El acoso escolar mata y la sociedad heteropatriarcal también
Tenemos un problema descomunal, mortal, crónico y evidente con el acoso escolar en las aulas. ¿Vamos a asumir que seguimos fallando como sociedad si nuestros adolescentes se quitan la vida porque no les dejamos vivir? ¿Vamos a hacer algo de una vez por solucionarlo?
Ha vuelto a suceder: una joven se ha quitado la vida por culpa del acoso escolar. Ocurrió en Rois (A Coruña), tenía solo 17 años y lo hizo porque “no pudo soportar tanto odio”, tal y como han remarcado diez colectivos LGTBIQ+ de Galicia en un comunicado. La menor era bisexual y su orientación sexual era para sus compañeros y compañeras motivo de burla, de discriminación y de violencia. Estamos antes un asesinato social, como también concluyen los colectivos LGTBIQ+ gallegos: “Todas y cada una de las personas que la odiaban por ser bisexual, y que se lo demostraron, son sus asesinas”.
El acoso escolar a alumnos y alumnas LGTBIQ+ no es un caso aislado ni un problema pasajero. El estudio de 2012 “Acoso escolar homofóbico y riesgo de suicidio en adolescentes y jóvenes LGB” de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB) y de la asociación COGAM derrumbó esta creencia, ya que el 49% del alumnado entrevistado afirmó que lo sufre a diario y frecuentemente. Además, el 71% señaló que recibe insultos por su orientación sexual y que al 36% les habían pegado. En cuanto al alumnado trans, el informe “Jóvenes trans en el sistema educativo”, realizado el año pasado por la FELGTB, reveló que el 58% de las personas trans encuestadas había sufrido acoso en las aulas. Es un problema que sigue repitiéndose año a año, mes a mes, semana a semana, día a día y contra el que no estamos luchando lo suficiente por erradicarlo.
Acabar con él exige dejar de poner solo el foco en las víctimas (¿Por qué les ha sucedido?) y apuntar a las personas agresoras (¿Quién lo ha hecho? ¿Por qué?). Y eso también incluye mirar a las cómplices que, con su silencio y con su falta de acción, colaboran a que el abuso siga campando a su anchas por los pasillos de nuestros colegios e institutos. No es de extrañar que los colectivos gallegos apunten certeramente como responsables a quienes “miraron para otro lado cuando [la joven] era agredida, por miedo o indiferencia”, y a “todas las personas con capacidad para actuar que sabían lo que sucedía, pero que no se posicionaron ni se implicaron lo suficiente”.
Esta complicidad también ha quedado registrada en varias estadísticas. Según recoge el mismo informe de 2012, el 42% del alumnado acosado afirmó que ninguna persona del centro, ni profesorado ni compañeros, les ayudó. La investigación “LGTB-fobia en las aulas”, de COGAM en 2015, evidenció la magnitud de esta impasividad: un 60% de las víctimas de LGTBfobia opinaba que el profesorado no actúa lo suficiente ante estas agresiones, mientras que un 60% del alumnado encuestado había sido testigo de agresiones verbales contra compañeros LGTB. ¿Tú también eres de los que se quedaba mirando y no hacía nada? ¿Eres de los que se reía? ¿O eres de los que dice “yo no vi nada” mientras todo ocurría delante de tus ojos?
No puede ser que el alumnado LGTBIQ+ se sienta desprotegido en el centro escolar. No puede ser que sienta que absolutamente nadie les puede ayudar. Si sus padres ni siquiera saben que son gais, lesbianas, bisexuales, trans, no binaries, etc; ¿Cómo les van a contar que en el colegio o en el instituto abusan de ellos por serlo? Si sus compañeros se callan o estallan a carcajadas con sus agresores, ¿Cómo van a sentirse seguros a la hora de pedirles ayuda? Al profesorado cuesta decírselo si jamás les han mandado ninguna señal que les haga saber que están ahí para ayudarles y si los agresores los han amenazado con más palizas y más insultos si los delatan. ¿Cómo van a confiar nuestros alumnos y alumnas en alguna persona del centro si las palabras “gay”, “lesbiana”, “bisexual” o “trans” no se escuchan en ninguna clase y solo suenan en los patios como parte de alguna burla? Completamente anulada, la víctima se centra en sobrevivir en su escuela o instituto, un entorno que debería ser seguro, pero en el que solo recibe odio y en el que tiene que ver a sus agresores cinco días a la semana. La única opción posible es aprender a estudiar totalmente atemorizados.
