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Las relaciones amorosas (y sexuales) de David Bowie

Un nuevo libro sobre el cantante británico añade conquistas a su historial de amantes. Repasamos el currículum erótico de un seductor nato.

David Bowie

En 1964, con 17 años, un barbilampiño David Bowie (nacido David Robert Jones en Brixton, 1947) aparecía por primera vez en televisión en un plató de la BBC. Se declaraba fundador de «La Asociación contra el Maltrato a los Hombres de Pelo Largo». En las imágenes, con la nieve y la indefinición de la época, se atisba su rostro bajo un maxiflequillo de lo más Beatle, compungido al declarar: «No es agradable que la gente te llame niña por la calle».

Siete años después, aquella niña rechazada por su arquitectura capilar era el hombre más deseado del planeta. Su mánager, Tony Defries, entró en el despacho de RCA gritando a su presidente que los 70 serían de Bowie. Él se refería a la música, pero podía haber añadido que también reinaría en las alcobas. Así se desprende de cada una de sus biografías. Si la vida de la mayor parte de los mortales da para una nota a pie de página, la de David Bowie constituye una enciclopedia. El último tomo, The biography, lo firma la periodista de The New York Times Wendy Leigh. «Lo fascinante de la sexualidad de David es su honestidad. Su relación con Angie, su primera mujer, era de una increíble liberalidad para la época», cuenta desde Londres.

Bowie con su primera mujer, Angie, y su hijo Duncan.

Cordon Press

Según Rafa Cervera, uno de los máximos expertos de España en el Duque Blanco: «El sexo fue fundamental para Bowie, quien era a la vez un tipo ambicioso y con un apetito sexual voraz. Eso le facilitó acostarse con quien hiciera falta por placer o para lograr algún objetivo. Lindsay Kemp siempre se queja de que su relación se acabó en cuanto él aprendió de él todo lo que necesitaba». Kemp, por cierto, era su profesor de mimo. Para Leigh, gran parte del encanto del artista reside en la interpretación: «Como estudiante de audiovisuales, se preocupó mucho de ver cómo se maquillaban o caminaban las grandes estrellas de Hollywood». Tanto se acercó a algunas que no pudo evitar seducir a Oona Chaplin, viuda de Charles y 20 años mayor que él, o a la divina Elizabeth Taylor, siempre a la última en lo que a jovencitos se refería, o a Susan Sarandon, con quien compartió escenas y cama en El ansia (Tony Scott, 1983).

Aun así, si algo no falta en el mundo de la música son émulos de Don Juan: los notarios de conquistas (¿qué método de recuento seguirán?) citan al adicto a los afeites Gene Simmons, líder de Kiss, quien afirma haber tenido relaciones con 4.600 mujeres; o el oficiosamente playboy más feo de la historia, Lemmy, líder de Mötorhead, con 1.600; una lista en la que asoma su bronceado rostro Julio Iglesias, con 3.000.

Susan Sarandon. La actriz ha declarado recientemente: «Solo he sido infiel un par de veces en mi vida, y una fue con David. Es adorable: tiene talento, es sensible, es un artista.

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Bowie, aunque no figura en estos tops, también juega en esta liga: su bulímica lujuria se desplegó en cada puerto. También en España, como recuerda Rafa Cervera: «Estuvo en Marbella en 1977 acompañado de Bianca Jagger. Y supongo que no vendrían solo a ver la playa». Leigh no se atreve a dar una cifra estimada de sus amantes. Lo realmente impresionante para ella es la capacidad que tenía para seducir a famosas: daban igual actrices (Taylor y Sarandon), cantantes (Nina Simone, Tina Turner), modelos (Bianca Jagger o su actual esposa, Iman), it-girls-antes-de-las-it-girls (Amanda Lear). Y chicos, claro… Buena parte de la promoción del trabajo de Wendy Leigh se basa en la insinuación de lo que pasó (o no pasó) entre David Bowie y el macho alfa del rock, Mick Jagger. De hecho, Eduardo Viñuela, director de un curso en la Universidad de Oviedo dedicado a su figura, cree que su bisexualidad es fundamental para entender su fantabuloso éxito entre las féminas: «El reconocimiento público de su homosexualidad en la portada de la revista Melody Maker en 1972 fue realmente impactante […] Parecía demostrar que cualquier cosa era posible y que había otras formas de vida al alcance de la mano». Él mismo parecía consciente de lo atractivo que resultaba su ambigüedad a la mirada femenina, según confesaba en 1976 en una entrevista de Playboy: “Las chicas piensan que mantengo intacta mi virginidad heterosexual […] Y yo me hago el tonto”».

Liz Taylor. Leigh insinúa en su biografía que Bowie tuvo relaciones carnales con Taylor. Sin embargo, ni ella ni los anteriores estudiosos del artista han podido confirmarlo.

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El contenido venía en un continente impecable: lucía igual de bien como samurái con plataformas por Kansai Yamamoto o como mod crepuscular por Alexander McQueen. Bowie siempre ha sabido vestirse. No lo decimos nosotros: en una encuesta celebrada por la BBC en octubre del año pasado, fue proclamado el británico mejor vestido de la historia. Por encima de reinas como Isabel o Alejandra de Dinamarca y de playboys como Beau Brummell, el gran protohipster del XIX. Durante 12 años, de 1971 a 1983, publicó una docena de discos tan revolucionarios como los estilismos que los acompañaron. Creatividad volcánica cuyos diseños eran copiados por hombres y mujeres. En opinión de la diseñadora Ana Locking: «La androginia en un chico resulta muy atractiva como representación teórica de una estética ficticia, evocadora de un romanticismo muy sensual y por lo tanto platónicamente sexy». Tiene clara cual de las mil pieles del camaleón del pop elegiría: «Siempre me ha gustado su etapa berlinesa: Low Heroes y Lodger son tres joyas musicales y, estéticamente hablando, el origen del Gran Duque Blanco, un dandi impecablemente vestido con una estética influenciada por los cabarets de entreguerras».

Para Leigh, sin embargo, ni la ambigüedad, ni sus estilismos y ni siquiera su música explican su éxito en el amor, que ella resume en una sola palabra: «Carisma. Se tiene o no se tiene. No se puede vender en frascos. Cuando uno ve a Bowie en el escenario, desprende una magia única». ¿Y acaso hay algo más mágico que el sexo?

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