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Juliette Binoche: «Almodóvar quiso hacer una película conmigo que no salió»

Exigente, culta, intensa y familiar. Así se define esta embajadora de la Francia más distinguida, que acaba de estrenar Camille Claudel 1915.

binoche

La actriz Juliette Binoche regresó ayer a la cartelera con una nueva película en la que interpreta a la escultora francesa Camille Claudel, amante rechazada por Rodin y sometida a un largo encierro en un psiquiátrico, en el que terminaría muriendo sola. Entre silencios intensos y carcajadas atronadoras, la intérprete de 47 años, de belleza fría y genética chic, nos dio las claves de su papel, explicó por qué no lleva maquillaje en la gran pantalla y reveló su proyecto fallido con Pedro Almodóvar.

¿Cómo logró conectar con un personaje tan extremo?

No me costó demasiado, porque la he admirado desde muy joven. Siempre me ha fascinado que una mujer con tanto talento terminara encerrada en un sanatorio y pasando allí media vida, sin tener contacto con nadie. A lo largo de mi juventud, su presencia me iluminó. Fue un icono y una inspiración, una figura increíble que luchaba por sobrevivir cuando lo tenía todo en contra. Es más, de adolescente tenía un póster suyo en mi habitación.

¿Nunca colgó a un ídolo juvenil de su pared?

No. Desde muy joven fui una apasionada del arte y del teatro. Me gastaba todo mi dinero en ir a ver espectáculos. Cuando me marché para trabajar como au pair en Londres, me pasaba todas las tardes en los museos. Un día tuve que dejar de ir, porque me di cuenta de que estaba obsesionada con el arte. Era casi enfermizo.

Ha dicho que para interpretar a Camille Claudel tuvo que «sentir todo lo que ella sintió». Para crear, ¿necesita sufrir?

No es que me guste sufrir en pantalla, pero disfruto entregándome al cien por cien a mis personajes. Estoy dispuesta a pasar por lo mismo que ella, con todos los altos y bajos que eso suponga. Aceptar interpretarla implicaba abrirse en canal y sentirse abandonada y esperanzada, vacía y enfadada. Por eso me negué a llevar maquillaje. No podía haber nada que se interpusiera entre la cámara y mi rostro.

¿Por qué siempre escoge papeles tan intensos?

Porque la vida es intensa. No sé cómo será la de los demás, pero la mía lo es. No creo que el cine tenga que ser diferente a la realidad.

Dicen que fue usted quien se propuso al director Bruno Dumont.

A menudo hago cosas así. Tengo una lista de directores con los que quiero trabajar y, de vez en cuando, los llamo y les propongo que trabajemos juntos. Así sucedió con Abbas Kiarostami y Olivier Assayas. Fui yo quien traje a Michael Haneke a Francia por primera vez. Y ahí lo tiene ahora, ganando premios Oscar. Siento que es una responsabilidad de los actores que somos mínimamente conocidos. Tenemos la obligación de ir a buscar esos talentos y promocionarlos.

¿Algún director ha rechazado su oferta?

Déjeme pensarlo…

¿Tal vez Almodóvar, con quien hace años dijo que soñaba trabajar?

Él no me rechazó. En una ocasión me dijo que quería hacer una película con Gérard Depardieu y conmigo, que iba a estar inspirada en el filme Noche de estreno de John Cassavetes. No sé qué pasó con ese proyecto. Tal vez no encontró las fuerzas necesarias para llevarlo a cabo.

Tras ganar el Oscar por El paciente inglés en 1996, le llovieron los proyectos en Hollywood. Pero lo rechazó todo y regresó a Europa. ¿Por qué?

No se crea, me planteé quedarme. Me dije: «Juliette, no seas tonta, haz dos pelis comerciales y luego alternas con otra de arte y ensayo» [risas]. Pero soy incapaz de funcionar así. Además, mis hijos estaban aquí y su padre también. Si hubiera estado soltera y sin descendencia, tal vez me habría quedado en Estados Unidos, pero entonces era imposible. No sé si sabe que yo siempre he deseado ser madre. A los 11 años ya soñaba con quedarme embarazada. Reflexionaba sobre la educación que les daría a mis niños. Luego terminé haciendo todo lo contrario, claro [risas].

¿Su regreso a Europa no tuvo que ver con el tipo de papeles que le ofrecieron en Estados Unidos?

Sí, eso también. El cine estadounidense es muy de hombres, mientras que el de Europa es más femenino. Aquí las actrices ocupamos un lugar más importante, tal vez a causa de la larga tradición en la relación entre el director y su musa. Hay excepciones, pero allí la mayoría de papeles femeninos son simples complementos. No me importa interpretar a la «mujer de» alguna vez, pero jamás aceptaría someterme a eso para siempre.

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