El acoso marca a las víctimas y eso puede terminar en pensamientos suicidas. El estudio de FELGTB y COGAM de 2012 concluyó que el 43% del alumnado LGB que sufre acoso escolar pensó en quitarse la vida. De ellos, el 81% lo había llegado a planificar y el 18% lo intentó varias veces. Este mes se ha suicidado la joven gallega, pero no ha sido la única. La lista es larga: en 2015 lo hizo Alan, un chico trans de 17 años, y Aranzazu, de 16 años; el año pasado fue Andrés, también de 16 años; y en febrero de este mismo año un chico de tan solo 14 años de Mutxamel (Alicante) se intentó quitar la vida después de recibir amenazas de muerte e insultos en el instituto. Tenemos un problema descomunal, mortal, crónico y evidente con el acoso escolar en las aulas. ¿Vamos a asumir que seguimos fallando como sociedad si nuestros adolescentes se quitan la vida porque no les dejamos vivir? ¿Vamos a hacer algo de una vez por solucionarlo?
Esta lacra no es invisible. Por supuesto que una parte ocurre cuando los profesores no están delante, pero tan solo hay que observar para ver las pistas: qué se escucha en los pasillos, sobre quién recaen las miradas y los susurros, quién se junta con quién en clase, quién evita a quién, quién está solo. La pista definitiva sería que se hablara de la realidad LGTBI+ en las aulas: no solo en charlas concretas sobre diversidad, sino en los programas educativos. Que nos digan que Federico García Lorca era gay, que a Virginia Woolf también le gustaban las mujeres, que tenemos personas trans en política como Carla Antonelli. Si ellas no lo escondieron, que no lo haga el sistema educativo. Que hablen también de nosotros. Para identificarnos, para saber qué existimos, para saber que somos personas tan válidas como nuestros compañeros.
Mientras escribía el libro No estamos tan bien. Nacer, crecer y vivir fuera de la norma en España, conversé con varias personas que habían sufrido violencia en las aulas. Uno de ellos fue Álvaro que sufrió el abuso de sus compañeros por ser gay. Me contó que tardó años en comprender lo que le había sucedido y cuánto le había marcado: «Si pudiera reescribir mi vida, eliminaría el acoso escolar. Las personas que dicen que te hace más fuerte no saben la chorrada que están soltando porque los traumas que te causa el bullying son para siempre. El Álvaro de seis años está completamente perdonado. Tengo claro que yo no hice nada malo y que no tengo la culpa de nada. La culpa fue de los demás».
Al igual que Álvaro, la adolescente gallega tampoco tuvo la culpa. Ella no se lo buscó. Ella no hizo nada. Ella simplemente fue ella, pero nosotros no le dejamos serlo. La culpa es de sus agresores y de una sociedad que castiga la no heterosexualidad y la disidencia de los roles patriarcales impuestos, es decir, de lo que se espera que sea y haga una mujer. Porque si no te gustan los hombres, no te casas con un hombre y no tienes una familia, ¿Qué tipo de mujer eres? Una mala. Un mala y además viciosa. Porque, aunque lo queramos negar, este pensamiento aún lo tenemos recorriendo nuestras venas. El problema lo tiene la sociedad, no la menor bisexual. El acoso escolar mata, sí; pero la sociedad heteropatriarcal también.
¿Quién defiende a las personas que tienen que pasar de puntillas en los centros escolares para sobrevivir? ¿Quién defiende a las que se salen de la normatividad, la rompen y pelean por poder vivir su vida en libertad como cualquier otro alumno? ¿Quién defiende al maricón de clase? ¿Y a la bollera? ¿Y al alumnado bisexual? ¿Y al trans? ¿Y al que tiene pluma? ¿Y al migrante? ¿Y al racializado? ¿Y al que vive con alguna diversidad funcional? ¿Y al pobre?
No podemos hacerlo solos, solas, soles. Erradicar el acoso escolar nos compete a toda la sociedad, no solo a las víctimas. A todos nos atañe educar en igualdad para que no vuelva a pasar. No puede volver a suicidarse ninguna persona más. No nos podemos permitir perder la vida de ningún menor ni adolescente porque sea diferente, ame a quien quiera, esté transitando o se exprese como quiera. Afrontar los abusos que sufren las personas LGTBIQ+ en las aulas es urgente. Las señalan, las humillan y las matan, pero todos seguimos mirando hacia otro lado después de tuitearlo.
Rubén Serrano es el autor del libro “No estamos tan bien. Nacer, crecer y vivir fuera de la norma en España” (Temas de hoy) que recoge las violencias cotidianas que sufren las personas las personas LGTBIQ+ en España a través de datos y testimonios.
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