5 mentiras (fáciles de pillar) que nos atan a nuestra zona de confort
¿Cómo se construye el sistema de creencias que nos mantiene en este bastión del conformismo?
Los expertos son claros: la zona de confort es un círculo de contextos, conductas, personas, creencias o tareas entre las que una persona se encuentra cómoda. Porque las conoce, esa sensación de familiaridad aporta seguridad y tranquilidad, en resumen, confort. Sin embargo, hay ocasiones -no todas- en las que la zona de confort no es sana, no contribuye al crecimiento o al desarrollo de una persona y ahí comienzan los problemas. “Si, por ejemplo, una persona desarrolla su trabajo en la llamada zona de confort y conocer ese trabajo, dominarlo y ejecutarlo con seguridad no le genera ningún problema consciente que desequilibre su sentir pero, al mismo tiempo no está satisfecha consigo misma, es posible que esa zona de confort se convierta, a la larga, en una zona incómoda”. Lo cuenta a S Moda la doctora Carme Timoneda, experta en neurocienciay profesora de la Universidad de Girona.
Timoneda continúa el ejemplo explicando qué si a esa persona, que aparentemente no se encuentra en la zona de confort, le ofrecieran una promoción buena para su desarrollo y decidiera no aceptarlo, solo sabríamos si rechaza el puesto por encontrarse en la zona de confort o por otros motivos indagando cómo ha sido su elección: “No promocionarse no necesariamente es algo insano. Si la persona lo valora, lo rechaza y se siente bien y está tranquila con la decisión tomada no habría ningún problema. El problema vendría -y la zona de confort habría actuado- si tras tomar la decisión, la persona se encontrara intranquila, inquieta no del todo conforme consigo misma. La clave está en averiguar si nuestra decisión está motivada por la libertad de elección o por el miedo al cambio”, explica Timoneda.
El miedo es lo único que nos ata la zona de confort
La experta es rotunda: ninguna mentira nos ata a la conocida como zona de confort, “lo que nos ata es el miedo”, dice. También relata que no se trata de pánico o terror, sino de cierta inseguridad, intranquilidad, un malestar que la doctora describe como ese gusanillo que tenemos “antes de un viaje a un lugar al que no hemos ido antes o donde desconocemos el idioma”. Normalmente, cuando una persona está en la zona de confort y no es capaz de salir de ella “elabora todo un sistema de justificaciones y creencias que pueden sonar muy coherentes, que aportan tranquilidad y que actúan como una aspirina hasta que la persona es noble consigo misma y es capaz de admitir que en realidad esas creencias, esos argumentos no son los que le atan a la zona de confort sino el miedo que tiene a salir de la misma”, concluye.
A partir de ahí cada quien elaborará sus “mentiras” para quedarse en lugar seguro. “Normalmente se trata de argumentos muy valorados socialmente como por ejemplo la familia. Es decir, no voy a aceptar ese trabajo nuevo porque me impedirá pasar tiempo con mi familia”. Otras veces será el dicho de que “la vida son cuatro días y no merece la pena embarcarse en lo que sea”. Lo único relevante es saber que, si hay malestar, todo eso son justificaciones para no cambiar lo que nos convendría cambiar o lo que es peor aún, lo que profundamente queremos cambiar.
Desde la Psicología Social, Guillermo Fouce nos explica que la zona de confort evita el riesgo para no tener que recorrer “caminos inexplorados”. Fouce describe que, cuando hacemos algo que nos intranquiliza, nos atemoriza o sencillamente no nos hace sentir bien, se produce una “disonancia cognitiva”, es decir una tensión entre dos ideas que nuestra mente resuelve cambiando nuestros criterios.
¿Factores clave? Circunstancias y personalidad
Para el psicólogo, la zona de confort se asocia con el pensamiento conservador y en la batalla para superarla intervienen, esencialmente, dos factores: “Por una lado está la personalidad y por otro las circunstancias. Un duelo, una separación o un despido son circunstancias que te sacan de tu zona de confort involuntariamente, sin que tú lo elijas, lo gestionarás mejor o peor, pero ya estás fuera. Y por otro lado está la manera en la que hayas aprendido a responder ante la vida. Hay personas que responden desde el reto, desde la consecución de objetivos pero otros viven sin plantearse abandonar sus certezas y seguridades. Generalmente, el miedo al fracaso está detrás de esta forma de ser”, indica.
