y si relacionas cuatro cosas te das cuenta de que eso, incluso, se ha dejado intuir en el caso de la manada. Cuando se alegó que si en el video no se intuía resistencia, ergo, no había violación. He tratado de rascar un poco históricamente, averiguar de dónde vienen en estos mitos y estas situaciones que hoy prevalecen en la cultura de la violación que todavía sufrimos».
El proceso de deconstrucción no es fácil. Ni siquiera para la artista. «Es un proceso de educación y reeducación continuo, incluso los que los tenemos súper presente. Entender las consecuencias de no romper esa cultura. Incluso me sorprendió muchísimo con el tema de los juicios, el miedo que, por ejemplo, oigo cuando hablo de estos temas con amigos y me dicen: ‘¿Y si está mintiendo?’. O la primera reacción que le pasa a muchísima gente, desgraciadamente, por decir lo típico: ‘Ah bueno pero estaba borracha, ¿no’. Eso es cultura de la violación».
Después de París, la exposición viajará a Toronto y el año que viene tiene previsto publicar, tal y como hizo con On Abortion, el fotolibro. «Me encantaría exponerla en Madrid», adelanta esperanzada. Después llegará la Génesis de esta Historia de la misoginia, centrada en la histeria masiva, un análisis «más abstracto y artístico» sobre por qué un grupo de mujeres reacciona ‘de forma histérica’ en momentos determinados. Mientras tanto, sigue confrontando todo tipo de preguntas e increpaciones sobre su trabajo. «Me viene gente a contarme casos de personas que han mentido al denunciar una violación. Es muy curioso porque el porcentaje de estos casos es similar al de alguien que miente sobre un crimen, es muy pequeño, y, además, es el mismo que en el resto de delitos. Me parece tan curioso porque yo puedo inundarte de estadísticas sobre violencia sexual hasta que te ahogas hasta el punto de que pierdes fe en la humanidad. Yo he llegado a perderla durante este proceso. Y tú me vienes con esa demagogia, que lo que es. Es puro miedo. Es un ‘no vaya a ser que me pasa a mí’. Lo que deberías hacer, si realmente piensas así, es empatizar con la realidad».
*’A History of Misoginy Chapter Two: On rape’ se expone hasta el 22 de febrero en la Galerie Les filles du Cavaire en París.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.