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Es oficial: los años 90 ya son ‘vintage’

Superada la barrera de los 20 años, la moda más excesiva de los 90 no solo inspira la visión estética de las generaciones más jóvenes, sino que ahora también cotiza al alza en las prestigiosas casas de subastas.

Modelo Dior vintage

Pasados 20 años, los versaces y alaïas de los 90 adquieren estatus de coleccionables. Hoy su influencia invade la calle y conquista a una generación que no vivió esa década. Si Eduardo García, de 25 años, le dice a un amigo: «Lo que llevas es muy noventas», no hay duda, le está piropeando. García –más conocido como Jules J– es el fundador del blog de moda masculina Fucking Young! Para su generación (y para gente más joven), la década de los 90, en la que nacieron o crecieron, es el lugar en el que buscan inspiración estilística. Esa fascinación explica, en parte, por qué hoy cadenas de pronto moda como Zara, Topshop o H&M están llenas de leggings estampados o crop-tops (camisetas y bustiers que acaban a medio ombligo), por qué han vuelto «las tallas XXL y las sudaderas con mensaje» –como enumera el propio García– y por qué, en las tiendas vintage y en las casas de subastas más importantes, se pagan cantidades astronómicas por versaces, alaïas y romeo giglis originales.

Además, puesto que han pasado los 20 años de rigor, se considera que las prendas de principio de los 90 son ya oficialmente vintage, por lo menos en el ámbito del coleccionismo de ropa más serio (y caro). Así lo han decretado, entre otras voces, Patricia Dillon, jefa del Departamento de Diseño y Artes Aplicadas de la Universidad de Wolverhampton (Reino Unido). En Decades, el emporio del vintage de Los Ángeles, llevan tiempo preparándose para la explosión noventera, tratando de conseguir un archivo importante de piezas. «Los originales de Alaïa y Gianni Versace son siempre deseables. También buscamos diseños de Tom Ford para Gucci, Valentino, YSL, Gianfranco Ferrè, Galliano y Gaultier», explica Cameron Silver, cofundador de la tienda. En la web de la boutique neoyorquina Depuis 1924, uno puede hacerse, si se da prisa, con unas gafas de sol Chanel de 1990 por 2.500 dólares o una bolsa de lona Versace (de las que se usan para ir al gimnasio) por 1.500 dólares.

Las piezas más buscadas llevan el logo de la medusa que ejemplificó el estilo hedonista de la casa italiana. «Tenemos clientes que coleccionan todos los modelos de gafas Versace. Y tantos compradores hombres como mujeres», explica la propietaria, Jade Newton. Para ella, parte del atractivo de la década radica en que, en esos años, «muchas casas de moda rejuvenecieron sus colecciones. Chanel solía ser muy conservador hasta que Lagerfeld tranformó el look en los 90, con colores pastel y faldas cortas. Y lo mismo con Tom Ford en Gucci y Marc Jacobs en Louis Vuitton. El estilo de esa época era joven y divertido», dice.

Diversión es la clave. Porque los 90 que hasta ahora se consideraban aceptables eran otros, eran los 90 sobrios, los de Jil Sander y Calvin Klein, los del vestido de novia de Carolyn Bessette en su boda con John John Kennedy. Y si bien esas piezas se siguen apreciando, los que ahora salen del armario son los 90 más gamberros, los de los estampados y los colores saturados. Y también los más urbanos. Esa es la vertiente que más le interesa al diseñador británico Wayne Hemingway, que organiza un festival temático de los 90 que se celebrará del 13 al 15 de julio en el condado de Northamptonshire, Inglaterra. Entre las actividades previstas, reproducir una rave como las de Mánchester a principios de aquella década, proyectar El silencio de los corderos (1991) y Eduardo Manostijeras (1990) y montar un mercadillo de parafernalia noventera. «De esa época recordamos solo los elementos horteras, como las Spice Girls, pero pensar en vintage implica celebrar lo mejor y eso incluye tanto la costura body-con de Romeo Gigli como las botas Dr. Martens, o la bisutería con signos de la paz», defiende Newton.

Para escuchar música en la era preSpotify había que comprarse el disco o grabar los temas de la radio en una cinta de casete. Ese esfuerzo extra, guiado por una cultura mucho más cercana al hazlo-tú-mismo que la que genera la actual cornucopia digital, es algo que también intriga a las nuevas generaciones.

En el fondo, lo que la bloguera Tavi Gevinson –fan de la estética y la cultura de los 90– quiere hacer con su revista online para adolescentes, Rookie, es lo más parecido a un fanzine hecho con grapas y fotocopias y lleno de fotos de las bandas originales de Riot Grrrls. Una de las fundadoras de aquel movimiento punk feminista de los 90, Kathleen Hanna, de Bikini Kill y Le Tigre, cuestionaba recientemente en una entrevista con CNN la profundidad del revival noventero. «Creo que todo aquello no podría haber pasado en el clima actual, con la cultura de Internet. Es la diferencia entre ir a la tienda de segunda mano y encontrar un vestido único o ir a Marc Jacobs y comprarte un vestido de 500 dólares que todo el mundo puede comprarse». Irónicamente, si ese Marc Jacobs del que habla Hanna resulta ser un original de 1994 o un Vuitton diseñado por Jacobs y cuelga de una tienda vintage, lo más probable es que esos 500 dólares se queden muy cortos.

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