A partir de aquí, las “mentiras” que elaboramos son de toda índole, “nos decimos a nosotros mismos y a los demás que ya hemos conseguido mucho, que estamos bien donde estamos, que ya hemos llegado donde queríamos, que queremos estar tranquilos, que no tenemos tiempo… pero lo que no nos decimos es algo que también sabemos y es que el que no arriesga puede que no pierda nada, pero tampoco va a ganar”.
De hecho, la traída y llevada zona de confort es un concepto recurrente en el mundo de los negocios. Hay empresas como la Transformateca, liderada por Franck Scipion que centran sus servicios en enseñar a los emprendedores a salir de esa zona que es confortable pero no es positiva. Desde esta aceleradora de empresas, entienden la expresión como “la forma en la que actuamos y nos mantenemos porque nos resulta cómodo, porque no nos da miedo y porque no nos obliga a enfrentarnos con lo desconocido. Son los círculos que funcionan pero que si no se superan harán estancarse cualquier negocio”. Nos lo explica uno de los miembros de su equipo formativo, Borja Navarro, que también nos cuenta que “derribar los muros de la zona de confort” es la primera tarea que realizan con cada nuevo cliente y han tenido “miles”, porque es, precisamente, “el factor que frena los negocios”, enfatiza.
Las mentiras que nos contamos para quedarnos en nuestra zona de confort
Para Navarro, la zona de confort genera un sistema de creencias, actitudes y conductas interdependientes que retroalimentan el discurso (y por tanto la acción) del ocupante de la zona de confort:
1. “No valgo. No tengo experiencia. No tengo suficiente formación. No soy conocido”: Es el llamado síndrome del impostor en cualquiera de sus variantes. y desmontarlo es tan sencillo como “dejar de compararnos con las referencias de nuestro sector y compararnos con los novatos. El síndrome del impostor también se combate pensando que lo que uno sabe es suficiente para ayudar a otros, ese es un buen argumento del que tirar porque ayudar a otros siempre ayuda en la propia evolución”.
2. “Tiene que estar perfecto”: El perfeccionismo es otro gran aliado de la zona de confort precisamente porque cometer errores forma parte de salir de ella. “Venimos de un sistema educativo en el que los errores se ven como un fracaso y no como una oportunidad de aprendizaje así que muy pocas personas se atreven a meter la pata. En el mundo de la empresa está asumido que el que emprende se va a equivocar, solo que el error se asocia con el aprendizaje y no con el fracaso”, indica.
3. “Ya he conseguido mucho”: El conformismo es otro freno y Navarro asegura que “se retroalimenta con los dos anteriores. Tendemos a ser reactivos en lugar de proactivos algo que no nos permite avanzar porque reaccionar cuando llega el problema es haberse quedado en la zona de confort”.
4. “No quiero exponerme”: El famoso miedo al éxito. “Nosotros no somos psicólogos, pero habitualmente vemos que muchos emprendedores tienen ideas estupendas, sueñan con ellas, las cuentan pero, a la hora de ponerse a actuar no están cómodos. El sueño, el plan les resulta cómodo, la acción no. De nuevo es la zona de confort la que está ganando el pulso. Hay que exponerse para salir de ella y no es sencillo.
5. “Estoy muy ocupado”: Procrastinar es otra trampa habitual que se da en el mundo de la empresa y que puede extrapolarse a la esfera personal “tendemos a aplazar decisiones, somos perezosos para hacer cosas nuevas. Nos mantenemos atareados con asuntos que no son importantes para no afrontar lo que es útil e importante para que un proyecto avance y así, hemos estado ocupados pero no hemos sido productivos”.
“Todo lo que esperas y deseas está al otro lado de tu zona de confort”, concluye Navarro.
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