Doce hombres para una mujer: cómo los bailarines de Madonna cambiaron los códigos de género con el Blonde Ambition Tour
La relación de la comunidad LGTBIQ+ con las divas pop da para su propio ensayo. De hecho ya se han escrito unos pocos. Más allá de las obvias consideraciones estéticas, importantísima la vindicación del exceso y de la exteriorización de lo fabuloso que ha inspirado a millones de personas que vivían escondidas y atemorizadas a hacerse visibles, la clave de esa devoción reside en que, en algún momento de cualquier vida LGTBIQ+, cuando no había nadie con quien compartir las cosas importantes, ahí estaban ellas como apariciones marianas llenas de brillos y colores para acompañar soledades que desde el prisma cisheterosexual eran y son difíciles de entender.
¿Pero quién acompaña a las divas en sus momentos de aparición? ¿Qué hay de sus coros de serafines que sacan brillo al trono y cantan sus alabanzas? Los integrantes de los cuerpos de baile de estas mujeres suelen pasar por procesos de selección multitudinarios e intensísimos. La diva en cuestión fija unos parámetros que se tienen en cuenta durante casi toda la fase de casting hasta que quedan unos pocos y entonces interviene en la elección final.
La temática de la gira tiene un peso importante en este proceso, claro, dependiendo de los parámetros musicales y estéticos que vayan a escenificarse, unos bailarines se adecuarán más a estas necesidades, pero la decisión final nunca está exenta de sesgos políticos y culturales. Al fin y al cabo, la diva, está poniendo su inmenso foco sobre un grupo de artistas que, durante al menos una gira, van a estar expuestos ante el mundo de una forma que pocos eventos pueden igualar. Y esto siempre lleva un mensaje: quién y cómo ha llegado a tener visibilidad.
Por una cuestión generacional y porque quizá fue la primera en tener una visión del cuerpo de baile que iba más allá de lo puramente escénico, tengo que hablar de Madonna. A través de los documentales Truth or dare y Strike a pose conocemos en profundidad a los bailarines que acompañaron a Madonna en su mítica gira The Blonde Ambition World Tour -quizá la más emblemática de su historia- y la relación que tuvieron mientras trabajaron con ella. Sobre lo concreto, sus vidas personales, el anecdotario con la diva y entre ellos, etc, hablan los documentales, sobre cómo impactaron en el mundo que les contempló y cómo marcaron la senda que cambió para siempre la importancia de los cuerpos de baile, quiero poner el acento en este texto. Para una adolescente del colectivo ver aquel despliegue de pluma, afecto y aparente intimidad entre un grupo de hombres gays y la indiscutible reina del mundo en 1990, fue una llamarada de esperanza y alegría en un tiempo en el que la serofobia asociada a la homofobia campaba a sus anchas y, dar la mano públicamente a un hombre gay con sarcomas visibles, era poco menos que considerado un acto de santidad.
Madonna no solo se hacía acompañar por ellos en lo performativo, daba la sensación de que en ese momento exacto, estuviera más o menos previsto o guionizado, eran un poco su familia. A día de hoy, Kevin Stea, sigue diciendo que Madonna fue una madre para ellos. Se aseguró que dos componentes del elenco, José Xtravaganza y Luis Camacho, perteneciesen a una de las casas más importantes de la escena ballrooom neoyorquina para grabar con ellos Vogue, un homenaje mainstream al movimiento vertebrador de las vidas LGTB, especialmente trans, negras y latinas, de la ciudad. Ella misma acudió a uno de los balls, les vio bailar y les fichó para la gira como bailarines y coreógrafos. Eso no puede olvidarse. Nos aprendimos sus caras y sus nombres de memoria y de repente ocupaban un espacio en las carpetas de chicos y chicas de colegio e instituto que, con más o menos vergüenza y aguantando el chorreo pertinente, nos atrevíamos a mostrarles como referentes, que era una forma de mostrarnos a nosotras mismas en un momento en el que eso costaba caro.
En Truth or dare, el documental que aquí se tradujo como En la cama con Madonna y que salió asociado a la gira, un poco después, ellos ocupaban una parte muy importante del metraje y de forma bastante explícita, incluyendo un desfile del orgullo al que acuden casi todos, a cara descubierta, perfectamente visibles ante el mundo, primera vez que escuché en mi vida el famoso “I,m here, I’m gay, get used to it”.
Además de besarse sin tapujos en cámara y hablar de sus relaciones íntimas abiertamente. Toda esa visibilidad y su incuestionable talento para redondear el espectáculo en el que Madonna llevó por el mundo la bandera del orgullo, en el que nos regaló un himno como Express Yourself, les convirtió en estrellas y en consecuencia, se convirtieron en refugio y esperanza en tiempos de estigmatización y vergüenza. Tres de ellos: Carlton Wilborn, Salim Gawloos y Gabriel Trupin fueron diagnosticados con VIH antes de ser contratados para la gira. Ninguno lo dijo por miedo a las consecuencias públicas y aún así llevaron el mensaje contra la serofobia por todas partes.
Ese era el mundo en el que estos chicos se hicieron figuras relevantes cultural y políticamente. Estuviera calculado o no el caso es que fue así y Madonna abrió una senda que después han utilizado maravillosamente otras divas, especialmente Beyonce, su compromiso con el movimiento de liberación negro y cómo ha elevado este compromiso más allá de sus cuerpos de baile hasta un movimiento cultural en sí mismo, una actualización mainstream de la protesta y la belleza del arte afroamericano que no tiene comparación posible. Aunque no sea yo quien para valorarlo con la justicia que merece y no ser la receptora de ese impacto directo, sí aprecio la maravilla de su propuesta y las implicaciones políticas que tiene. Pese a las rivalidades entre ellas, el contexto monster de Lady Gaga, ejemplo perfecto de permeabilidad entre escenario y público, casi de familia elegida, es hijo de aquella esperanzadora propuesta de la madre Madonna y sus bailarines. El cuerpo de baile importa, todo lo que elige quien por un momento está en el centro del mundo, es relevante. Los cuerpos de baile asociados a las diosas del pop, del rythm&blues, del hip-hop o del reguetón ni son comparsas, ni meros bailarines.
Desde aquella Madonna de 1990 en adelante forman parte de la conversación, existen por sí mismos, son representación pura y lo político les habita como artistas y como personas públicas. Dicen, también, mucho de lo que la figura central alrededor de la que orbitan quiere decir o sobre con quién ha decidido compartir el foco más grande a su alcance. Conviene prestarles toda la atención.
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