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Confianza sin asco, por Eva Hache

«Mocos, pelos, uñas… ¿Hay algo más relajante que no sentirse juzgado por alguien a quien amas?»

Do Not Disturb

Pues sí. Ya ha pasado San Valentín. ¿Es legal ya dejar de ser romántico? ¿Se puede parar ya de tener detalles con la pareja? ¿Cuándo se para exactamente? ¿Qué día? ¿A qué hora? No lo sabemos. No sabemos si existe el Manual del Buen Amor, pero, si existiera, nos diría que debemos ser románticos todos los días, que debemos tener detalles con la pareja siempre. Claro. Lo que sí sabemos es que cuando una relación se hace estable, cuando se instala la confianza plena, hay ciertas cosas que ya no tenemos ningún reparo en hacer delante de nuestro amor. Ciertas cosas es muy abstracto. Concretemos:

Por ejemplo, el primer pedo. En la vida de toda pareja ha pasado. Y nos da la risa. Risa floja. Floja como el esfínter relajado del que salió. Como mucho un «¡ay se me ha escapao!» y aquí no ha pasado nada. No ha pasado nada hasta que se convierte en costumbre y, en caso de que no estemos hablando de guerra química, el «¡ay se me ha escapao!» de uno se convierte en el «¡ay qué asco!» del otro y se remata con un «mejor fuera que dentro» de cualquiera de los dos. ¿Es esto ser menos romántico? ¿Es bueno aceptarlo con naturalidad? ¿Deberíamos en cambio apretar las nalgas hasta la muerte del mundo gaseoso y de nuestro proceso intestino en aras del puro amor? ¿Sería mejor salir corriendo como un búfalo en estampida hasta situarnos fuera del perímetro olfativo y acústico del otro para mantenernos puros? ¿Y hasta cuándo?

¿Después de haber ido a comer tres veces a casa de los padres del otro valdría? ¿Nunca antes de formalizar la relación con una hipoteca y un gato? Conozco a una mujer que jamás se ha sentado en el váter delante de su marido. Ni delante, ni si él está en la habitación de al lado. Supongo que esto se puede conseguir si tienen dos cuartos de baño, pero ¿qué pasa cuando están en un apartamento o en un hotel? Pues que ella inventa una misión especial para hacer que él se aleje y poder defecar a gustísimo sola. Como lo estoy contando. ¿Y él? ¿Hará lo mismo? ¿Pensará que su esposa es el colmo del detallismo romántico o creerá que no hace caca? «Mi mujer no caga», dirá cuando va a jugar a la Play a casa de los amigos.

Hay otros temas: mocos, pelos, uñas. Por un lado, podríamos mantenernos casi inhumanos y ocultarnos para hacer nuestras cosas y parecer siempre impecables. Pero ¿hay algo más relajante que no sentirse juzgado por alguien a quien amas? ¿Por qué no tenemos reparo en lucir una poblada ingle segoviana después de equis tiempo con el mismo? ¿Por qué nos limamos sin miedo las uñas en el salón? Pues porque hay confianza. Porque nos invade el cariño.

Es cierto, vale, el roce hace el cariño; pero el roce sin control conduce siempre al escozor. Hay niveles. Podemos hurgarnos la nariz pero no perdamos la compostura convirtiéndolo en espeleología nasal. Y menos en público. Este es el quid de la cuestión. En público.

Desde fuera diremos: «Mira qué pareja tan consolidada que se está apretando una ración de morcilla de León sin importarles los alientos». Pero igual no, igual es su primera cita después de haberse conocido en El Foro de La Casquería. ¿Cuándo se pierde la vergüenza y se da el primer beso sin haberse lavado antes los dientes?

¿Por qué hay jóvenes que extirpan las espinillas de sus amantes adolescentes delante de ti? Que parece que cuando vieron al muchacho dijeron: «Oh, ¡menudo acné seborreico! No me voy a tener que llevar a la piscina un libro jamás». ¿Por qué tuve yo que ver en una playa nudista a un hombre depilando el culo de su señora con una maquinilla Bic?

Seguid queriéndoos como queráis, porque desde fuera todo siempre es extraño.

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